– ¿Está viva? La necesito viva.
– Si, pero no sabemos qué tanto le afectó el choque.
– Son unos brutos. Les dije que la necesitaba viva, consciente, no medio muerta. Amárrenla ahí.
Altagracia escuchaba la conversación, esperando que estuviera soñando. No era capaz de moverse, ni siquiera podía abrir los ojos. No pasó mucho tiempo hasta que volvió a sumirse en la completa oscuridad.
[...]
Un ruido fuerte la despertó. Entreabrió los ojos con dificultad y poco a poco fue consciente de donde estaba. Era un cuarto sucio, sin ventanas, apenas iluminado por un bombillo en el techo. Había una puerta desvencijada que permanecía cerrada.
Le dolía todo el cuerpo, sobre todo el cuello. Conforme pasaba el tiempo fue recuperando sus sentidos. Había un olor fuerte a humedad y hacía frío. Al intentar moverse, se dio cuenta de que no podía. Miró sus manos, que estaban atadas con cables a una silla. Tampoco podía mover sus piernas.
No, otra vez no, pensó con miedo.
Se agitó en la silla, probando la fuerza de las ataduras. Estaban bien hechas porque no cedieron ni un poco. Se zarandeó aún más, movida por la impotencia de encontrarse en esa situación nueva vez.
¿Ves a dónde te trajo ser una necia?
Debió hacerle caso a José Luis. Si hubiera aceptado su protección, si hubiera entendido el peligro en el que estaba, no estuviera atada a una silla en ese momento. Aunque... ¿y si era él quien la había secuestrado? No, no podía ser. Él insistió en dejarle a sus hombres para cuidarla.
Tal vez te quiere dar una lección.
¿Poniendo su vida en peligro? No. Él podía ser un loco, un idiota impulsivo, pero nunca haría algo así.
Siguió contemplando la estancia. Al parecer estaba sola. Había una mesa, un colchón mugriento y roído y alguna que otra basura en el piso de cemento. No veía ningún indicio que le ayudara a saber dónde estaba ni quién la tenía amarrada.
Se miró el cuerpo y se fijó que su blusa blanca estaba hecha un desastre y apenas le cubría nada. La prenda de ropa estaba rota y manchada de lo que parecía ser aceite de motor y sangre. Esperaba que la sangre no fuera suya, aunque la posibilidad de que perteneciera a Rocco tampoco la tranquilizaba.
Lo poco que recordaba le decía que estuvo en un choque y que la persona responsable la quería viva.
Pero ¿para qué?
Los minutos pasaban y nadie entraba. En ese tiempo, estuvo buscando desesperadamente algo que la ayudara a salir de ahí: un pedazo de vidrio, una cuerda, lo que fuera. Seguía removiéndose en su asiento para tratar de aflojar los cables cuando la puerta se abrió de golpe.
Se materializaron frente a ella unos hombres que no reconocía. Parecían matones, muy posiblemente fueran los gorilas de la persona que estaba detrás de todo esto. Se quedaron parados, mirándola sin decir nada más y Altagracia temió que estuvieran ahí para darle una golpiza, o algo más.
– Hasta que te levantas, puta.
Pasaron unos segundos hasta que pudo ponerle un rostro a esa despreciable voz.
Alfonso Cabral.
– ¿Qué es esto, Cabral? – le exigió saber mientras abría los ojos como platos al verlo entrar. – ¡¿Te volviste loco?! ¡Sácame de esta silla, AHORA!
– Ay, Altagracia. No sabes cuánto he soñado con este día.
La rubia estaba confundida. Era consciente de que tenía muchos enemigos, pero nunca pensó que Alfonso Cabral fuera el culpable de su secuestro. No lo tenía por un hombre al que le gustara mancharse las manos. Aunque no debería sorprenderle. Después de todo, había criado un monstruo y, no obstante eso, seguía justificando a su hijito aunque tuviera todas las pruebas frente a sus narices.
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La Indomable
FanfictionAltagracia lo había perdido todo: su empresa, su familia, el hombre al que amaba... Pero la vida le ha dado otra oportunidad para resarcir sus errores y ser feliz. ¿La aprovechará? Como me habría gustado que hubiera sido La Doña 2.