Capítulo 65

1.3K 102 237
                                    

Altagracia sintió la adrenalina recorrerle el cuerpo entero desde que fue al lavabo para quitarse las pantaletas. Era una sensación deliciosa que se había multiplicado cuando José Luis al fin se dio cuenta de que las había colgado en la palanca de mando.

Lo vio tragar saliva y pasear los ojos lentamente por su cuerpo hasta llegar a su boca. Sin pensar, se humedeció los labios al sentir su mirada fija. Sus ojos negros se clavaron en los suyos verdes y Altagracia podría jurar que había visto chispas volar entre los dos.

Ahí fue cuando perdió la cabeza: cuando sintió sus manos enmarcarle la cara y la atrajo hacia él para besarla. Ella pasó sus dedos por su cabello, deleitándose con las caricias de su lengua en la suya. Sin saber cómo, estaba de pronto sentada a horcajadas sobre él.

– Alta... Altagracia... ¿qué haces? – le preguntó José Luis accidentadamente, mientras trataba de parar sus besos.

– Los vidrios están tintados, ¿no? – dijo repentinamente al pensar en cómo cualquier empleado los podría ver. La respiración agitada le dificultaba hablar... Pero hablar era lo que menos le apetecía en esos momentos.

– S-si, pero... – y ese fue todo lo que el empresario pudo decir por un largo rato, porque la rubia volvió a asaltar su boca salvajemente.

Por un instante pensó en pararla. Aunque no los pudieran ver dentro del auto, cuando salieran ambos estarían desaliñados y él no quería exponerla de esa manera. Aunque recordó vagamente que había mandado a desalojar la casa... Sin cocineros, criadas, jardineros. Ni siquiera guardaespaldas.

Estaban completamente solos.

Disfrutó su sabor, sentirla contra él. Ni siquiera la ropa era límite para las sensaciones que experimentaban. Con sus manos recorrió cada curva, cada rincón de su cuerpo. Quería marcarla como suya, que nunca olvidara sus caricias. Quería volverla tan loca como ella lo volvía a él.

Altagracia estaba cerca de perder la razón. Los besos ya no eran suficientes, no cuando podía sentir su dureza por encima de los pantalones contra su intimidad expuesta.

– Tienes... tienes un problema serio con eso de andar sin braguitas. – apenas pudo musitar José Luis, sonriendo contra su boca, mientras ella batallaba con su correa. Ella se separó unos centímetros de él para mirarlo con picardía.

– Quieres decir que tienes un problema serio con eso de que yo ande sin braguitas... – le respondió, mordiéndose el labio inferior.  – ¿O me equivoco?

Finalmente se deshizo del cinturón y desabotonó el pantalón. Le lanzó una media sonrisa cuando José Luis contuvo un gruñido al ella liberar su miembro. Como si fuera posible, se hizo aún más evidente toda la excitación que lo invadía.

Entre su ofuscamiento, él pensó que ahora no había manera de que pudiera decirle que no.

¿Por qué le dirías que no, imbécil?

Dejó de razonar en cuanto ella bajó sobre él, recibiendo casi toda su erección con dolorosa lentitud. El empresario se desesperó y la embistió con rapidez, introduciéndose por completo en su interior. Altagracia se quedó estática por unos segundos, tratando de guardar en su mente el efecto que causaba en ella ese hombre.

La poca cautela que le quedaba fue deshilachándose cuando José Luis empezó a moverse, y ella con él. En ese espacio no tenía por qué contenerse ni cubrirse la boca para ahogar sus gritos de delirio. Ella llevaba el control de qué tan rápido iban las acometidas, disfrutando de la sensación embriagadora de su posesión.

Con delicadeza, José Luis le deslizó los tirantes del vestido por los hombros para descubrir sus pechos apenas ocultos bajo una capa de encaje. La ternura poco a poco lo abandonó cuando se dispuso a lamer y mordisquear los pezones a través de la tela. Su güera arqueó la espalda para pegarse más a su boca y cuando finalmente le quitó la prenda, echó su cabeza hacia atrás y dijo su nombre en un jadeo.

La IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora