Altagracia Sandoval
Estaba sentada en la cafetería, en una de las sillas donde se había desplomado después de que Saúl se hubiera ido al baño. Después de que José Luis... Navarrete, se corrigió, se había ido. Ni siquiera le había dado la oportunidad de explicarle la razón por la que en un impulso lo llamó o el dolor que la embargaba. Y Saúl lo único que hizo fue salir corriendo al baño, dejándola sola.
Sola, como se había sentido durante mucho tiempo. De pronto, el peso de lo que estaba pasando le cayó encima. Vino a México pensando que podría resolver todo como antes, como siempre hacía... Como si siguiera siendo la Doña.
Pero ya nada era lo mismo. Ya no era la doña, la mujer fría y sin sentimientos que mostraba al mundo. Y ya no tenía la intención de seguir fingiendo. Finalmente estaba entendiendo la realidad. Se sentía fuera de control, le faltaba el aire. Necesitaba compartir la carga con alguien. Tantos años evitando abrirse a los demás le estaban pasando factura. Ahora que quería hacerlo, ¿cómo aprendería a soltar?
Se compuso lo más que pudo, tomó el café que Saúl le había comprado a Regina y se levantó para ir a la habitación de Mónica. Necesitaba empezar a confiar en la gente, a no tratar de llevar el embalaje ella sola. Y ¿quién mejor que la persona que siempre ha estado a su lado, la persona por la que daría la vida una y mil veces? No sabía cómo le daría la noticia a su hermana, pero estaba decidida a sincerarse, así podrían apoyarse la una a la otra.
Pero justo cuando se acercaba a la entrada de la cafetería, vio como ella se acercaba por el pasillo. Y perdió toda la valentía. No quería hacerla sufrir. Quería volver a como era antes, cuando ella se encargaba de todo y cuidaba de Regina. Cuando evitaba que le hicieran daño. Cierto, sus métodos no eran los más ortodoxos, pero al final el fin justificaba los medios.
– Si necesitara ese café para vivir, hace rato que estuviera muerta. ¿Qué les tomó tanto tiempo?
Altagracia se quedó sin palabras. Tenía la cabeza hecha un lío. Decirle o no decirle... Al parecer duró demasiado porque Regina de inmediato sintió que algo no estaba bien.
– Altagracia, ¿pasó algo?
– Eh... No... Lo que pasa es que...
– Ay, por favor, tienes una cara de tragedia que no te la quita nadie. ¿Qué ha pasado con Saúl? Ah y , ¿sabes qué?, vi a Na...
– No soy compatible con Mónica. – la interrumpió en un tono bajo. Altagracia pensó que tal vez no la escuchó, pero al levantar la mirada y ver su cara pálida, confirmó que el mensaje había llegado claro.
Ahora fue el turno de Altagracia de tomarla del brazo, acompañarla a una de las mesas y hacerla sentarse.
– Pero... Estábamos tan seguros de que tú... – dijo Regina, con los ojos llenos de lágrimas. Altagracia sabía lo que estaba sintiendo, era un reflejo justo de sus sentimientos.
– Lo sé, pero igual era una probabilidad muy baja... – respondió Altagracia, tratando de que su voz no se quebrara. No se podía deshacer tan fácil de la costumbre de aparentar ser fuerte frente a los demás.
– Si, un 30%, pero es que... ¿Por qué el destino insiste en ensañarse con nosotras, Altagracia? ¿Qué fue lo que hicimos para merecernos tantas desgracias?
– No sé, Regina, no sé... Pero siempre hemos salido a flote. Y esta vez no será una excepción, ya lo verás.
Regina estaba llorando abiertamente y Altagracia no supo qué hacer más que abrazarla fuertemente. Acarició su pelo, como había hecho tantas veces a través de los años. Su sufrimiento era hondo, pero el de Regina le hacía mucho más daño. Había cuidado de ella desde esa noche donde había perdido todo y la consideraba su responsabilidad, aun siendo ambas adultas.
Cuando Regina se calmó un poco, la miró, limpiándose las lágrimas. Altagracia sacó un pañuelo de su cartera y se lo pasó.
– No recuerdo haber pedido mi café con un extra de lágrimas. – dijo de manera jocosa. Eso le sacó una gran sonrisa a Altagracia y sintió que volvía a respirar normalmente. La tomó de las manos y la miró a los ojos. – Pero saldremos de esta, hermana. Mónica es una muchacha fuerte, es igualita a ti. Buscaremos por mar y tierra alguien compatible.
Altagracia se sentía tan aliviada. Sabía que el proceso era muy tortuoso, había leído mucha información de la enfermedad en internet. Pero estaba segura de que con el apoyo de Regina todo iba a ser más fácil. Esto también pasará, se dijo.
– No me dijiste qué onda con Saúl, no lo veo por aquí... Aunque estoy un tanto agradecida. Es un buen hombre, pero...
– Si, lo sé, Regina. La verdad ni sé a dónde se fue. Dijo que iba al baño, pero ya ha tardado bastante... Hemos estado hablando. Te aseguro que no tengo interés alguno de volver a estar con él. –Dile eso al beso que le diste anoche. Altagracia ignoró ese pensamiento y siguió hablando. – Lo que compartimos él y yo fue único, pero es imposible negar su relación con Mónica. ¿Cómo pretende que podamos tener algo?
– A ver, espérame tantito... ¡¿Qué?! Ayer cuando dijo que quería hablar de algo, asumí que era por la enfermedad de Mónica. ¿Acaso quiere volver contigo? – Regina la miraba horrorizada, y con razón. Era una locura. Altagracia podría tener sus dudas, pero cada vez que lo veía se daba cuenta de que no valía la pena arriesgar el amor de su hija y menos por un hombre que no sabía lo que quería. – Siempre tuve reservas sobre su relación, pero asumí que sus problemas eran debido al trabajo en la fundación o a tu desaparición, ¡no porque siguiera enamorado de ti!
– Una cosa es que él siga enamorado de mí y otra muy distinta es que yo lo esté de él. – dijo, buscando zanjar el asunto. Seguido expresó de manera firme – ... Y no lo estoy, que quede claro.
Altagracia comenzaba a arrepentirse de ser tan abierta con su hermana. Tenía que hacerle entender que había descartado la idea hace mucho. Bueno, no hace tanto. Lo de anoche fue un desliz y nada más. Un error alimentado por el alcohol...
Y la frustración sexual, le dijo un pensamiento entrometido. Pero se negaba a pensar en José Luis. Lo que ocurrió ayer había sido un incidente aislado, algo que nunca se volvería a repetir.
Ay, como te encanta engañarte a ti misma, Altagracia.
Estaba a punto de enterrar todo lo referente a José Luis Navarrete cuando Regina continuó hablando.
– Bueno, confío en lo que me dices. Por cierto, lo que te iba a comentar es que vi a Navarrete por aquí...
Altagracia abrió los ojos con sorpresa momentáneamente, pero decidió que lo mejor era pretender que no sabía de lo que estaba hablando.
– ¿Ah sí? – respondió demasiado rápido. Casi se pone en evidencia así que respiró y habló más despacio, evitando su mirada. – ¿Qué estaría haciendo aquí?
– Hmm... Altagracia, dime qué pasa con Navarrete. No te creo cuando me dices que no te interesa en lo más mínimo si hasta te brillan los ojos cuando menciono su nombre.
– Nada. No pasa nada con José Lu... con Navarrete. – Altagracia se sentía la peor actriz del mundo. Estaba siendo demasiado obvia.
Regina alzó una ceja, dejándole claro que no la convencía ni un poco. De repente, Altagracia pensó en su hija y se le fueron todas las ganas de discutir.
– Mira, eso no es importante ahora. – suspiró. – Lo importante es Mónica. No quiero decirle aún que no soy compatible. No quiero que pierda las esperanzas. Quiero que luche con todas sus fuerzas.
– Estamos de acuerdo. Pero tarde o temprano tendremos que decírselo, Altagracia.
– Si, pero no ahora. Por lo pronto, debemos hablar con Adolfo para ver... – Altagracia dejó de hablar cuando vio el rostro escandalizado de Regina. – ¿Qué pasa?
Siguió su mirada hacia una pantalla que se encontraba en un extremo de la cafetería. Se le paró el corazón cuando vio su imagen en el noticiero junto a un titular que decía:
"PRÓFUGA DE LA JUSTICIA ALTAGRACIA SANDOVAL ESTÁ LIBRE EN MÉXICO"
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La Indomable
FanfictionAltagracia lo había perdido todo: su empresa, su familia, el hombre al que amaba... Pero la vida le ha dado otra oportunidad para resarcir sus errores y ser feliz. ¿La aprovechará? Como me habría gustado que hubiera sido La Doña 2.