Capítulo 81

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Ya había tardado demasiado, para José Luis no habría momento más perfecto que el presente.

– Cásate conmigo, Altagracia.

Al oír esas palabas con tanta seriedad, tanta emoción, Altagracia sintió como si el corazón se le fuera a salir del pecho. Tragó saliva, intentando deshacerse del nudo que se le había alojado en la garganta.

– José Luis, no me digas que este era tu único plan al traerme aquí... – quería renegar de su petición, convencerse de que no estaba diciéndolo en serio.

– No... – le respondió el empresario con una sonrisa maliciosa. Ella sabía que no estaba siendo del todo sincero.

– José Luis... – le advirtió, conteniendo a duras penas el tono burlón de su reprimenda.

El moreno se dijo que, aunque no era la respuesta profusa que esperaba, su rubia no había salido corriendo... todavía. Y eso tenía que ser señal suficiente de que estaba en buen camino.

– Está bien, admito que lo mandé a buscar ayer... – la tomó por la cintura para acercarla más a su cuerpo. Buscó en sus ojos el miedo que otras veces había visto en ellos, su mente le repetía que aún no podía cantar victoria. – Pero lo tenía hace semanas. Mucho antes de que... lo que pasó con Sa...

– Ya eso no importa. – lo sorprendió ella, colocando un dedo sobe su boca para acallarlo. – Ese malentendido quedó en el pasado.

José Luis tuvo ganas de besarla completa, de agarrarla fuerte contra él y nunca dejarla ir. Tenía tantos sentimientos contenidos que no sabía por donde empezar. Las palabras se formaron en sus labios antes de siquiera poder razonar.

– Mi güera... Me enamoré de tus demonios y tú no te dejaste asustar por mi oscuridad. Hoy más que nunca estoy seguro de que estamos hechos el uno para el otro. – respiró profundo antes de sacar la joya de la cajita. – Hazme el hombre más feliz del mundo y acepta este anillo.

Altagracia acarició su mejilla con delicadeza, preguntándose cómo podría aguantar tanta conmoción junta. José Luis había hecho mella en su coraza y ahora entendía, finalmente, que no era capaz de mantenerlo alejado. En su corazón el "sí" surgió sin que ella pudiera siquiera dudarlo.

– ¿A esto le llamas llevarlo poco a poco? – preguntó con una sonrisa.

– ¿Qué puedo decir? Soy un idiota impulsivo, si... Pero tu idiota impulsivo.

Y tenía toda la razón del mundo. Era un impulsivo que la hacía feliz, realmente feliz por primera vez en mucho tiempo. Por primera vez en casi toda una vida.

Y ella había tomado la decisión de entregarse a ese sentimiento de paz y plenitud.

José Luis se había encargado de resarcir sus errores. Se disculpó y demostró con acciones que dejó atrás todo lo que pensó había ocurrido con Saúl. Altagracia estaba cansada de correr de lo que sabía era su felicidad.

Ese hombre la había transformado y le hizo cambiar su percepción del mundo, su percepción de lo que ella merecía tener.

No se sentía capaz de ser feliz junto a nadie más.

Ya no había marcha atrás.

– Lo voy a pensar.

– ¿Lo vas a... pensar? – una tensión se apoderó de él, y tragó saliva antes de verla sonreír otra vez.

– Claro que no, tontito. – rozó la punta de su nariz con el dedo índice. – Si, mi amor... si quiero casarme contigo.

En ese momento, dejó de existir la razón para José Luis. Dejó de existir el resto del mundo, el pasado y las posibilidades del futuro.

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