Capítulo 22

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José Luis Navarrete

José Luis daba vueltas en su oficina, checando el móvil cada tanto, esperando alguna señal de Genaro. Lo último que le había dicho, hace exactamente 3 minutos, era que Altagracia seguía en casa de Regina.

Había pasado el día completo fingiendo que prestaba atención en las reuniones, con la mente en las nubes pensando en cuándo volvería a ver a Altagracia. No sabía lo que tenía esa mujer que lo volvía un inútil. Con una sola mirada lo hacía actuar de la manera más desalmada. Solo había que fijarse en la forma en que se había comportado en el Ministerio, exigiendo verla, moviendo mar y tierra para sacarla del lío en el que estaba metida. Todo eso, mientras sobornaba a la prensa, evitando que saliera la noticia de su llegada a México.

Altagracia aceptó el trato, sí, pero le advirtió que sería bajo sus condiciones. Condiciones que no le había querido decir en ese momento. Un hombre inteligente se hubiera negado a llegar a un acuerdo sin saber los detalles. Pero él dejaba de ser un hombre inteligente en todo lo referente a ella.

José Luis todavía no sabía la razón por la que Altagracia había vuelto a México. Sabía que su hija estaba enferma, pero se había negado a decirle el nombre de la enfermedad. Sus hombres tampoco habían conseguido nada, pero debía ser algo grave para hacerla volver.

El sonido del celular sacó a José Luis de sus pensamientos y corrió a tomar la llamada.

– Genaro, ¿alguna novedad? – dijo tratando de controlar su respiración. No podía darse el lujo de parecer un desesperado frente a sus empleados.

Muy tarde, ¿no crees?

Sí, la doña y su hermana salieron de la casa sin el guardaespaldas. Le estamos dando seguimiento. ¿Qué hacemos?

– Síganle la pista. Me informas inmediatamente a dónde van y me envías la ubicación. Quiero estar informado de absolutamente todo. Con quién están, qué hacen, todo. Mantengan la vigilancia.

De acuerdo, patrón.

La espera se le hizo eterna hasta que recibió un mensaje de texto con la ubicación. Reconocía el nombre del bar porque lo frecuentaba con sus amantes. Era un sitio discreto, perfecto para mantenerse en bajo perfil. José Luis sintió como sus manos comenzaban a sudar al pensar en por qué habían elegido ese sitio y en quién las podría estar acompañando. Hasta que recibió otro mensaje indicándole que estaban solas y al parecer no esperaban a nadie.

No lo hagas, José Luis. Vete a casa. Ya tendrás tiempo de hablar con ella.

Esos fue lo último que se dijo antes de tomar su chaqueta y dirigirse al ascensor. Era bastante tarde y casi todos los empleados se habían ido. Solo quedaba un guardia de seguridad y su chofer, quien, al verlo dirigirse a la salida, se incorporó y rápidamente se puso delante de José Luis para abrirle la puerta. Se montó en el vehículo y antes de que el chofer lo pusiera en marcha ya le había dicho el nombre del establecimiento a donde se dirigirían.

Llegaron al bar y José Luis le pidió que se parquearan unos metros lejos de la entrada. De pronto se le quedó la mente en blanco.

¿Y ahora qué vas a hacer? Definitivamente no estás en tus cabales, cabrón.

Se quedó debatiendo entre quedarse en el coche y entrar al bar, fingiendo que no sabía que ella estaba ahí.

Caray, Navarrete, estás cada vez más idiota. Ella no es estúpida, va a darse cuenta.

Y eso fue lo único que lo convenció de no entrar en ese momento. Se dijo que solo quería hablar con ella... Hablar y muchas otras cosas.

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