Capítulo 26

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Saúl Aguirre

No podía creerlo. Estaba pasando lo que tantas noches se imaginó cuando rogaba que Altagracia estuviera viva. Había ido a casa de Regina sin expectativas. Se dijo que solo quería desahogarse, decirle a la dueña de su corazón todo lo que sentía, más nada. Lo que nunca esperó fue encontrar a otro hombre y mucho menos que esto lo llenara de celos.

Le había causado tal impresión la manera en que Navarrete se había interpuesto entre él y Altagracia. Era más que obvio que el tipo estaba encaprichado con ella, como lo estuvieron muchos otros hombres antes.

Como lo seguía estando él.

Solo eso explicaba la manera en la que casi la había acorralado, buscando que salieran de su boca las palabras que durante las noches de insomnio fantaseaba con oír: que ella lo amaba, que no lo había olvidado. Y ese beso lo comprobaba. ¿O no?

Si, lo besó, pero... Algo era diferente. Tiempo atrás sus besos eran incendiarios, llenos de pasión, de hambre. Esta vez, los besos eran tímidos, nerviosos, hasta se atrevería a decir que inocentes. Saúl podía sentir el pulso acelerado contra sus dedos, cuando posó una de sus manos en el cuello delicado de Altagracia. Trató de profundizar el beso, pero en un instante, ella rompió el contacto, empujándolo lejos de ella.

– Debo estar loca... Ambos estamos locos. Esto no tiene ni pies ni cabeza. – decía Altagracia, mientras se pasaba la mano por el cabello, caminando inquieta de un lado al otro del estudio.

– ¿Loco? Si, estoy loco. Loco porque quise olvidar todo de ti, pero por más que lo intenté nunca tuve chance. Loco porque siempre has estado en mi cabeza. Altagracia... – dijo Saúl, acercándose a ella. Se paró en seco cuando vio sus ojos abiertos como platos, mirándolo horrorizada. – Altagracia, sé que nuestro amor tuvo muchos obstáculos, pero te juro que esta vez voy a cuidarte. Yo nunca admití estar enamorado, pero siempre lo supe. Super que tú serías la mujer de mi vida. 

– Es que no... Saúl, soy TU SUEGRA. – le espetó, casi escupiendo las palabras.

– No puedes serlo de un matrimonio que nunca fue real.

Solo alcanzó a sentir el dolor en su mejilla cuando ella le dio una bofetada. Te la mereces, pensó. Pero algo lo impulsó a seguir hablando.

– Si eso es lo único que previene que estemos juntos...

– No, no es lo único. – lo interrumpió Altagracia.

De pronto lo comprendió...

– Ah, es ese Navarrete, ¿no? El imbécil que te quitó la empresa y que, encima de todo, está casado.

– Saúl, te me ahorras las escenitas de celos. Mi vida sentimental no es de tu incumbencia. –  suspiró con frustración. – No sabes las ganas que tengo de cerrar este capítulo en mi vida donde no fuiste más que una mentira.

– ¿Mentira? Mentira es que ya no sientes nada. Nuestra historia no puede acabar aquí. ¿Por qué no te permites ser feliz a mi lado?

– Y eres tan descarado que aún preguntas. Mira, si no puedes entender el por qué, no tenemos nada más que hablar. – dijo Altagracia, mientras abría la puerta del estudio y lo invitaba a salir.

Saúl tuvo ganas de insistir, pero una corazonada le decía que no iba a lograr nada. Al menos no hoy. Se iría, pero no se rendiría. No podía perderla, no podía perder al amor de su vida por un idiota como Navarrete.

– Altagracia... Independiente de lo que yo sienta por ti, de lo que sintamos... Puedes contar conmigo para lo que sea, y lo sabes. – dijo, mientras salía por el pasillo. Sacó las llaves de su vehículo y se volteó hacia ella. – Mañana estaré en el hospital para cuando salgan tus resultados. Sé que no es lo ideal, pero te prometo que estaré fuera de tu vista.

Se quedó esperando una respuesta por largos segundos mientras ella lo miraba imperturbable. Cuando pensó que no diría nada, se giró hacia la puerta antes de escuchar su voz.

– No debí hablarte así en el hospital, lo siento. 

Una disculpa de Altagracia, eso era nuevo. 

– Entiende... tengo que reparar mi relación con Mónica y no será nada fácil si cree que volví por ti. Gracias por tu ofrecimiento, pero creo que lo mejor es que ella no sepa que estás allá.

– Bueno... De acuerdo, buenas noches.

Ella se limitó a asentir, frunciendo la boca.

Saúl salió del apartamento mientras ella lo miraba desde el marco de la entrada de brazos cruzados y la mirada entornada. Ese gesto le hizo pensar en la que había sido Altagracia, la doña, antes. Se imaginaba que había sufrido mucho desde su desaparición en Veracruz, lejos de su familia, de su hija, pero no quería pensar que hubiera cambiado tanto. No después de como había logrado deshacerse de la carga de los Monkeys.

Se montó en su vehículo y se mantuvo centrado en Altagracia durante el recorrido hacia la vecindad. Cuanto más le daba vueltas, más le causaba mala espina su relación con Navarrete. Sabía las intenciones de él, eran evidentes desde que se encontraron en el Ministerio, pero ella... ¿Qué buscaba Altagracia con ese tipo?

¿Sería que también ella se sentía atraída hacia él? ¿Por eso había rechazado sus besos? ¿Por eso la sentía tan distante? Le dolió pensar que podía ser una posibilidad. Conocía a Altagracia y sabía que cuando se entregaba, se entregaba por completo. Le dio miedo entender que, si era así, Navarrete la tendría en sus manos. Y eso no lo podía permitir.

Porque él no podía darle lo que Altagracia necesitaba, no era un hombre libre.

Tú tampoco lo eres, eh. Solo estás buscando excusas baratas a tus celos.

Sacudió esos pensamientos de su mente. Tal vez no fuera el hombre perfecto, y Dios sabe que había cometido muchos errores, demasiados. Pero no iba a descansar hasta que le demostrara a Altagracia que merecía estar a su lado. Que merecía ser el hombre de su vida. Llegará el día en el que ella lo aceptará de nuevo. Así se lo prometió a si mismo.

Empezaría por ir al hospital y apoyarla. 

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