Capítulo 33

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José Luis Navarrete

Ese día había empezado con mal pie. No solo se había encontrado la casa hecha un desastre gracias a Eleonora, sino que el abogado le había recordado que el proceso de divorcio no sería tan limpio como esperaba.

"Debido al acuerdo prenupcial, deberá haber una negociación más exhaustiva." Decía el mensaje.

Maldición.

Al menos Eleonora había finalmente aceptado ir a un centro de rehabilitación. Al parecer, ver la casa destruida estando sobria le había abierto los ojos. A José Luis no le importaba lo más mínimo lo caro que le saliera todo esto. Solo le importaba ser un hombre tranquilo... Y libre.

El día había mejorado con la rueda de prensa de Vidal, y más aún cuando Adolfo le informó que era compatible. Únicamente necesitaba hacerse unos chequeos rutinarios para confirmar que estaba en salud para donar. José Luis había ido al hospital, esperando no encontrarse con Altagracia. Pero, como siempre, el destino le jugaba una broma pesada.

La vio al final del pasillo. Se dijo que podía seguir de largo, hacer como que no la había visto. Pero no pudo evitarlo. Se acercó a ella, diciéndose que no debía hacerlo. Cuando lo miró con esos ojos, casi se le cae la baba.

La conversación que tuvieron fue corta, pero tan cargada de tensión. Hasta que apareció Saúl y no pudo soportar verlos juntos. Había demasiada historia entre ellos. Y por eso ella nunca sería para él. Así que salió disparado de ahí. No sabía por qué ella insistía en el tema del trato. Estaba tan decepcionada del mundo que no entendía que una persona la ayudara sin esperar nada a cambio. De camino a la oficina, se la pasó repitiendo en su cabeza una y otra vez las palabras que intercambiaron.

¿Cómo que "No hay de qué"? ¿No se te ocurrió decir otra cosa? 

Había dudado mucho sobre qué más decir y se había quedado como un idiota prendado de sus ojos. Peor, había quedado como un idiota frente a Saúl.

Pero ¿por qué te importa si supuestamente ya no querías estar con ella?, pensó. Sin dudarlo, él mismo se respondió.

Porque estás obsesionado con ella.

Nunca ninguna mujer se le había hecho imposible de conseguir. Ninguna mujer lo había marcado como ella. Ninguna otra le había hecho estar dispuesto a dejar todo atrás. Y ni siquiera habían estado juntos.

Cuando la vio en el hospital, casi se le sale el corazón del pecho. Estaba loco por gritar a los cuatro vientos que se estaba divorciando. Que al fin podrían tener algo, pero la presencia de Saúl lo detuvo.

Así que, en vez, se internó en el trabajo hasta muy tarde, como acostumbraba a hacer desde que Altagracia había llegado a México. Se había enfrascado tanto en revisar un contrato que casi no escuchó el celular vibrar.

Tomó la llamada justo a tiempo cuando vio que era Adolfo.

– Doctor, buenas noches. ¿Está todo bien?

Si, excelente. De hecho, por eso le llamo, señor Navarrete. Ya todos los resultados salieron satisfactorios, así que podemos iniciar con el tratamiento de Mónica para posteriormente recibir su donación. Le mantendré informado para hacer la cita de la operación. – dijo Adolfo. Sonaba muy feliz, pero no podía estarlo más que Altagracia. Lo cual le recordaba...

– De acuerdo, usted me dice para cuándo la pautaría, yo estoy a la orden. Solo quiero pedirle un favor... Espero no le moleste mantener mi nombre en secreto. No quiero que nadie de la familia de Mónica sepa que soy el donante.

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