Capítulo 19

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Saúl Aguirre

Quería ayudar a Altagracia, pero ella no se dejaba. Le había hablado de todos los recursos legales a los que podía apelar para salir de la cárcel, aunque sea temporalmente. Ella se había limitado a decirle que no quería escucharlo más y mandarlo a sacar. Cuando él insistió, ella le gritó que no necesitaba su ayuda.

"Licenciadito."

La conocía lo suficiente para saber que solo era un mecanismo de defensa. No quería que la viera sufriendo por Mónica. Sin duda, saber el diagnóstico la había golpeado duro. Y por eso cuando salió del Ministerio, se dispuso a no dormir en toda la noche hasta encontrar una solución.

Iba conduciendo por la ciudad de camino a la vecindad de sus padres, tratando de pensar en una resolución a todo este embrollo, pero no se podía concentrar. Seguía pensando en Altagracia. Pensando en cómo se sintió la primera vez que la vio en el hospital. Pensando en todas las cosas que pasaron por su cabeza desde ese fatídico momento cuando se dio cuenta de que el amor que sentía por ella seguía tan vivo como el desprecio de ella hacia él.

Cuando recibió su llamada hace apenas unos días, sintió que ese amor que llevaba tanto tiempo reprimiendo lo iba a consumir. Por fin confirmaba lo que su corazón siempre había sabido, que ella no había muerto. Y ahora, al verla en carne y hueso, estaba seguro de que nunca podría librarse de ese sentimiento.

Tantos meses haciéndose a la idea de que no era amor real. Diciéndose que sus recuerdos de ella eran exageraciones, que solo la había endiosado. Pero un vistazo a Altagracia y toda esa resolución se había ido al traste. Adoraba cuando llevaba su cabello rojo pero con ese rubio se veía tan... tan...

Este no es el momento de pensar en esas cosas. Se dijo, pero ¿cómo no lo iba a hacer cuando la causante de su tormento estaba tan cerca?

Finalmente llegó a su hogar y, tras cerrar la puerta, no pudo evitar que sus pensamientos volvieran al Ministerio. Llevó los dedos a su frente y comenzó a masajear en círculos, tratando de relajar el dolor de cabeza que le había causado la conversación que tuvo con Altagracia a través de las rejas.

– Saúl, tal vez ya no tengo las influencias con las que contaba antes, pero te aseguro que no necesito ayuda, y mucho menos de ti.

– Pero esto es diferente, Altagracia. Es la vida de Mónica la que está en juego.

– ¡¿Y crees que no lo sé?! ¡¿Crees que no me estoy volviendo loca aquí encerrada sin poder siquiera irla a ver?!

– No estoy diciendo eso...

– No, solo estás ahí, juzgándome como siempre.

Y a partir de ahí, no había podido convencerla de escucharlo.

Era increíble la cantidad de emociones contradictorias que Altagracia le hacía sentir. Verla en esa celda, intentando no mostrarse vulnerable y frágil, hacía que quisiera abrazarla, cuidarla, asegurarle que todo saldría bien. Pero al mismo tiempo, se sintió frustrado cuando le habló como la doña, la que no buscaba la vía legal para resolver sus problemas. Lo dedujo en el momento que vio a José Luis Navarrete en el Ministerio.

Hasta ese día, solo lo había visto en fotos. Claro que sabía que se había adueñado de lo que fuera la Constructora Sandoval. Según había escuchado, no era el más íntegro de los empresarios. Tenía amigos poderosos en el gobierno y, luego de hacerse con la compañía de Altagracia, no tenía competencia alguna para establecer un monopolio.

Por eso imaginó que la visita de Navarrete no era de pura cortesía. Algo pasaba entre esos dos. Había tratado de escuchar lo que decían cuando entró al área de las celdas, pero hablaban bajo y estaban muy cerca... Demasiado cerca. Su intención no era interrumpir de manera tan brusca, pero una punzada de recelo hizo que casi gritara, anunciando su entrada.

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