Capítulo 64

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– ¿Cómo estuvo eso de ser testigo, José Luis? Casi me matas de los nervios. – y lo decía en serio.

– Oh, eso... – dijo él, claramente asombrado.

– Si, eso... – repitió ella, alzando una ceja.

Como no le había preguntado antes, José Luis pensó que se había salvado de su interrogatorio. Esta vez giró la delicada mano para posar un beso en su palma y se aclaró la garganta antes de continuar.

– Era un as bajo la manga. – le respondió, con una media sonrisa. Trataba de engatusarla con sus encantos, pero era evidente que no iba a poder zafarse de esta. Lo confirmó cuando ella le lanzó una mirada que lo hizo tragar en seco. – Está bien... Te cuento. Aguirre no es santo de mi devoción...

– Eso lo sé mejor que nadie. – se burló.

– Pero fue su idea. Sabíamos que, si te enterabas, te ibas a negar. Yo estaba dispuesto a hacer todo lo posible por evitar que cayeras en la cárcel. Dentro de lo legal, claro está. – carraspeó cuando vio que iba a protestar. – Así que lo mantuvimos en reserva por si lo necesitábamos. Y funcionó.

Por más que detestara al abogaducho, tuvo que poner sus celos de lado para ayudar a su mujer. Se preparó para la letanía de insultos, pero, para su sorpresa, Altagracia se acercó a él y lo besó con ternura. Altagracia comprendió el motivo de que hubieran ido a hurtadillas. Era por su bien, pero no le gustaba nada que le guardaran secretos. Claro que ella tampoco le había contado lo de las fotos, así que no debía ser hipócrita...

Pero ahí, en el espacio del vehículo, olvidó todo lo que la apremiaba. Solo podía sentirlo a él, abrazándola contra su pecho para hacerla sentir segura. Para dejar que descansara de la porquería que había recibido todos esos días.

Se quedó a escasos centímetros de su boca, rozando ligeramente sus labios, para hablarle en un susurro.

– Gracias.

– A ver, ¿acaso estoy soñando o me agradeciste? – musitó, aprovechando para darle unos cuantos besos cortos.

– No seas canalla, amor... – sonriendo contra su boca. – Gracias.

José Luis agradeció al cielo que ya habían llegado al edificio porque de lo contrario, hubiera estado a punto de olvidarse de la cena y de todo plan que no incluyera a su güera desnuda entre sus brazos.

Al llegar al departamento, los recibió un aroma exquisito a comida casera recién hecha. Mónica salió en a su encuentro, llevando una bandeja con copas de champán para los recién llegados.

– Bienvenidos a la celebración. Ya estamos casi listos para el banquete. – les explicó con una sonrisa inmensa. A Altagracia se le hinchaba el corazón al verla tan feliz y llena de vida. Tomaron sus copas y la siguieron al interior.

– ¿Qué es todo esto, hija? –le preguntó cuando vio la mesa del comedor finamente decorada.

– Nada extraño, mamá. Estamos celebrando tu libertad.

– Pues si, pero pensé que sería algo más... sencillo.

– Ay, por favor, Altagracia. ¿cuándo algo tuyo ha sido "sencillo"? – rio Regina, mientras llevaba una fuente con lo que parecía ser tinga de res a la mesa.

– Es que... Es mucha comida. – realmente parecía suficiente para todo un batallón. Aunque todo se veía delicioso y el hambre ya se estaba haciendo presente. – ¿Cómo se las arreglaron para hacerlo tan rápido?

– Pues ya habíamos pensado en la posibilidad de que todo acabara hoy... – le explicó Mónica. – Le pedí a Magdalena, una de las seños de la vecindad, que nos preparara un manjar y aceptó. Cocina de rechupete y sé que te va a encantar.

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