Capítulo 7

1.1K 105 21
                                    

José Luis Navarrete

Estaba sentado en un café de París muy famoso, que bien pudiera ser cualquier otro porque igual no recordaba el nombre. Lo importante para él en ese instante era pasar desapercibido. Algo que nunca podría hacer en México. Quería desaparecer para el mundo, como el mundo había desaparecido para él hace mucho tiempo.

Estaba de visita en Francia para cerrar un acuerdo con un posible socio de su empresa, Constructora Navarrete. Sin duda, la compañía de construcción más importante de México. Ya no tenían competencia alguna desde que Altagracia Sandoval desapareciera del mapa y el gobierno le vendiera todas sus propiedades, incluyendo la constructora.

No se lo admitiría a nadie, pero la verdad es que le encantaba tener de rival a Altagracia. La Doña, como le decían, era implacable en todos los sentidos. Así si había emoción, tener una competidora que fuera su igual, que le diera la carrera en todos los proyectos en los que pensaba invertir. Que no se dejara avasallar, una contrincante digna de admirar.

Recordaba el día en que la vio en persona por primera vez, en una de las numerosas conferencias a las que le invitaban. Había escuchado y leído tanto de ella y, sin embargo, nada pudo prepararlo para lo que experimentó al verla. Era bella, desde luego, pero mucho más de lo que dejaban ver las fotografías en los periódicos y revistas. Y no solo eso, sino que cuando hablaba, comandaba una habitación completa.

Ese día ella se encargó de dar un discurso sobre el nuevo rol de la mujer en la industria de construcción. José Luis se había quedado maravillado con su capacidad de percepción del negocio y su sagacidad. Pensó que definitivamente debía tener algún defecto, no podía ser tan perfecta.

Y lo tenía, aunque ni siquiera podía decir que era una imperfección real. Caminaba muy soberbia, ignorando todas las miradas sinuosas de los hombres. Tenía un aura que la hacía parecer inalcanzable. Te robaba el aliento y eso ni la afectaba. Pero a José Luis Navarrete no le daba miedo nada ni nadie, ni siquiera una diosa como Altagracia Sandoval.

Así que se acercó a ella, cruzando del mar de gente que la rodeaba. Algún idiota le estaba explicando algo tan básico que cualquier estudiante de ingeniería debería saber. Altagracia podría ser arrogante, pero fingía de manera convincente que prestaba atención a la plática.

Hasta que fijó sus ojazos verdes en él. Lo miró de arriba abajo, como apreciando si valía la pena dirigirle la palabra. Y al parecer sí.

– José Luis Navarrete – anunció Altagracia, cortando toda conversación. – Vaya honor tenerlo por aquí.

La nota leve de sarcasmo que tenía su voz no le pasó desapercibida a José Luis. Era como si lo estuviera retando sin decirlo abiertamente.

– Altagracia Sandoval, es un placer al fin conocerla, Doña. –  le respondió mientras tomaba su mano y besaba sus nudillos a modo de saludo. Si no la conociera mejor, diría que hasta se sonrojó momentáneamente.

– Igualmente. Es bienvenido a disfrutar el resto de la velada. Ahora, si me disculpan. – y procedió a retirarse del salón, ignorando a todos a su paso.

José Luis sonrió con ese recuerdo. Desde que Altagracia desapareció, ya su vida no tenía emoción. La competencia entre ellos era lo único que le generaba algún sentimiento real desde la muerte de su hijo.

Duró unos minutos sintiendo pena de si mismo y de lo que su vida se había convertido, hasta que algo lo exaltó.

– ¡Altagracia, ¿eres tú?!

Y entonces, se fijó en una de las mesas contiguas y la vio. Creía que su mente le estaba jugando sucio, pero era ella, estaba seguro. Ahora llevaba el pelo largo y rubio, la hacía ver más joven. Tenía un vestido verde oliva holgado que no era su estilo habitual, pero le quedaba espectacular. Esta mujer se podía poner un saco de papas que quisiera e igual sería la mujer más guapa de todas.

Concéntrate, José Luis. ¿Cómo es que está viva?

Sacó su móvil del bolsillo y marcó el número de su jefe de seguridad.

– Genaro... No, todo tranquilo. Solo necesito que investigues algo para mí. Lo necesito ya.

Cerró la llamada luego de darle instrucciones y se giró para no perder a Altagracia de vista, cuidándose de que ella no lo viera. Estaba sentada con quien fuera su guardaespaldas. Lo reconoció porque siempre estaba a su lado. Y el otro, el que la había llamado por su nombre... Ese no lo podía ver bien para saber quién era, pero no le gustaba para nada cómo se comportaba. Al parecer tenían mucha confianza y Altagracia le dedicaba sonrisas mientras le tocaba el brazo.

Esta Altagracia se veía diferente, más relajada. Entendía el cambio de imagen, era una prófuga de la justicia y nadie debía reconocerla. Pero ¿y ese cambio de actitud? Sentía demasiada curiosidad. El sonido de su risa lo tomó completamente desprevenido y se le antojó la risa más hermosa que había escuchado.

Se había quedado embobado mirándola divertirse cuando Genaro finalmente lo llamó de vuelta.

Jefe, ya todo está listo.

La IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora