Capítulo 48

1.3K 111 189
                                    


Estaba perdidamente enamorado.

Y estaba seguro de que ella también.

Le dieron ganas de retarla, pero la conocía bien. No ganaría nada con confesarle su amor en ese momento. Si lo hacía, ella saldría corriendo sin pensarlo. La pegó a él y con las dos manos la tomó de la cintura, mientras le mantenía la mirada. Sus caras estaban a meros centímetros y sintió la necesidad de besarla y hacerle olvidar esa absurda idea de que lo que había entre los dos no significaba nada. Pero era mejor darle tiempo para que ella misma se diera cuenta. Aunque no pudo evitar hacerle un comentario.

– Esto no es solo sexo, y tú también lo sabes. – le respondió, muy serio. Pero el estómago le gruñó en protesta, recordándole que una tabla de quesos no era suficiente para mantenerse en pie. – Pero no vamos a tener esa discusión... Por ahora. El hambre ataca.

Altagracia rio en contra de su voluntad al ver su sonrisa. Los enojos con este hombre le duraban dos segundos.

– Ven, cenemos y luego vemos qué hacemos. – dijo José Luis, llevándola al comedor. – De igual manera, está un poco tarde para hacer venir a Matamoros, ¿no crees?

– Hmmm... Tienes razón. – no tenía idea de qué hora era, pero debía ser un poco tarde porque ya había oscurecido hace rato. Pensó que no había nada de malo en tener una cena simple y ya.

Claro que lo de solo una cena y a dormir se fue por el caño cuando él la tiró sobre la cama y descendió por su cuerpo hacia su intimidad. Ningún hombre la había hecho disfrutar tanto con solo el roce de su lengua... Y sus labios... Y sus dedos...

Él se preocupaba por hacerla llegar al éxtasis una y otra y otra vez. Así no se le podía negar nada. No cuando la enviaba en una espiral de placer de la que no era capaz de salir. Cuando él finalmente subió para apoderarse de sus labios, se dijo que podía disfrutar una última vez de José Luis Navarrete.

Al otro día, al despertar, José Luis sintió el cuerpo suave de Altagracia contra el de él. Su respiración pausada le decía que seguía profundamente dormida. Lo que le daba tiempo de pensar. Pensar en cómo habían llegado hasta ese momento. En cómo todo se iba acomodando para que tuvieran la oportunidad de ser felices.

Y llegó a la conclusión de que, aunque en el día de ayer le hubiera parecido una locura, necesitaba decirle lo que sentía. Tenía que ayudarla a vencer ese miedo que veía en sus ojos cada vez que pensaba demasiado. Era obvio que ella estaba aterrada, pero él también. No recordaba cuándo fue la última vez que experimentó ese sentimiento tan hermoso y, al mismo tiempo, paralizante. A su edad, parecía que nunca volvería a pasar. Y, sin embargo, ahí estaba, tomándolo de sorpresa.

Altagracia se removió entre sus brazos y volteó la cara hacia él, antes de abrir los ojos. Unos ojos somnolientos que lo emocionaban cada vez que miraban en su dirección. Cada día confirmaba que ese hermoso verde era su color favorito. José Luis atinó a darle un beso rápido antes de que ella se apartara de él y se dirigiera al baño.

Ya no estaba tan seguro de hablar con ella. La valentía se le había agotado.

Escuchó como la ducha se abría y unos minutos después, salía ella envuelta en una toalla. Mientras él se había quedado acostado, con un dilema interno.

– Navarrete, ¿qué esperas para cambiarte? Quiero estar en la ciudad antes del mediodía. – le dijo, buscando su ropa.

– Y yo te quiero a mi lado, o encima...  – le respondió, mientras se levantaba y se acercaba a ella para darle un beso en el hombro. – Como quieras. – Sonrió cuando la sintió estremecerse, aunque al ver su cara seria le dejó saber que no iba a ceder esta vez.

La IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora