Capítulo 12

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Saúl Aguirre

Saúl movía el móvil entre sus dedos temblorosos. Se debatía entre lo que debería hacer, que suponía dejar las cosas como estaban, y lo que quería hacer que era justo lo contrario. Había obtenido el teléfono del que Altagracia lo había llamado y ahora se preguntaba de qué servía tenerlo. De nada. Porque ya no podía volver atrás y deshacer sus errores.

Había pasado muchos días pensando luego de enterarse que Altagracia seguía viva. Pensando en cómo todo fuera diferente si su padre nunca hubiera muerto. Si nunca la hubiera acusado de cosas tan horribles. Si la hubiera apoyado más, querido más... Si hubiera ido a la hacienda a verla en vez de decidirse por Mónica.

No podía borrar el pasado, pero al menos ahora Mónica tendría una oportunidad para ser feliz, sin estar atada a un hombre que todavía suspiraba por otra

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No podía borrar el pasado, pero al menos ahora Mónica tendría una oportunidad para ser feliz, sin estar atada a un hombre que todavía suspiraba por otra. Una mujer que lo había marcado y de la que nunca se podría librar. Porque Altagracia estaba viva, pero nunca sería para él.

Aunque si ella supiera, tal vez... ¿Tal vez qué? ¿Volvería corriendo a tus brazos? Eres un verdadero cretino, Aguirre. Si es tu SUEGRA. SU-E-GRA.

Se levantó de la silla bruscamente y comenzó a recorrer en círculos su despacho de la Fundación. Eran casi las 5 de la tarde, pero su jornada apenas empezaba. Si antes trabajaba sin cesar, ahora no podía permitirse el lujo de parar. No cuando ella inundaba sus pensamientos. Necesitaba mantener su mente ocupada para no cometer una locura.

Como la que iba a hacer en ese momento.

Buscó el número dentro de sus contactos, aunque ya se lo sabía de memoria. Lo marcó, rogándole al cielo que fuera ella quien contestara. Intentó calcular la diferencia de horario, pero realmente no le importaba. El tono de llamada lo tenía intranquilo. Sonó una, dos... cinco veces. Justo cuando se iba a dar por vencido, la línea entró.

No había un murmullo como la vez pasada, pero sí se escuchaba una respiración agitada que hacía eco de la suya. Dijo lo primero que le vino a la mente:

– Altagracia... ¿eres tú? – no sabía si lo había pensado o si lo había dicho en voz alta, pero comenzó a dudar cuando no obtuvo respuesta por unos segundos.

Saúl, ¿cómo conseguiste este número? – era la voz de Altagracia, jadeante... Pero era ella. Le recorrió una sensación de alivio y nerviosismo.

– Es muy fácil encontrar un número por más privado que sea... Lo que me sorprende es que no lo hayas desechado. – y le divirtió cuando ella masculló lo que parecía ser una grosería en francés.

Matamoros tenía razón... Debí hacerle caso. Supongo que te di demasiado crédito. No me digas que le contaste a Mónica que estoy viva. – podía imaginarse su cara de desaprobación.

– No, cómo crees. Ella no sabe nada. Pero... te llamo porque debes saber algo.

¡¿Le pasó algo a Mónica?! – replicó con angustia.

– Noooo, no, no. Calma Altagracia, no ha pasado nada. Mónica está bien. Perdón. Es que no sé cómo decirlo, pero...

Habla ya, licenciadito. Si mi hija está bien, no entiendo para qué tendrías que llamarme.

– Me voy a divorciar de Mónica, Altagracia. – Las palabras salieron agolpadas de sus labios y se arrepintió al instante. ¿Qué iba a lograr con que ella supiera? Nada.

... ¿Por qué? Si le haces daño a Mónica, te juro por lo más sagrado que...

– No, Altagracia. Lo estoy haciendo precisamente para que sea feliz. Siempre tuviste la razón. No puedo estar con ella porque... – No lo digas, no lo digas, no lo digas... – porque sigo amándote.

Ay, este es el colmo... no insultes mi inteligencia Saúl, no seas majadero... Tú no sabes lo que es el amor. El que ama no daña y tu has demostrado una y otra vez que...

Iba a seguir escuchando la letanía de insultos, pero en ese instante, Mónica entró a la oficina con una carpeta en manos. Saúl se quedó viéndola, espantado. No podía dejar que supiera que Altagracia estaba viva.

– Oye, te marco luego. Chao. – cerró apresuradamente el teléfono, mientras una ola de insultos se escuchaba a través del auricular. – Mónica... ¿qué haces aquí? ¿En qué te puedo ayudar?

– Hola. Espero no haber interrumpido nada importante... Solo venía a traerte los papeles del divorcio. Están firmados, pero igual podrías echarle un ojo para confirmar que no falta nada. Mientras más rápido salga este trámite, más rápido podremos seguir con nuestras vidas.

Saúl la notó muy cansada. Tenía unas ojeras pronunciadas y su piel estaba extremadamente pálida. Obviamente todo eso era por su culpa y se sintió la escoria más grande del mundo.

– Mónica, aunque estemos separados, espero que sepas que siempre puedes contar conmigo. ¿Estás durmiendo suficiente? – se sentía como un cínico diciéndole esas cosas y al mismo tiempo ocultándole que su mamá seguía viva.

– Mira, Saúl... Entiendo que te sientas culpable, pero no te preocupes. En serio. Estaré bien. – le dio esa mirada que tanto había llegado a conocer desde que se separaron. Una mirada condescendiente. – Aunque la verdad es que si he estado durmiendo estos días... Demasiado, diría yo. Estoy cansada todo el tiempo. Creo que esto de balancear la universidad con la Fundación me está pasando factura.

– Es normal, no paras nunca. Debes descansar.

– Mira quién habla... – le dijo con una ceja alzada. – De cualquier manera, tengo que acostumbrarme. Hay muchas mujeres que necesitan nuestra ayuda y eso siempre lo tengo presente. Mujeres como...

Los ojos se le llenaron de lágrimas y Saúl tuvo ganas de abrazarla., decirle la verdad. Pero ese no era su lugar y debía respetarlo.

– Bueno, solo vine a dejarte esto. Me dejas saber si necesitas alguna otra cosa. – dijo Mónica mientras se disponía a salir de la oficina. De pronto, se tambaleó ligeramente y se agarró del marco de la puerta.

Y acto seguido se desplomó en el piso.

Saúl corrió para agacharse a su lado, levantándole la cabeza y gritando su nombre.

– Mónica, Mónica... ¿Me escuchas? ¡¿Mónica?! 

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