Capítulo 9

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José Luis Navarrete

– Altagracia, ¿se las debo pasar a la Interpol o ya estás dispuesta a hablar conmigo?

Escuchó como contenía el aliento por lo que le pareció una eternidad. Estaba comenzando a pensar que se había desmayado de la impresión hasta que al fin respondió. Y entonces se dio cuenta de que él también había dejado de respirar.

Navarrete, ¿qué es lo que quieres? – dijo Altagracia entre dientes. En la superficie sonaba de lo más tranquila, pero algo le decía que en su interior ese no era el caso. Si tenía que imaginársela, podía asumir que estaba nerviosa, indagando las posibles razones por las que la había seguido.

– Solo quiero conversar. Me supuse que esta era la única manera en la que podía evitar que huyeras. Y a juzgar por la forma en la que saliste corriendo del restaurante, no me equivoqué. – respondió cautelosamente. No quería que se espantara y pensara que tenía algún motivo oculto. Aunque, siendo honesto, si lo tenía.

Mira, Navarrete, voy a ser muy clara. Para el mundo, yo estoy muerta... y así quiero mantenerme. No pienso volver a México. Altagracia Sandoval ya no existe y mucho menos la Doña– suspiró y acto seguido tomó aire para seguir–. Sé que te adueñaste de todo lo que un día fue mío, pero te aseguro que no me interesa recuperarlo. Me deshice de todo para proteger a mi hija y no pondré su felicidad en riesgo porque un imbécil como tú lo eche todo a perder.

Ahí estaba la Altagracia que recordaba. Siempre certera, siempre yendo directamente a la yugular. José Luis no pudo evitar que una sonrisa asomara a su rostro.

– Pero si ni siquiera sabes para qué te he buscado, mujer. No quiero arruinar tu tapadera ni mucho menos entregarte a las autoridades. Como bien dices, no me beneficia en nada. Solo quiero que me des unos minutos de tu tiempo. – replicó José Luis, esperando que no se le notara mucho lo impaciente que estaba.

¿Unos minutos? De acuerdo, cuéntame ya. – dijo Altagracia, claramente esperando terminar la conversación lo más pronto posible.

Esta mujer es imposible, pensó mientras sonreía. Estaba disfrutando esto más de lo que había esperado.

– No me refería a conversar de esta manera. Por lo pronto, lo único que necesito es que salgas de tu habitación. – dijo mientras hacía una plegaria a quien fuera que pudiera ayudarle para que accediera.

¿Cómo? No me digas que estás... – respondió Altagracia justo antes de abrir estrepitosamente la puerta. Su cara era un verdadero poema. En ese momento pensó en lo mucho que le encantaría sorprenderla constantemente, tomarla desprevenida...

Cuidado contigo, José Luis. Controla esos pensamientos para que no arruines todo antes de tiempo.

En lugar de quedarse como un idiota embobado, le ofreció una media sonrisa que esperaba la deslumbrara.

– ¿Acaso creías que no sabría en qué habitación estabas... Olivia? – José Luis no sabía que era posible, pero Altagracia abrió aún más sus ojos. – No perdamos el tiempo. Sé todo de tu escapada y lo que has estado haciendo todos estos meses. Pero no vine para hablar de eso.

– ¿Y entonces de qué? A mi no me interesa hablar de nada contigo. Nunca hemos sido más que puros conocidos. Es más, siempre pensé que no te caía bien.

Eso sí que lo tomó por sorpresa. Negó con la cabeza.

– Uff, no sabes cuán equivocada estás, pero esta no es una conversación que debiéramos tener en el pasillo de un hotel. Es mejor si...

– Pues lo siento mucho, pero de ninguna manera te invitaré a mi habitación.

Qué terca que es... Y qué linda se ve enojada.

– Si me dejaras terminar, te explicaría. Te iba a sugerir que volvamos al restaurante. La reserva todavía está en pie y, no sé tú, pero yo tengo tanta hambre que me podría comer un caballo. – dijo José Luis, haciendo su mejor esfuerzo por poner cara de borrego a medio morir. – Por favor, no me gusta comer solo.

– Eres insufrible, ¿lo sabes?

Podía ver los engranajes girar en su hermosa cabecita. José Luis pagaría una fortuna por echar un vistazo a sus pensamientos. Altagracia era una mujer muy audaz, capaz que lo mandaba a la mierda y se escapaba sin que él pudiera detenerla. Haberla encontrado hoy había sido pura casualidad, pero no iba a perder la oportunidad que le había regalado el destino.

– Está bien... Pero en el momento que quiera, me voy sin siquiera despedirme. Y que conste, no estoy haciendo esto porque tenga miedo de ti, sino porque no he comido en al menos 8 horas. No estoy en mis cabales.

José Luis no pudo hacer más que sonreír. Si no fuera bajo sus términos, no fuera la Altagracia que tanto lo alteraba. Podría haberse cambiado el nombre, el pelo, el estilo de vestir, pero La Do؜ña seguía ahí.  Contenida, pero presente.

Altagracia miró a su alrededor, había dejado el bolso y las cosas que estaban dentro desparramados por el piso. José Luis se agachó para ayudarla.

– No te preocupes, yo lo hago. – dijo recogiendo rápidamente todo, incluyendo las fotos.

– Gracias, deja me miro un momento en el espejo. Debo parecer una bruja.

Mientras se recostaba en el marco de la puerta con el bolso en la mano y la admiraba, José Luis pensó que vaya que lo parecía. Lo había hechizado y él no veía manera alguna de librarse. Al menos no esta noche. 

Altagracia salió de la habitación, cerrando la puerta y caminando elegantemente por el pasillo de camino al ascensor. José Luis se había quedado en su sitio, casi babeando.  Solo reaccionó cuando ella volteó la cabeza y le preguntó en un tono tan sexy que estuvo a punto de hacerlo explotar:

– ¿Vienes o tengo que ir a buscarte?

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