Capítulo 16

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Saúl Aguirre

Altagracia estaba en México.

Aunque Mónica no lo quisiera ahí, se mantuvo en el hospital desde que recibió la noticia de su enfermedad, esperando ser útil. Pero solo se había puesto más nervioso ante la perspectiva de volver a ver a Altagracia. Había logrado mantener la compostura frente a todos: su mamá, Regina, Isabella, Lopecito, pero no sabía cuánto más iba a aguantar.

Altagracia le había dejado muy claro que no quería que nadie supiera que seguía viva y mucho menos que estaba en el hospital. Quería manejarlo todo ella misma. Él no tenía idea de cómo planeaba hacerlo, pero tendría que confiar en ella.

Recordó los cientos de veces que le había pedido que confiara en ella, pero él lo había estropeado todo. Ella le había confesado sus más íntimos secretos y, aun así, nunca fue suficiente. Siempre tuvo el impulso de mirar más allá, de descubrir todos y cada uno de los recovecos de su vida. Y no había servido de nada más que para separarlos.

Se apresuró al ascensor para llegar al salón vacío que serviría de punto de encuentro. Sin embargo, cuando las puertas se abrieron en el quinto piso, vio mucho movimiento. Personas en uniforme... Policías.

Esto no puede ser pura coincidencia, se dijo. Decidió avanzar sin hacer escándalo. Si no estaban ahí por Altagracia, no quería llamar la atención y que la descubrieran. Aunque no sabía cómo podría pasar desapercibida en esta multitud. 

Estaba muy cerca del cuarto cuando uno de los policías le agarró del brazo.

– Un momento, no puede pasar. Esta área está restringida.

Piensa, Saúl, piensa.

– S-Soy Saúl Aguirre, abogado asociado al Ministerio. Me llamaron para asistir en este operativo. – dijo tratando de no parecer nervioso. Le enseñó la identificación del Ministerio que siempre llevaba consigo para cuando fuera necesario. Debía entrar. Debía asegurarse de que nada de esto tuviera que ver con Altagracia.

– Nadie nos dijo nada de un abogado. Usted no debe estar aquí.

– Debo entrar ya o se buscarán un problema con la comandante Belarde, es imperativo que me dejen pasar. – sonó lo más convincente que pudo, esperando que fuera suficiente. Vio al policía sopesar sus opciones y mirar alrededor, como buscando validación.

– De acuerdo, puede pasar.

Saúl respiró profundo y siguió adelante. Estaba a punto de entrar cuando la puerta se abrió y vio a Altagracia esposada. Se quedó petrificado, sin saber qué decir o qué hacer. Sus ojos se encontraron y en ellos reconoció el desprecio.

– Saúl, ¿qué haces aquí? No deberías estar aquí. – dijo Karen, sacándolo de su embelesamiento.

– ¿Karen? Yo... Yo...

– ¡Me vendiste, Saúl! ¡¿Para esto querías que volviera a México?! Eres un pendejo más grande de lo que pensaba. Pero me las vas a pagar, ¡ME LAS VAS A PAGAR! – las palabras de Altagracia salieron tan llenas de odio que lo tomó desprevenido.

– Ya basta, Altagracia. Ya sabes los derechos que te corresponden por ley, así que Rodríguez... – interrumpió Karen, llamando a uno de los oficiales. – Llévenselos, pero no les quiten el ojo de encima. No queremos que pase lo mismo que en Veracruz.

Observó cómo la escoltaban a ella y a Matamoros, esposados, y él sin poder decir palabra alguna.

– Saúl, por tu bien, espero que no seas cómplice de Altagracia. ¿Por qué te gritó que la vendiste? ¿Acaso sabías que estaba viva? – le espetó Karen. 

– Karen, yo...

– "Karen, yo..." ¿qué no sabes decir otra cosa?

– Es que estoy en shock. Perdona... – dijo Saúl, tratando de asimilar lo que acababa de pasar. No pudo aguantarse y le preguntó – ¿Cómo supiste que Altagracia estaba aquí?

– Eso no es de tu incumbencia, Saúl. Ahora, si me perdonas, debo ir a trabajar. – dijo mientras salía de la habitación.

Saúl no sabía qué hacer. Pero era evidente que tendría que decirle al menos a Regina que Altagracia seguía viva. No podía arriesgarse a que se enterara por las noticias. La llamó y trató de ser rápido y directo. Justo como pensó, Regina estaba desconcertada y tenía muchas preguntas. Él solo alcanzó a decirle que le explicaría todo con lujo de detalles cuando pudiera.

Mientras manejaba hacia el Ministerio como un demente, no paraba de pensar en los sucesos que habían pasado luego de contarle a Altagracia que Mónica estaba en peligro. Se suponía que él era el único que sabía que estaba viva. Y que estaba en México. Alguien más debió reconocerla y alertar a la policía, pero ¿quién?

Cuando finalmente llegó al Ministerio, tenía la cabeza hecha un lío. No sabía qué había salido mal del plan, pero lo iba a averiguar. Entró por la puerta y se acercó al escritorio principal para obtener información. Se colocó al lado de un hombre en traje elegante que desentonaba con la decoración tan simple y poco refinado. Estaba esperando a su turno cuando lo escuchó decir algo que le llamó la atención.

– No me importa con quién tenga que hablar, con el mismísimo Vidal de ser necesario. Lo podría llamar, pero no voy a esperar más. Soy José Luis Navarrete y exijo ver a Altagracia Sandoval en este momento. 

 

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