Altagracia Sandoval
Esperaba haber tomado la decisión correcta al aceptar la invitación de Trygve a cenar. Sí la había pasado muy bien en el café, pero no le encantaba la idea de pasar toda una velada con él. Aunque al menos haría algo diferente a lo que llevaba haciendo todo este tiempo en Europa.
Estaba cansada de hacer turismo, de pasar los días sin saber si era lunes, jueves o sábado. Iba a ser difícil en su situación, pero le urgía volver a trabajar. El dinero no era el tema. Lo que le hacía falta era tener una agenda repleta de reuniones, llamadas con gente importante, conferencias y revisión de proyectos en proceso. Era agotador, pero la hacía sentir viva.
En el mundo de la construcción era La Doña, una mujer implacable, que causaba admiración y envidia a su paso. Ahora era solo Altagracia Sandoval... Bueno, técnicamente Olivia Jacques. Se había quitado un peso inmenso al salir de México, pero también sentía que le faltaba algo.
No podía volver a su constructora, eso era obvio. José Luis Navarrete, su rival, se había adueñado de todo lo que le pertenecía luego de comprárselo al gobierno. Y ni siquiera podía odiarlo por eso. Era un hombre de negocios aguerrido. Ella hubiera hecho lo mismo en su lugar. Podía respetar un hombre que viera una oportunidad y la tomara sin dudar.
Altagracia suspiró mientras daba los últimos toques a su maquillaje. Necesitaba ocupar su tiempo en algo productivo. Por ahora, ir a cenar con Trygve era lo más cercano a algo "productivo". Tal vez él la ayudara a construir una empresa desde cero. No tenía idea de cómo lo lograría, al menos no en Latinoamérica. Pero probar no costaba nada.
Miró el reloj. Faltaban 20 minutos para las 8, hora en la que acordaron la cita en el restaurante Alain Ducasse. Lo eligió Altagracia ya que, al estar ubicado en el mismo hotel en el que se hospedaba, Le Maurice, podría ponerle fin a la noche en cualquier momento e irse a su habitación sin complicaciones.
Tenía un peinado recogido ligeramente al descuido, con unos mechones sueltos a los lados de su rostro, complementando la forma de su cara. El maquillaje que escogió explotaba su atributo más llamativo: sus ojos. Un rubor leve cubría sus mejillas y el labial le quedaba perfecto con el color del vestido, de un naranja tostado precioso.
Algo que si le gustaba de andar despreocupada por Europa era salirse de su zona de confort en cuanto a vestuario. La ropa vaporosa y ancha no era la marca de La Doña, pero a Altagracia le quedaba espléndida y le encantaba.
Completó el atuendo con un extravagante collar de oro para equilibrar la sencillez del vestido, un brazalete a juego, unos aretes discretos y un bolso tipo sobre. Se roció un poco de perfume debajo de las orejas y en las muñecas. Duró unos segundos en decidir el calzado, eligiendo al final unas sandalias doradas abiertas y de tacón vertiginoso.
Se miró al espejo de cuerpo entero que se encontraba al lado del tocador, admirando todos los detalles. Estaba lista. El proceso de acicalarse y prepararse para salir con un hombre se le hacía tan ajeno a todo lo que había vivido desde que dejó México. Una llamita de expectativa se encendió en su interior y supo que por fin empezaba el resto de su vida. Una vida sin fantasmas del pasado, sin cadenas que la ataran a cosas que ya no quería recordar.
Tomó su móvil y verificó que su bolso tuviera todo lo que podría necesitar mientras se dirigía a la puerta de la habitación. Respiró profundamente y en ese instante decidió que esa noche se iba a divertir, a pesar de sí misma.
[...]
Llegó justo a tiempo al restaurante y se dirigió a la simpática recepcionista, quien amablemente y sin esperar a que Altagracia siquiera dijera su nuevo nombre, le explicó en francés que su mesa estaba lista y que su acompañante ya la estaba esperando.
– Mademoiselle Jacques, s'il vous plaît, suivez-moi. – le indicó mientras le pedía con un gesto que la acompañara. Al parecer Trygve había escogido uno de los rincones más íntimos del restaurante, apartados de la mayoría de los demás comensales. No había duda de las intenciones que tenía para ellos esa noche. Altagracia hubiera sonreído si no hubiera sentido que no estaba en control de la situación y eso la inquietaba.
Pero qué más da, se dijo. No te vas a pasar la vida como una monja o un alma en pena. Vive un poco. Además, ya sabes de lo que ese monumento de hombre es capaz y te hace falta relajarte un poco.
Finalmente, al llegar a la mesa, la chica le indicó su asiento y rápidamente desapareció. Trygve estaba de espaldas a ella, pero... Trygve no tenía el pelo negro azabache como este hombre. Y reconocía su perfume, aunque no sabía de dónde. Estaba a punto de voltearse para buscar a la chica y decirle que se había equivocado de mesa cuando sintió una mano que le tomó suavemente la muñeca.
En ese momento un cosquilleo delicioso le recorrió la espalda y llenó sus terminaciones nerviosas. Altagracia se quedó inmóvil. Su mente le decía que se soltara de su agarre, pero su cuerpo parecía no querer obedecerle.
Y como dicen que la curiosidad mató al gato, giró su cabeza lentamente hacia la persona que la había desencajado. Sus ojos se abrieron como platos cuando reconoció de quién se trataba.
– Altagracia Sandoval – dijo Navarrete en un susurro casi inaudible. Sin soltarle la muñeca, comenzó a masajearla suavemente con su pulgar. Sus ojos, negros y profundos como nunca había visto otros, se posaron en los suyos verdes. Altagracia podría jurar que vio las chispas saltar entre ellos.
¿Chispas? ¿Acaso estás es un cuento de hadas? No, ¿verdad? Esos no existen. ¡Espabila, Altagracia!
– ¿Có-cómo...? – musitó mientras el horror se reflejaba en su cara. Altagracia no podía dar crédito a que justo él la viniera a encontrar tan lejos. Justamente él. Tenía que ser una pesadilla, esto podría poner en riesgo toda su vida y la de su hija. Lo más seguro había venido para entregarla. Aunque no sabía por qué... Ya había obtenido todo lo que podría querer de ella. Su empresa, sus propiedades, ¿acaso no le bastaba?
Al instante supo que debía salir de allí, no podía quedarse más en París. Tenía que llamar a Matamoros y armar todo para huir, otra vez. Estos pensamientos al fin despertaron una reacción en ella y pudo soltarse de su agarre. Cruzó el restaurante como alma que lleva el diablo y logró entrar en el ascensor para subir a su piso. Ni siquiera sabía cómo había llegado tan rápido en tacones o si Navarrete la había seguido, pero no estaba pensando con claridad. Solo sabía que debía escapar. El nuevo comienzo tendría que esperar.
Jadeando entró en su habitación y tras cerrar la puerta, se recostó de espaldas en ella y se dejó caer en el suelo. Buscó su móvil en su bolso con manos temblorosas. Pero algo llamó su atención.
Frente a ella se encontraba un sobre de manila con su nombre escrito en letras grandes. Su nombre real, Altagracia Sandoval. Alguien debió pasarlo por debajo de la puerta.
Lo tomó y rompió el sello torpemente. Dentro se encontraban unas fotos. Su pulso se aceleraba con cada foto que pasaba. Eran fotos de ella de esa misma tarde: en el café, entrando con Matamoros en una de las boutiques de la Rue de Passy, llegando al hotel... Y hasta algunas de hace unos minutos cuando caminaba hacia el restaurante.
¿Qué mierda es esto?
Su corazón dio un respingo al sonar el móvil que había dejado tirado. Al mirar la pantalla, mostraba un número privado. Decidió tomar la llamada, quería llegar hasta el fondo de esto. No sabía qué estaba pasando, pero estaba segura de que Navarrete debía estar involucrado.
Y efectivamente, su voz aterciopelada fue la que sonó al otro lado del auricular:
– Altagracia, ¿se las debo pasar a la Interpol o ya estás dispuesta a hablar conmigo?
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La Indomable
FanfictionAltagracia lo había perdido todo: su empresa, su familia, el hombre al que amaba... Pero la vida le ha dado otra oportunidad para resarcir sus errores y ser feliz. ¿La aprovechará? Como me habría gustado que hubiera sido La Doña 2.