Capítulo 36

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Altagracia Sandoval

Estás bien pendeja, Altagracia, se repetía una y mil veces de camino a casa de Regina. Tuvo que salir en medio de la noche, llamar a Matamoros y rogar que la casa de José Luis no hiciera ruido alguno cuando saliera. Por cierto, tendría que hablar con él. Fue muy fácil salir de ahí, estaba demasiado expuesto.

José Luis...

Su piel aun recordaba sus caricias. Sus labios aun ardían por los besos apasionados. Su cuerpo aun quería más. No sabía qué bicho le había entrado cuando salió del baño después de la primera vez. Bueno, si sabía... El bicho del deseo. Solo pensó en disfrutar al máximo la única noche que tendría con José Luis Navarrete.

¿La única? ... La única.

Pero es que cómo se le ocurría acostarse con él en primer lugar... ¡Dos veces! Encima casi se queda dormida acurrucándose a su lado. Qué ilusa. ¿Cómo diablos pensó en quedarse ahí abrazada con él, imaginándose que eran una pareja normal? Que él era libre para estar con ella. Que esto no era puro capricho. Que tenían un futuro.

Fue un simple revolcón y ya. Aunque se le movieran todas las células del cuerpo al recordar su entrega. Al recordar cómo la había hecho gozar, cómo su placer había sido lo principal para él. Cómo se había tomado su tiempo para devorarla y hacerla llegar al borde del abismo antes de poseerla por completo. Unos escalofríos la recorrieron, pero decidió ignorarlos.

Aquí no ha pasado nada.

Cuando llegó a casa, entró sigilosamente, tratando de no levantar a Regina. Le habían enviado por mensaje de texto que Isabella se quedaría en el hospital con Mónica., así que pensó que lo mejor era ir a acompañar a su hermana.

Tenía por seguro que, si Regina la encontraba en medio de la noche en ese estado, sabría inmediatamente lo que había pasado... Y con quién. Tenía que evitar hablar de José Luis enfrente de ella porque era demasiado intuitiva. Igual que Matamoros, aunque al menos él no hacía preguntas. ¿Cuántas veces más se iba a sentir como una adolescente?

Se dio una ducha rápida antes de ponerse el pijama y recostarse en la cama. Esta noche nada de batas sugerentes. Se recostó y solo pudo pensar en él... en sus ojos oscuros quemándola, mirándola mientras le daba placer. En sus manos grandes recorriendo cada centímetro de su piel. En su lengua haciéndole cosas que la hacían pecar de pensamiento.

Basta, Altagracia. Una noche es todo lo que tendrás.

No se permitió pensar en la oferta de trabajo. Eso implicaría verlo todos los días en la oficina, enfrente del personal. No confiaba en sí misma, en poder controlar su mirada. Una sola vez se había permitido ser tan obvia... No más. 

Además, que él la quisiera ahí, no significaba que los demás socios lo aceptaran. Muchos aun pensaban que asesinó a sangre fría a Cabral y le echaban la culpa de sus problemas en la empresa. Nunca se lo admitiría a José Luis, pero estaba pendiente de todo el tema de la compañía. Más por morbo que por mera curiosidad. Que le ofreciera volver a trabajar ahí fue una sorpresa, sobre todo después del espectáculo mediático con su arresto.

Pero no podía preocuparse de eso ahora. Necesitaba olvidarse de la constructora, de la prensa... de José Luis Navarrete. Total, esa propuesta la había hecho prendido en fiebre. A lo mejor ni se recordaba de que se lo había dicho. Con ese pensamiento, se fue a dormir.

La levantó el ruido de su celular.

¿Quién diablos llama a las 6:18 de la mañana?

Estaba lista para mandarlo a la chingada hasta que vio el nombre de José Luis en la pantalla. La irritación fue sustituida por expectativa. Prometió no hacerse ilusiones, pero ¿cómo no cuando no pudo esperar a una hora decente para llamarla?

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