Capítulo 79

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José Luis apenas podía pensar con el tremendo dolor de cabeza que lo había afectado durante todo el día. Y menos mal, porque en los pocos pensamientos que se colaban entre una punzada y otra, solo venía a su mente el rostro compungido de Altagracia. Se había pasado horas encerrada y, en cierto modo, el empresario lo agradecía. Mientras menos la viera, mejor.

Se removió contra los cojines. Aún en la oscuridad de la sala, volvieron a él las imágenes de la noche anterior. Ella con sus ojos verdes llenos de pena y lástima.

Sus palabras dulces...

Sus caricias...

La manera en que intentaba calmarlo...

Sintió otra estocada en la base del cerebro y decidió que ya estaba bueno de aguantar tanto tiempo sin tomar algo que lo aliviara.

Y ya está bueno de ser tan terco y hacerte el pendejo.

Un gruñido escapó de su garganta. Estaba totalmente agotado y no le hacía nada bien seguir pensando en ella y su cercanía. Se levantó del sillón y fue hacia el pequeño bar que mantenía en el salón. Se sirvió un trago doble de tequila, acabándolo de un solo sorbo. Sintió el líquido caliente recorrer su garganta y respiró con alivio después de tantos días sobrio.

Pero de inmediato se dio cuenta de su error.

El alcohol no haría más que exacerbar su frustración. Necesitaba un plan B.

Tal vez si se daba una ducha fría podría deshacerse del dolor de cabeza... y de las ganas de ir a buscarla. Miró brevemente hacia la habitación, pero todo indicaba que la rubia ya se había dormido. Debía ser muy tarde.

Se dirigió al baño en medio de la penumbra y cerró la puerta con cuidado. Ni siquiera quiso encender la lámpara de la estancia, preferiría evitar la claridad. Permaneció bajo el chorro de agua durante un largo rato, hasta que la tensión en su cabeza – y en su entrepierna - disminuyó lo suficiente para dejarlo respirar. Empezó a secarse cuando escuchó un sonido extraño y las señales de alerta se dispararon en su cerebro.

Se ató la toalla a la cintura y salió, intentando agudizar el oído. La puerta de Altagracia se mantenía cerrada y, mientras su vista se adaptaba a la oscuridad, se fijó en todos los puntos de acceso. Nada parecía estar fuera de lugar, por lo que se giró para volver al baño.

Pero otro ruido se hizo presente. El sonido era casi imperceptible, y se dijo que era una suerte que estuviera despierto para darse cuenta. Parecía provenir del cuarto de lavado. Si se trataba de un intruso, habría entrado por la puerta trasera que, aunque fuera segura, era más vulnerable.

Es posible que fuera solo un animal de los que abundaban en el bosque, pero no quería arriesgarse.

Dirigió otra mirada rápida hacia donde Altagracia debía estar durmiendo plácidamente antes de dirigirse con sigilo a la parte posterior de la casa. Sopesó si debía ponerse unos jeans, pero no tenía tiempo que perder.

La luz se colaba por la puerta entreabierta y José Luis contuvo la respiración. ¿Quién era lo suficientemente estúpido para irrumpir en una casa y prender la luz? Se acercó aún más hasta que pudo mirar dentro del cuarto.

Y soltó todo el aire de golpe.

Altagracia.

Llevaba una camiseta que apenas cubría las curvas de su trasero y se estiraba sobre la lavadora para alcanzar algo en una de las repisas, dándole todo un espectáculo. José Luis pudo sentir cómo toda la sangre de su cuerpo se concentraba en un punto y su deseo se hacía visible bajo la toalla.

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