Capítulo 49

1.2K 106 141
                                    

Mientras caminaba del brazo de Rocco, Altagracia ya no se sentía tan segura de aceptar su invitación a almorzar. Lo bueno era que eso la alejaba de la oficina y de la presencia inesperada de José Luis. La cara que puso al llegar el griego era la de un hombre completamente desconcertado. Por un momento pensó en explicarle todo para que no se preocupara, pero se detuvo a tiempo. Esto le ayudaría a alejarlo de ella. O tal vez al contrario...

José Luis era muy protector. Se había puesto a la defensiva de inmediato y ella se sentía como una idiota al descubrir que le encantaba causarle celos. Algo le decía que tendría que pagar por ese desmadre más adelante.

El magnate griego no era más que un conocido de sus años como la doña, cuando aún tenía su propia constructora y no la acusaban de ser una asesina a sangre fría. Siempre habían mantenido una relación cordial, aunque él nunca perdía la oportunidad para intentar seducirla. Pero Altagracia era inmune a sus encantos. Stavros... Ehrm, Rocco, como insistía en que lo llamaran (algo estúpido, en su opinión), era en efecto un hombre guapísimo. Llevaba sus 54 años con orgullo y no se acomplejaba de sus arrugas o su pelo canoso, que a decir verdad agregaban a su atractivo. Su voz, acompañada de un ligero acento griego, podría poner a cualquier mujer de rodillas con solo una palabra.

A cualquier mujer, excepto a Altagracia. Porque ella solo podía pensar en José Luis. José Luis y esa forma de saber lo que necesitaba antes de que ella misma se diera cuenta. José Luis y ese cabello negro azabache que le encantaba recorrer con sus dedos. José Luis y esos ojos que la desnudaban con solo una mir...

– ¿... qué dices? – dijo Rocco, sacándola de sus pensamientos.

– ¿Ah? Perdón, estaba pensando en... – que debería quedarme. – en nada.

– Te decía que si querías ir a algún sitio en particular.

– No, pero tengo hambre. Mientras la comida sea buena...

– No se diga más. Te llevaré a un restaurante griego muy bueno. No es el más elegante, pero la comida está para chuparse los dedos. – dijo Rocco, mientras le abría la puerta del deportivo.

Altagracia aceptó su mano como ayuda para entrar en el vehículo. Y sintió...

Nada. Ni una chispa. Empezaba a sospechar que estaba arruinada para cualquier otro hombre que no fuera José Luis.

Ya basta. Ya eso se acabó.

Llegaron al restaurante y esperó a que Rocco la asistiera para desmontarse. Al entrar, él los dirigió a una esquina al aire libre donde estaba preparada una mesa para dos. Él esperó a que se sentara y le ajustó la silla, antes de quitarse el saco para sentarse frente a ella. De inmediato se acercó un mozo para ofrecerles las recomendaciones del día. Rocco pidió unas ensaladas horiatiki y un servicio de dolmadakia a modo de entrada y como pato principal una típica musaka. Para maridar, pidió un vino tinto del que no recordaba el nombre. Altagracia tenía mucha hambre así que ni le importó que no le pidiera su opinión.

Rocco se arremangó la camisa, dejando al descubierto unos tatuajes tribales. No cabía duda de que era un hombre muy masculino. Aunque sus ojos color gris y su sonrisa pícara le daban un aspecto medio infantil. Altagracia se encontró preguntándose qué pasaría entre ellos si...

SI no estuvieras tan encaprichada con José Luis.

– Fue una sorpresa enterarme de que habías vuelto. – dijo Rocco, otra vez interrumpiendo sus pensamientos. El mozo se acercó a servir las copas y ella aprovechó para dar un sorbo de inmediato. – Siempre asumí que estabas viva. Aunque no creí que volvieras a donde te maltrataron tanto.

La IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora