Capítulo 25

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Altagracia Sandoval

Por fin había llegado a su casa. El trayecto había sido tortuoso. Trataba de no mostrar cómo se sentía en realidad mientras que por dentro solo tenía ganas de llorar.

¿Llorar? Si, llorar.

Llorar de impotencia. Pensó que nunca se podría sobreponer de la traición de Saúl, que ya no volvería a sentirse atraída de esa manera por otro hombre. Y vaya que el destino le había demostrado que estaba equivocada. José Luis había llegado a su vida para removerlo todo en su interior.

– Gracias, Genaro. – dijo cuando vio que habían llegado a casa de Regina.

– No hay por qué, doña. – le respondió Genaro, pero no le prestó mucha atención pues estaba enfocada en entrar en la casa y encerrarse en su cuarto. No quería que nadie la viera así, tan descompuesta. Y todo por unos simples besos.

Se bajó del vehículo con las llaves en mano. Estaba tan enfocada en abrir la cerradura que no se percató de la figura que estaba acercándose desde las sombras. Casi abría la puerta cuando oyó que alguien gritaba su nombre.

¿José Luis? Ya si, Altagracia. Estás tan loquita que hasta lo escuchas donde sea.

Pero era demasiado real. Cuando lo vio, la espantó la manera en que su mirada estaba fija en algo detrás de ella. Se giró para ver lo que le había llamado la atención y se tensó al constatar que era Saúl. Pensaba que no lo vería más después de cómo le habló ese día en el hospital. Aunque, si era honesta consigo misma, sabía que él no se quedaría de brazos cruzados.

– ¡Saúl! – La sorprendió lo desencajado que se veía. Hasta sintió un poco de preocupación por él.

– Alta, solo quería conversar contigo. Hablé con Regina, me dijo que no estabas y que no sabía cuándo volvías. Podría haberte hablado al celular, pero preferí venir y esperarte.

Vio como José Luis se acercaba a ellos y le dio pánico. No sabía cómo ninguno de los dos iba a reaccionar a la presencia del otro. Sintió como la garganta se le secaba y antes de responderle, José Luis decidió meter sus narices.

– Altagracia no tiene nada que conversar contigo. Y menos a esta hora, ¿por qué mejor no te largas? – dijo, mientras ella lo miraba con los ojos desorbitados. Los celos que demostraba le aceleraron el corazón, pero no entendía por qué se comportaba así si hace solo unos momentos la había rechazado sin más.

– ¿Y a ti quién te preguntó? Vine a hablar con Altagracia y ella es la que decidirá si lo acepta o no. – gruñó Saúl, acercándose de forma amenazante. Ya Altagracia había tenido suficiente de esta demostración ridícula de machos.

– A ver, se me calman los dos. – interrumpió ella, interponiéndose entre ambos. Giró su cabeza hacia José Luis. – Navarrete, pensaba que te habías ido a tu casa... ¿qué haces aquí?

– Yo... Quería asegurarme de que llegaras bien. – respondió cabizbajo, mientras se colocaba las manos en los bolsillos. Si no estuviera tan molesta con cómo la había tratado antes, estaba segura de que se hubiera lanzado a sus brazos sin pensarlo. Altagracia quería mantenerse enojada, pero el olor de su perfume se lo hacía difícil. Sin embargo, no podía flaquear, y menos frente a Saúl.

– Para eso me mandaste con tu guardaespaldas, ¿no? Pero como puedes ver, ya estoy bien. Ahora, si me permites... Buenas noches.

Al parecer, su tono mordaz tomó desprevenido a José Luis, quien se limitó a despedirse y subirse a su vehículo. A Altagracia la decepcionó lo fácil que fue lograr que se fuera. Y eso la incomodó aún más. No tenían nada, pero él poseía la capacidad de afectarla de esa manera. Por esa razón, en vez de mandar a Saúl por donde vino, lo invitó a pasar. Tuvo la tentación de mirar hacia donde estaba José Luis, pero se contuvo.

No sabía qué quería lograr con invitar a Saúl a entrar, pero su instinto le decía que estaba siendo una tonta. Un simple disgusto no debería hacer que se metiera en la boca del lobo y, sin embargo, ahí estaban. Entró al departamento y le indicó a Saúl que pasara al estudio. Cerró la puerta tras ella, no quería que Regina oyera nada de lo que hablaran. Se giró hacia él sin saber qué decir.

– Altagracia... Vine porque no tuvimos la oportunidad de hablar en el hospital. Sé que no me quieres cerca de Mónica, y lo respeto. Pero necesitaba hablar contigo. Decirte tantas cosas...

– Para eso está el móvil, Saúl. No era necesario que vinieras hasta acá. Y encima cómo te comportaste allá afuera. A ver, ¿qué fue eso? ¿Un concurso de quién la tiene más grande?

– No tengo la culpa de que él me haya hablado de esa manera. ¿No viste cómo se metió? Pensé que me iba a entrar a madrazos por solo dirigirte la palabra. Por cierto ¿qué estaban haciendo juntos?

– A ti no te debo explicaciones. – le respondió, cruzándose de brazos. Estaba cansada de tanto drama innecesario, quería irse a dormir. – Dime a qué viniste antes de que te eche de aquí.

– Quiero... quiero hablar de nosotros.

– ¿Nosotros? Saúl, ya no hay un "nosotros". Dejó de haberlo el momento en el que te casaste con Mónica. Mucho antes, si somos honestos.

– Ya te dije que cometí un error... Tenías razón. Bastó con perderte para darme cuenta de que no la amaba. De que solo te quiero a ti.

– No, no, no, no. No me vas a hacer esto. Y menos con Mónica en el hospital, ¡¿te volviste loco?! ¿Cómo piensas que voy a fijarme en ti después de todo lo que hemos pasado?

– Te conozco, Altagracia. Te conozco como la palma de mi mano. Y si de algo me he dado cuenta es que aún no me has superado. De que nuestro amor sigue intacto, a pesar de mis fallos.

– Ay, no me hagas reír. Saúl. – dijo sonriendo sarcásticamente. No le gustaba a dónde estaba yendo esta conversación, pero no podía hacer nada para pararla. – ¿Acaso piensas que me pasé todo este tiempo llorando porque te perdí? ¿Pasando noches en vela, preguntándome qué habría pasado si te hubieras casado conmigo y no CON MI HIJA?. Te estás dando mucho bombo, licenciadito.

– Y vuelves a decirme licenciadito. – ahora fue el turno de Saúl de sonreír. Y esa sonrisa causó escalofríos en Altagracia. – Lo haces para protegerte, para hacerme pensar que no te importa, cuando la duda te está consumiendo por dentro.

– No, Saúl. Lo hago para recordarte cómo empezamos... y cómo terminamos. Como dos desconocidos. Lo único que compartimos fue deseo, y nada más.

– Con que nada más, ¿eh? – respondió Saúl, acercándose peligrosamente.

Altagracia se mantuvo firme, no podía mostrar nerviosismo. No frente a él. Quiso rehuir del repunte de adrenalina que sintió, pero no podía. No podía dejar de mirarlo. No podía dejar de pensar en cómo él la había hecho sentir hace tiempo. En cómo su piel se erizaba con siquiera escuchar su nombre. Sentimientos que pensaba estaban enterrados, guardados bajo llave. Sentimientos que nunca quería volver a experimentar. Y tal vez podría haberlos aplastado si Saúl no hubiera seguido hablando.

– Me resulta difícil creer que hayas olvidado todo así tan fácil. Que con teñirte el cabello y meterte con un estúpido como Navarrete creas que borrarás las memorias de mis besos. – dijo, cada vez más cerca. Altagracia se pasó la lengua por el labio inferior, tratando de combatir la resequedad. Muy tarde se dio cuenta de que había sido un error, cuando Saúl fijó su mirada en su boca. – Mírame y dime que no sientes nada por mí, que no queda rastro en tu piel de mis caricias. Mírame a los ojos y dímelo.

Altagracia no encontraba las palabras para refutarlo. Porque no existían. Su respiración ya agitada se alteró más cuando lo tuvo frente a ella. Tan cerca que sentía el calor de su piel a través de la ropa. Sus pensamientos se nublaron y de pronto hizo algo que pensó nunca volvería a hacer.

Lo besó.

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