Capítulo 52

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José Luis la llevaba a través del salón apresuradamente, mientras la gente a su alrededor se les quedaba mirando. En otro momento le habría preocupado cómo se veían agarrados de manos, pero el alcohol y la expectativa le inundaban la sangre, haciéndole olvidar lo que esto podría desencadenar. Él la tomaba de la mano, solo queriendo llevarla a un sitio privado donde pudiera hacer realidad las fantasías que lo venían atormentando desde que vio su espalda desnuda. Nadie podía negar que era una verdadera bruja, hechizándolo en cuerpo y alma hasta que no quedara más de él que el deseo de hacerla suya. Suya y de nadie más.

Al llegar al lobby, Altagracia agradeció que la horda de periodistas había desaparecido. No le apetecía responder preguntas a estas horas, y menos cuando no podía armar una oración coherente. Miró el perfil tenso de José Luis y un fuego líquido recorrió sus venas, concentrándose entre sus piernas. Lo necesitaba como nunca y solo atinó a apretar su mano, esperando que entendiera su urgencia. Él se volteó hacia ella y con tan solo una mirada entendió que querían lo mismo.

Salieron al frío de la noche y José Luis se dispuso a buscar algo en sus bolsillos. 

– El tiquete de valet... – dijo, agobiado. – No lo encuentro. 

– ¿Seguro? ¿No lo tenías en...?

– Si, eso pensé, pero no lo tengo.

– Deja que yo lo busco... – lo interrumpió, entrando su mano en uno de los bolsillos delanteros del pantalón. Solo pensaba en qué tan pronto podrían estar solos y empezó a tantear, buscando la tarjeta. Casi se rindió hasta que entró en contacto con algo... algo que no era una tarjeta de plástico. José Luis se tensó de inmediato, cerrando los ojos y conteniendo un gemido.

– Este... – su cerebro había hecho cortocircuito. Altagracia seguía explorando su bolsillo, aunque era obvio que el tiquete no se encontraba ahí. – A-Altagracia...

– Perdón... – dijo, sin rastro alguno de arrepentimiento en su voz o en su expresión. Sacó su mano muy lentamente, matándolo con el roce contra su muslo. – Solo quería asegurarme de que no estaba ahí. Puedo chequear el otro bolsi...

– N-no, no. Estoy seguro de que no está, tendremos que irnos en taxi. – hizo una mueca de incomodidad. No sabía cómo le iba a hacer para controlarse todo ese tiempo.

– Mejor nos quedamos... – propuso ella, ladeando la cabeza y humedeciendo su labio inferior. El deseo ardía en su mirada, causando estragos en su entrepierna.

– Pero Altagracia... – dijo, mirando a su alrededor. – ¿Estás segura?

– ¿Vas a desperdiciar la oportunidad? – esta vez acercó los labios a su cuello y depositó un ligero beso, enviando descargas por todo su cuerpo. Quería descontrolarlo tanto como ella lo estaba.

– P-pero, las reglas... – dijo, tratando de ser razonable. Quería cuidarla de las habladurías, pero se lo estaba poniendo muy difícil.

Ella se acercó a su oreja antes de susurrar.

– Al carajo las reglas.

No se la estaba poniendo difícil: se la estaba poniendo imposible. Era un hecho que a ella nunca le podría negar nada.

La tomó de la cintura y la condujo de vuelta a la recepción donde se encontraba un joven con aspecto medio cansado. José Luis trató de aparentar estar lo más sobrio posible antes de hablar.

– Buenas tar-noches, joven. Quisiera r-reservar una suite.

– Claro que sí, señor. Permítame confirmar la disponibilidad de habitaciones.

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