José Luis se quedó mirando el rostro apacible de su güera. No quería dormir, no quería arriesgarse a no ser capaz de volver a despertar.
La vio dormir y apartó un mechón rubio que cayó sobre su frente. Sin poder contenerse, recorrió con la punta de los dedos sus cejas, sus mejillas, la punta de su nariz perfecta hasta llegar a sus labios. Con ese simple roce se sentía el hombre más afortunado del mundo. Al ver como su respiración acompasada llenaba su pecho y sentir la redondez de su vientre, pensó que no era posible merecer tanta felicidad, merecer a una mujer como Altagracia.
De merecer formar una familia con ella.
Le hizo un juramento en silencio: nunca más estaría sola. Le prometió una vida juntos, llena de paz, de felicidad...
Sin embargo, al menos por ahora, solo la abrazaría mientras la dejaba descansar.
Estuvo observándola y agradeciendo su buena suerte hasta que los rayos del sol se colaron por las cortinas. Los ojos verdes se abrieron lentamente y se fijaron en él. Eran los ojos más preciosos que había visto en la vida, los que tuvo miedo de no ver nunca más.
Una letanía de emociones pasó por su rostro: desde turbación, pasando por la perplejidad hasta llegar a una serenidad que lo hizo estremecerse.
– Hola...
– Hola... – dijo ella, aun soñolienta. – Pensé que... Pensé que me había imaginado que despertaste.
– Pues ya ves que no. – le respondió, brindándole una sonrisa tranquilizadora. – ¿Dormiste bien?
– Perfectamente, considerando que me urge ir al baño... – se levantó con cuidado, acariciando su panza. – ¿Qué hora es?
– Deben ser las seis. – trató de ubicar el reloj en la pared.
– Creo que es la primera vez desde que todo pasó que duermo ocho horas corridas...
Por fin podía permitirse descansar y sentir todo lo que se negó a sí misma durante la convalecencia de José Luis. Un gran peso se le había quitado de los hombros.
– Ay, mi güera, si hubiera sabido que te ibas a descuidar tanto, me levanto antes.
– Si serás... – rio con ganas. – Lo dices como si hubieras tenido control sobre eso... o sobre mí.
– ¿A poco no tengo?
Altagracia hizo un mohín con picardía.
– La verdad es que tantito, sí. Pero eso es solo porque estás enfermo. En cuanto te recuperes...
– Altagracia... – le advirtió, acariciando su mejilla.
– Si, si, claro que tienes poder sobre mí. ¿Contento? – le plantó un beso en la palma de la mano y él sonrió.
– Mucho.
– Y por lo demás, no te preocupes, Regina estuvo siempre pendiente, no me he perdido ni una sola cita en el médico y todo va maravillosamente bien. Solo...
– ¿Solo qué? – le preguntó, al ver cómo la tristeza se hacía presente en sus ojos.
– No es nada... Es que... tuve mucho miedo de que no estuvieras. Me sentí tan culpable...
– A ver, ¿qué hablamos ayer? – la abrazó contra él con fuerza. – No fue tu culpa, fue la mía por hacerte caso, por alejarme cuando sabía que no debí hacerlo.
– Yo sé... sé que debo ser agradecida...
– Y yo debo aprender de mis errores. Te prometo que nunca más te dejaré salirte con la tuya.
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La Indomable
FanfictionAltagracia lo había perdido todo: su empresa, su familia, el hombre al que amaba... Pero la vida le ha dado otra oportunidad para resarcir sus errores y ser feliz. ¿La aprovechará? Como me habría gustado que hubiera sido La Doña 2.