Capítulo 2

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Oía voces. Muchas, una. No sabía cuántas. Lo único que sabía es que le dolía hasta la madre. Desde la raíz del pelo hasta la punta de los pies.

¿Dónde estoy? Dijo. O más bien pensó. Trató de moverse, pero sentía el cuerpo paralizado.

¿DÓNDE ESTOY?

Estaba agotada. Escuchó vagamente una voz que parecía familiar.

— ¿Mi doña?

Saúl. Saúl, mi amor.

— ¿Doña?

La mente le jugaba sucio. No era Saúl. Claro que no lo era. Era Matamoros. El siempre fiel Matamoros, el que nunca la abandonaría.

Altagracia hace un esfuerzo para abrir los ojos. No sabe qué esperar. De pronto los recuerdos se agolpan en su mente. Estaba corriendo de la policía. Y de Saúl y Mónica. Mónica, su hija. Saúl, el hombre con el que se casó su hija. El hombre que Altagracia amaba.

¿La habrían arrestado? Todo le dolía. No podía más que pensar en el dolor. Dolor en la garganta, en el pecho. Dolor en su cuerpo y en su alma.

Con mucho trabajo abre los ojos y ve delante de si a ... alguien que no conoce. ¿Dónde está Matamoros? Trata de hablar, pero algo se lo impide.

Se siente muy cansada. Ya no puede más. Vuelve a dormir.

[...]

"Altagracia..."

Es Saúl. No lo puede ver, pero sabe que es él. Reconocería esa voz donde sea.

"Altagracia, nunca debí dejarte ir..."

Palabras que deseaba oír, por fin lo había aceptado. Buscaba a Saúl en la oscuridad. No podía estar lejos, lo sentía tan cerca.

"Mamá, ¿por qué no me quieres?"

Mónica. Su chiquita. Estaba tan arrepentida de haberla abandonado. Y ahí estaba, buscando al imbécil de Saúl cuando sabía que no la había elegido a ella. Había decidido casarse con Mónica y ya no había marcha atrás.

"Mamita, te necesito. No me abandones de nuevo. Te necesito."

Buscaba a su hija desesperada. De repente se le aparecía un laberinto y no sabía donde empezar. Seguía oyendo su voz, pero cada vez más lejana.

¡¡¡Mónica, MÓNICA!!!! ¡Ya voy, espérame chiquita, voy por ti!

El laberinto se cerraba y Altagracia ya no distinguía un pasillo de otro. No encontraba salida. Estaba desesperada. Su hija la necesitaba y no podía llegar a ella. No podía salvarla. Como no pudo cuidarla cuando nació. Como cuando decidió alejarla para darle una vida sin rencores, sin sufrimiento, sin el desprecio de su madre por ser producto de una violación. Esperando que Lázaro fuera su cuidador, la figura que ella nunca pudo ser.

Que eligió no ser.

Le faltaba el aire. No podía respirar. Abrió los ojos de par en par, mirando hacia todas partes, esperando que algo de lo que viera hiciera sentido.

Se encontraba en una habitación completamente blanca, a excepción de su sábana, de un color azul pálido. Olía todo a alcohol isopropílico, demasiado limpio para sentirse cómoda.

Intentó moverse, pero todo le dolía y sentía el cuerpo pesado. Se sentía desubicada. Sabía que estaba en un hospital, pero ¿por qué? Lo último que recordaba era...

Mónica

La boda de Mónica y Saúl. Y volvió el dolor, el peor de todos.

Recordaba vagamente lo que había pasado. Cómo había huido en Veracruz. Cómo había recibido una bala y luego se había tirado al mar buscando una salida. Cómo alguien la había rescatado del abismo. Pero seguía sin saber dónde se encontraba.

Continuó mirando a su alrededor y de pronto notó una figura recostada en un sillón. La desesperación no la había dejado fijarse en él. Matamoros. Su siempre fiel Matamoros.

¿Significaba eso que aún estaban en México?

Matamoros tenía los ojos cerrados, al parecer dormía. Hizo un esfuerzo sobrehumano y dijo en un susurro casi inaudible:

– Matamoros. – se aclara un poco más la garganta, pero le es imposible quitarse la sensación de tener arena alojada en la tráquea. – Matamoros. Un poco de agua, por favor.

Matamoros despierta lentamente de su letargo, pero en cuanto vio que Altagracia tenía los ojos abiertos, se apresuró a su lado.

– Doña, ¿cómo se siente? ¿Le duele algo? ¿Le llamo al doctor? ¿Me puede escuchar? Ay, dígame que me reconoce, ¿sabe quién soy? – Matamoros suelta todas las palabras al tiro. Parece muy cansado y Altagracia quería hacerle tantas preguntas, pero todavía sentía molestia para hablar.

Mira alrededor y nota la jarra de agua en una de las mesas de la habitación. Matamoros le sigue la mirada y se levanta rápidamente a servirle un vaso. Altagracia se intenta levantar, pero es tan difícil.

– Espere doña, no se puede mover. Tiene cortes y golpes por todas partes. El médico dijo que el mar la sacudió mucho y que es un milagro que haya sobrevivido como lo hizo. – le dice, mientras la ayuda a beber. Respira hondo. – Estoy tan feliz de no haberle hecho caso cuando me dijo que me fuera. No sé qué habría sido de usted si yo la hubiera dejado a su suerte. ¿Está cómoda? ¿Le ajusto algo?

Altagracia trata de hablar, las preguntas se agolpan en su cabeza. Pero, al verla intentar con mucha dificultad, Matamoros se adelanta:

– Qué idiota soy, el doctor dijo que iba a tener complicaciones para hablar. Es normal, duró dos semanas entubada y debe recuperarse. No se preocupe, yo sé que quiere saber todo lo que ha pasado desde que la rescaté del mar. Si prefiere descansar, me dice y me callo enseguida.

Altagracia lo mira con cariño, Matamoros la conoce tan bien. Le coloca la mano que no tiene la vía intravenosa, la que menos le duele, en una de sus mejillas. Lo mira a los ojos y pronuncia en silencio la palabra "Gracias".

Matamoros le toma la mano y la coloca entre las suyas. Procede a contarle toda la odisea que pasó al salvarla. Cómo después de sacarla del mar, más muerta que viva, tuvo que hacerle compresiones de pecho hasta que logró resucitarla. No sabía cuánto tiempo había durado sin oxígeno, Matamoros temió lo peor.

– Conseguí llegar a Tabasco en el bote donde soborné con parte del dinero que me dejó a una clínica para que la ingresaran y, lo más importante, que escondieran su presencia. – suspira y niega con la cabeza cuando Altagracia intenta hablar. Ya sabía que no le gustaría que gastara ese dinero en ella. –  La policía no podía encontrarla, doña. Por eso lo hice, así que, por favor, no me regañe.

Eso le sacó una sonrisa a Altagracia, le dolía la cara al hacerlo, pero qué más daba. Seguía estando atenta al cuento de Matamoros, quería todos los detalles, ya luego le preguntaría si sabía algo de Mónica.

– Me rapé la cabeza para esconder mi identidad y me mantuve todo el tiempo monitoreando los reportes que la mencionaran. Esperaba que la búsqueda cesara pronto, pero ese Saúl Aguirre es un hombre demasiado terco. – siguió, ignorando el breve destello de dolor que vio en los ojos de Altagracia. – En cuanto pude, conseguí su traslado a Cuba, aquí nadie nos buscaría.

– ¿Cuba? – hizo una mueca. Decir esa simple palabra le causó un dolor que le recordó a Altagracia que estaba viva.

– No trate de hablar, por favor. Tiene que descansar. Pero si, Cuba. Y aquí estamos. Ya no haga más preguntas. Me inagino que quiere saber de Mónica. Por lo que sé, ella está bien. Ha dado varias entrevistas defendiéndola a usted. Definitivamente es su hija.

Los ojos de Altagracia se llenan de lágrimas que luego se desparraman por toda su cara para ir a morir en las sábanas. Matamoros aparece de la nada un pañuelo y rápidamente seca su rostro.

– Todo irá bien doña, ya lo verá.

La IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora