Altagracia Sandoval
Genial, ahora estaba presa. Es cierto que había sido algo descuidada cuando llegaron a México, pero no creía que la hubieran reconocido en el aeropuerto, ¿o sí? De cualquier manera, no entendía qué pudo haber hecho mal.
Uy, no sé, Altagracia. ¿Tal vez confiar en el estúpido de Saúl?
Nunca aprendería. Siempre que volvía a confiar en él, salía mal parada. Lo que más rabia le daba era la cara de imbécil que puso cuando la vio. Quien no lo conociera, pensaría que estaba realmente sorprendido de que la policía estuviera ahí. ¿Siquiera estaba Mónica enferma? Lo único que tenía sentido es que se hubiera aliado con Karen y la policía para hacerla entregarse.
Pero... ¿por qué Karen estaba tan sorprendida como ella de ver a Saúl?
Lo que tenía que preocuparle era cómo iba a salir de ahí. Se sentía demasiado cansada para pensar en un plan. Además, estar en esa celda encerrada y el jetlag no ayudaban, pero no podía permanecer más tiempo en México. No pasaría mucho antes de que la prensa se enterara de que estaba viva y eso significaba que Mónica también lo sabría.
Estaba ocupada devanándose el cerebro cuando una voz la sacó de su ensimismamiento.
– Altagracia, ¿cómo estás? – lo vio llegar con su caminar tan característico.
¿Navarrete? ¿Cómo supo que estaba aquí?
Se levantó del banco donde estaba sentada y se acercó a las rejas de la celda para verlo de frente. No entendía cómo lo habían dejado pasar, ni siquiera la habían dejado llamar a un abogado. Nadie excepto Saúl sabía dónde estaba.
– ¿A qué viniste? ¿A burlarte porque estoy presa? – Altagracia alzó una ceja mientras se fijaba en su expresión, buscando algún atisbo de celebración en sus ojos.
– Nada de eso... Solo quiero ayudarte.
– Tú... tú tienes un problema con tener todo bajo control. Tener todo el poder. Supongo que deseaste esto por mucho tiempo.
– He deseado cosas por mucho tiempo, Altagracia... – esbozó esa sonrisa endemoniada que la volvía loca – pero nunca he deseado que estuvieras presa.
– Claro... Claro, siempre quisiste adueñarte de mi compañía. Pero, ahora que la tienes... ¿qué sacarías de tenerme presa?
– Ya te dije, solo quiero ayudarte. – dijo Navarrete, alzando las manos en forma de rendición.
– ¿A cambio de qué? – Altagracia sabía que no iba a ser tan fácil. Los hombres como Navarrete nunca perdían. Nunca hacían nada sin tener una ganancia.
La miró de una manera que la hizo recordar lo que casi pasa en aquella suite de hotel. Cómo casi se entrega ciegamente, sin pensar en las consecuencias. Sin pensar en nada más.
– ¿De verdad quieres saber qué quiero? – susurró mientras se acercaba más a ella.
Desearía que dejara de mirarla de esa manera. No le era posible pensar con coherencia. Sintió la impaciencia crecer en su interior mientras esperaba que él terminara de hablar. Aunque no necesitaba que lo confirmara, ella sabía exactamente lo que quería.
– Lo que realmente quiero... es a ti.
– Navarrete, ¿me estás haciendo una propuesta indecente? – esperaba que no se diera cuenta de cómo se le había acelerado el pulso con apenas dos palabras. "A ti".
– ¿Qué parece que estoy haciendo? Te ayudo a salir de la cárcel, quedas libre...
– ¿Y qué?
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La Indomable
FanfictionAltagracia lo había perdido todo: su empresa, su familia, el hombre al que amaba... Pero la vida le ha dado otra oportunidad para resarcir sus errores y ser feliz. ¿La aprovechará? Como me habría gustado que hubiera sido La Doña 2.