Altagracia Sandoval
Todo había salido mal. Horriblemente mal.
No esperaba un comité de bienvenida, pero no contaba con que Mónica pensara que ella y Saúl tenían algo. Y ella se había limitado a quedarse como una estúpida, sin poder siquiera refutarle la idea tan descabellada que se le había metido en la cabeza.
Tal vez antes tuviera sentido. Antes de reencontrarse con cierto hombre de ojos negros.
Salió de la habitación con Regina y en cuanto pudo la abrazó fuerte. Le había hecho tanta falta. Prácticamente solo se habían tenido la una a la otra por la gran mayoría de sus vidas. Y ese vínculo nunca se podría romper.
– No puedo creer que estés viva. – le dijo Regina con lágrimas en los ojos. Tomó un mechón rubio entre sus dedos y lo observó detenidamente. – Y encima rubia.
Se abrazaron de nuevo, mientras Regina volvía a sollozar. Ella siempre había sido la más sensible de las dos. Pero por una vez, a Altagracia no le importó. Hasta hace apenas unos días, pensaba que nunca más la podría ver, abrazar. Y ahora por fin estaban juntas.
Cuando se separaron, Regina se limpió el rímel corrido con los dedos y sonrió.
– Ahora que estás aquí, tenemos esperanza. Me imagino que Saúl te puso al tanto.
Altagracia solo asintió escuetamente.
– Entonces lo ideal sería hacerte la prueba de histocompatibilidad hoy mismo. Si eres compatible, podremos atacar esto lo más pronto posible. Pero después de eso, Altagracia... – dijo Regina mientras le colocaba ambas manos en sus hombros y la miraba a los ojos. – Cuéntame todo.
Y en Altagracia se dibujó una sonrisa de complicidad. Luego convencería a Mónica de que estaba equivocada, así podrían empezar su relación madre e hija con buen pie. Mientras, podría relatarle a Regina todo lo ocurrido durante estos meses. Bueno, todo menos lo ocurrido con Navarrete.
Le tendría que decir que él la había ayudado y que todavía tenía pendiente el tema legal. Aunque lo que casi sucedió en París, no... le tenía toda la confianza del mundo a Regina, pero aún no podía descifrar el juego de Navarrete y eso la ponía nerviosa.
– Altagracia, Regina... – las interceptó Saúl. – ¿Cómo está Mónica? ¿Cómo lo tomó?
– Eso no es asunto tuyo, Saúl. Gracias por avisarme, pero entiendo que ya no eres necesario aquí. Especialmente cuando Mónica piensa que tú y yo estamos juntos.
– ¡¿Qué?! ¿Por qué pensaría eso?
– No sé, ¿tal vez porque decidiste divorciarte de ella en cuanto supiste que yo estaba viva? Ella no es estúpida, Saúl. Sabe que crees amarme. Y por eso piensa que vine por ti y no por ella.
– Pero es que...
– Saúl, por favor no hagas esto peor de lo que es. – se aventuró a decir Regina. – Gracias por todo, en serio. Pero es mejor que te vayas.
– Entiendo, me voy. Pero quería que supieran que hablé con Adolfo. Me dijo que Altagracia puede hacerse la prueba inmediatamente. Solo es necesario que le saquen sangre y podrán hacerle los estudios. – dijo, antes de quedarse mirando a Altagracia. – Saben que cualquier cosa pueden contar conmigo.
Altagracia lo vio alejarse y torció el gesto. Había sido un poco brusca con él, pero por su culpa Mónica la había rechazado. Ya tendría tiempo de pensar en eso más tarde.
Siguió las instrucciones de la enfermera y le extrajeron sangre para la prueba. Un pinchazo era un bajo precio para pagar por la salud de su hija. Le explicaron que tendrían los resultados pronto, pero que podía retirarse.
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La Indomable
FanfictionAltagracia lo había perdido todo: su empresa, su familia, el hombre al que amaba... Pero la vida le ha dado otra oportunidad para resarcir sus errores y ser feliz. ¿La aprovechará? Como me habría gustado que hubiera sido La Doña 2.