Capítulo 77

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La luz del sol la despertó. Había olvidado cerrar las cortinas del todo el día anterior. Altagracia miró el reloj y se sorprendió al ver que eran pasadas las ocho de la mañana. Había pasado más de doce horas en cama, pero seguía sintiendo el mismo cansancio. Se removió en el colchón, estirándose para aligerar la tensión que se acumuló en sus huesos.

El aroma a café recién hecho se coló por la puerta entreabierta y sus sentidos se despabilaron. Se levantó y tomó una bata de la maleta antes de salir con dirección a la cocina. Al cruzar por el salón, se ató el cinturón y cerró las solapas, ocultando sus senos. Miró a su alrededor, pero no había rastro de José Luis ni de que hubiera dormido en el sofá. Tal vez la había dejado sola, justo como le había exigido... Aunque eso sería tener demasiada suerte y últimamente ella no tenía. 

Sus dudas se disiparon cuando vio al empresario sentado en el desayunador, leyendo una revista que parecía muy vieja. Apenas levantó la vista cuando pasó por su lado para buscar una taza del líquido revitalizante.

– ¿Hay más café? – le preguntó, sin mucha ceremonia.

Vaya, así que no mereces ni los buenos días, José Luis, pensó él. No debería parecerle extraño. Era obvio que seguía molesta con él, pero poco importaba cuando estaba sana y salva.

– Si. – respondió el moreno, lacónicamente, releyendo por milésima vez una oración sin comprender nada de lo que decía. Había dejado de razonar desde que la escuchó salir de la recámara.

Altagracia contuvo un gruñido. El empresario tenía un aspecto espantosamente bueno y al respirar profundo notó una ligera fragancia a aftershave. Altagracia se estremeció y prontamente culpó a la falta de sueño. Mientras se servía de la cafetera, se sintió salivar... por el olor del café, no del hombre, se regañó.

– ¿Cómo dormiste? – hizo la pregunta para disimular que estaba nerviosa.

Él no respondió y Altagracia lo confundió con ganas de agotar su paciencia. Hizo una mueca de resignación y se sentó en el desayunador. Se tomó el café con aparente calma, tratando de pensar en cualquier otra cosa, aunque no podía concentrarse cuando estaban a escasos centímetros. 

Se dijo que no era necesario que fingieran estar bien... Ella tampoco iba a rogarle. 

Luego de unos minutos en incómodo silencio, dejó la taza en el lavadero y fue a la habitación, poniendo distancia entre ellos.

José Luis soltó el aire que no se había dado cuenta que estaba conteniendo. La realidad es que estaba demasiado tenso para hablar. Se sentía terriblemente consciente de ella, de su presencia y de su efecto en su cuerpo y sus emociones. Su mandíbula ya le dolía de tenerla apretada desde que la vio aparecer ante él y no se sentía capaz de conectar dos palabras sin sonar como un imbécil.

Había dado tantas vueltas en la noche, pensando en que estaba apenas a unos metros de él, en una cama...

Necesitaba salir a dar un paseo sin que ella lo notara. Necesitaba alejarse de las ganas que lo estaban carcomiendo. Ganas de entrar en su habitación y rogarle que dejaran todo atrás: la traición, la desconfianza, el dolor.

Pero no podía.

No podía dejar que su anhelo de estar con ella lo cegara de su misión: saber quiénes querían hacerle daño y mantenerla fuera de peligro.

Esa mañana se había levantado apenas vio el sol y se había cambiado para dar una vuelta por la casa. Su gente mantenía la propiedad bien cuidada y protegida. Además, al estar en el medio de la nada, se aseguraba de que ningún curioso se tropezara con ella.

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