Capítulo 84

865 72 45
                                    

José Luis maldijo su suerte. Cuando despertó, pensó que su día iría bien al tener a la mujer que amaba entre sus brazos, pero tan solo bastó llegar a la empresa para valer madres.

Había sufrido dos inconvenientes totalmente innecesarios.

Primero una visita del pendejo de Trygve, quien no parecía ser capaz de callarse un segundo. Si no me hubieras mandado a España, tal vez fuera yo quien hoy me encontrara comprometido con ella, había dicho en tono burlón. El empresario se dio cuenta con recelo de que, si sabía del compromiso, significaba que había visto a Altagracia antes de reunirse con él porque la noticia todavía no era de dominio público.

En segundo lugar, y lo que había desencadenado esta discusión, Alejandra se había presentado en la empresa. Luego de aquella noche donde casi comete el error de acostarse con ella, decidió prescindir de sus servicios en la constructora para evitar malentendidos. Era buena abogada, pero no valía la pena que ella pensara que tenían algún tipo de relación o que buscara chantajearlo.

Aun cuando no habían aclarado lo de Saúl y creía que su rubia le había sido infiel, la experiencia de aquella noche le sirvió para darse cuenta de que no sería capaz de estar con otra mujer que no fuera ella.

Por esa razón había despedido a la licenciada con una buena remuneración. Remuneración que al parecer no había sido suficiente, ya que fue a exigirle que la reintegrara a gritos en el lobby de la oficina.

Genaro resolvería ese problema. Pero de este... de este no lo salvaba ni Dios.

– Yo... yo fui quien le avisó a la policía que llegabas a México. Yo soy el responsable de que te apresaran.

No estaba seguro de que ella lo había escuchado, hasta que vio cómo su rostro se iba resquebrajando poco a poco. Se apresuró a hablar, esperando que ella entendiera sus razones.

– Hablé con Vidal... Pero lo hice porque quería protegerte.

– José Luis... – Altagracia sintió cómo él le tomaba las manos y las acariciaba en un intento por apaciguarla.

Sentía su roce, pero no se podía mover. Su mente la llevó a esos momentos llenos de angustia en los que pensó que Saúl la había traicionado, en los que pensó que no podría estar con su hija hasta que fuera demasiado tarde.

– Mi amor... Lo hice por tu bien. – le dijo él,  intentando descifrar su expresión.

La cantidad inmensa de pendientes habían ocupado al empresario durante buena parte de la mañana y tarde. Cuando logró tener un descanso, pensó en entrar a la oficina de la rubia para saludarla, verla, lo que fuera. Quería besarla para refrescar la sensación de sus labios sobre los suyos.

Y lo habría logrado de no haber tenido la brillante idea de ser sincero justo en ese momento.

Ver el dolor en aquellos ojos verdes fue devastador. Sabía que nada de lo que dijera sería suficiente para resarcir su error, pero solo restaba hacer control de daños. Tal vez si se arrastraba lo suficiente, ella lo perdonaría. Tenía que intentarlo.

– Hice lo que pensé que era necesario. No iba a dejar que te maltrataran ni que alguna otra persona te encontrara antes y te hiciera daño. En esa celda estarías sana y salva, protegida por la gente de Vidal.

– ¿Cómo? – le preguntó, finalmente cayendo en cuenta de lo que significaban sus palabras.

Retiró con miedo sus manos de las suyas y las colocó sobre su vientre, tratando de calmar la sensación de acidez que se había posado en la boca del estómago. Se movió con torpeza, observando todo a su alrededor y sentándose en el sillón más cercano para asimilar esa confesión.

La IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora