Capítulo 92

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Sintió un movimiento en sus dedos, como si le apretaran la mano.

Altagracia, nerviosa, giró su rostro hacia el de José Luis. Podía sentir cómo el corazón le palpitaba en la garganta, aunque tratara de calmarse. Decepcionada, vio que permanecía dormido. Contuvo la respiración por unos largos segundos, esperando que apretara su mano otra vez, pero no encontró señal alguna de que había despertado.

Un quejido involuntario salió de sus labios. Por un momento creyó que se lo había imaginado todo. De inmediato recordó lo que el doctor les advirtió: a veces los pacientes en coma sufrían espasmos musculares.

Espasmos involuntarios y que nada tenían que ver con recuperar la consciencia.

Se abrazó a él con más fuerza. No quería romperse, pero ya tenían semanas rezando sin que ocurriera ningún avance. Se repitió que debía mantenerse positiva, esperando un atisbo de luz al final del túnel. Aunque sintiera que su dolor nunca terminaría.

Acurrucada a su lado, recordó el inicio de su historia. No desde la conferencia, o durante la competencia entre sus constructoras, no. Su mente volvió a París, donde él la encontró. A la ciudad donde fue la sedujo, donde sin siquiera estar juntos la hizo sentir más viva que nunca. En aquel entonces no se podía imaginar todo lo que pasarían juntos. No podía saber la marca que José Luis dejaría en su corazón para jamás ser borrada.

– Estás haciendo trampa. Deja de hacer eso... – le dijo Altagracia, casi ronroneando.

– ¿El qué? – respondió él.

– Deja de derretirme con esa bendita forma de mirarme. – Y ahora fue su turno de deslumbrarlo con una sonrisa.

Se acomodó un poco más, apoyando la cabeza en su pecho y sintiendo su respiración acompasada. Daría hasta lo que no tenía porque la volviera a mirar con esos ojos negros que la hacían confiar, que la hacían feliz.

Daría lo que fuera porque volvieran a ser ellos dos contra el mundo.

– Te extraño... te amo. – le susurró.

Sus dedos sintieron otro apretón. Otro espasmo involuntario, se dijo.

– Argh... – la rubia sintió un carraspeo bajo su oreja y dejó de respirar.

No quería mirarlo, no quería que sus esperanzas se vieran rotas otra vez.

No seas cobarde.

Sentándose con lentitud deliberada, se armó de valor antes de levantar su mirada.

Los ojos de José Luis parpadeaban, como si estuviera intentando enfocar la vista. El pulso se le aceleró y Altagracia respiró profundo, confirmando que estaba despierta.

– ¿D-dónde est-toy? – José Luis sentía cómo si una lija le raspara las cuerdas vocales.

– Shhh, mi amor, calma, estoy aquí. – dijo Altagracia en un tono apaciguador, aunque el temor y el alivio llenaron su corazón a partes iguales.

Se fijó en sus pupilas, queriendo saber si podía distinguirla. Quería asegurarse de que estaba bien. No se movió sobre la cama, no sabía qué tan adolorido podía estar.

– José Luis, dios mío, qué alivio. – dijo acariciando todo su rostro, sus mejillas, sus orejas con devoción.

El moreno hizo un esfuerzo para seguir hablando.

Ella ya había estado en sus zapatos, sabía lo difícil que era hablar con normalidad luego de tanto tiempo en coma. Ubicó la jarra de agua y le sirvió un vaso, asegurándose de que se tomara todo el líquido, así fuera lentamente.

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