José Luis se imaginaba que estaría borracha, pero no a ese punto. Se había abalanzado sobre él con mucho ímpetu, casi derribándolo en el proceso. Sus labios se movían sobre los suyos con obstinación, y la rubia intentaba abrirse paso con su lengua. El empresario estuvo a punto de dejarse rendir a la tentación, pero retomó el sentido a tiempo.
La tomó por los brazos para separarla de él y mirarla la cara. No la soltó al darse cuenta de que seguía tambaleándose. Altagracia estaba completamente ebria. Si el intenso sabor a tequila que quedó en sus labios no era prueba suficiente, lo que dijo a continuación la empresaria lo terminó de convencer.
– José Lu-is... – intentó besarlo de nuevo sin éxito, pues él la mantuvo apartada con firmeza. – ¿Eres tú en serio? ¿No estoy so... soñando? – las palabras salieron arrastradas y, aunque trató de estabilizarla, Altagracia seguía sin poder mantenerse en pie.
Como pudo, el empresario la cargó en brazos y cerró la puerta con el pie. La llevó hasta un sillón donde la recostó con delicadeza. Aunque la rubia trató de levantarse varias veces, las piernas no la sostenían así que, finalmente, dejó de intentarlo. José Luis se pasó una mano por el cabello algo desarreglado. Encontrar a Altagracia así le había removido algo en su interior, un sentimiento que no estaba dispuesto a explorar en ese momento.
– Altagracia, ¿cuánto bebiste? – dijo sombrío, mientras se arrodillaba a su lado para verla a la cara.
– No es mo-momento de hacer ese tip-po de preguntas... Hay otras cosas que me inter... interesan de ti. – dijo, mientras acariciaba su corbata desarreglada. Sus ojos estaban desenfocados, pero no había duda alguna de a qué cosas se refería.
José Luis respiró profundo y la opresión en su pecho se hizo aún más insoportable. Le dolía verla así. Le recordaba tanto a Eleonora. No debería trazar paralelos entre ellas, pero no podía evitarlo. Aunque se reprendió a sí mismo: Altagracia no era Eleonora.
Esto no era más que algo pasajero... Algo que tal vez él mismo había causado. Cambió el peso de una pierna a otra y pensó en cómo podría ayudarla a salir de ese estado.
– ¿Qué tal si hablamos luego de que te traiga un vaso de agua?
– N-no. No quiero agua, no necesit-to agua. – de pronto su semblante cambió y lo miró con recelo. – Como tampoco... t-tampoco necesito nada d-de ti. ¿Qué haces aquí?
– Tú me llamaste, ¿recuerdas? – le dijo en un tono suave, esperando poder tranquilizarla... y tranquilizarse él mismo. – Vengo ahorita, verás que el agua te hará sentir mucho mejor.
Se levantó y, de camino a la cocina, se fijó en las dos botellas de tequila que se encontraban desparramados en el piso del salón. Resopló frustrado mientras llenaba un vaso con agua fresca. Estaba a punto de volver junto a Altagracia cuando la vio entrando por la puerta abatible.
Se veía mucho menos desorientada y José Luis tragó saliva al ver su expresión de lascivia. Se dirigió hacia él y tomó el vaso de sus manos para colocarlo en la isla que estaba en el medio de la estancia. La rubia trazó la línea de su mandíbula con un dedo y ladeó la cabeza, como disfrutando de verlo tomar aire.
– Solo te quiero a ti, José Luis. ¿Es que no lo entiendes? ¿Cómo puedes pensar que te pegaría los cuernos si yo... yo...? – susurró acercándose cada vez más, mirándolo fijamente a los labios.
Las palabras se quedaron en el aire y el empresario se olvidó de respirar. Justo cuando pensó que no podría aguantar más, ella levantó la mirada dolida y le hizo recordar lo que lo había traído a su casa.
– Eres un imbécil... – lo empujó ligeramente con el dedo índice. – ¿Cómo me pudiste decir esas cosas tan horribles? ¿Cómo pudiste dudar de mí? Y ahora... Ahora vienes, ¿a qué? ¿A qué viniste, Navarrete? – había tanto desdén en sus palabras que le recordó a cuando apenas habían compartido uno que otro beso.
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La Indomable
FanfictionAltagracia lo había perdido todo: su empresa, su familia, el hombre al que amaba... Pero la vida le ha dado otra oportunidad para resarcir sus errores y ser feliz. ¿La aprovechará? Como me habría gustado que hubiera sido La Doña 2.