Capítulo 41

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– No sé, la verdad me da igual... Mientras me cuentes qué es lo que hay entre José Luis y tú.

Altagracia paró en seco, sorprendida por el comentario. Nada se le escapaba a esta chica... Definitivamente era una Sandoval. Se giró hacia ella despacio, pensando en lo que diría. Tenía dos opciones: negar todo o ser sincera. Y no sabía si estaba preparada para decirle la verdad.

– ¿Que qué hay entre nosotros? Nada... – dijo, con tono decidido. No podía dejar espacio a dudas. No con Mónica. – Solo me ofreció volver a la empresa y es una muy buena oportunidad.

– Ajá... No te creo.

– Mira, Mónica...

– Estás mucho más feliz y me alegra verte así. – la interrumpió sonriendo y caminando hacia ella.

¿Qué le pasaba a su familia? Regina y ahora Mónica. Incluso su voz se tornaba melosa cuando le preguntaban de José Luis. Hizo una mueca de incomodidad y se decidió a no admitir lo que sea que tenía con Navarrete... Por ahora.

– Es porque todo salió bien con tu tratamiento. – dijo, abrazándola por un rato. Esperaba que eso cesara la preguntadera.

– Claro, claro... ¿no tiene nada que ver con tus llegadas en la madrugada?

Altagracia se separó de ella para mirarla a la cara, viéndola con los ojos entornados.

– ¿Tú también?

– Eres muy transparente. – le respondió riendo. – Al menos para mí.

Altagracia soltó un bufido y siguió caminando hacia la salida.

– Es solo trabajo.

Ahora le dicen trabajo...

Acalló ese pensamiento mientras se decía que definitivamente tenía que mudarse. Era una mujer adulta que no le debía explicaciones a nadie. Quería la libertad de irse o llegar a la hora que le diera la gana sin que le hicieran interrogatorios...

– Sabes... – le dijo a Mónica mientras se subían al ascensor. –Me siento como una carga para tu tía y ya que me quedaré en México, debería mudarme.

– Es muy buena idea. Igual ya quiero independizarme. No quiero depender de nadie... Y tampoco quiero tenerlas a ustedes respirándome en el cuello. – dijo riéndose.

– Nos haces sonar como tiranas. – replicó. – Solo queremos cuidarte.

– Sí, cómo no... ¿Con una camisa de fuerza?

– Ya, ya, Mónica. – dijo con una sonrisa. Debía admitir que era un poco sobreprotectora. – La cosa es que deberías ayudarme a buscar un departamento.

– ¿No tienes gente que haga eso por ti?

– Pues sí, pero me gustaría compartir el proceso contigo. – respondió, dándole una mirada llena de cariño. Tal vez así podrían construir una relación real de madre e hija, olvidar los errores del pasado...

– Me encantaría, mamá. ¿Sabes más o menos cómo lo quieres? Me refiero a céntrico, cerca de la oficina... ¿Cerca de Navarrete?

– Mónica... – le dijo en tono de advertencia.

– Solo pregunto. Así se te hace más fácil volver en la madrugada, ¿no? – replicó antes de salir del ascensor en bola de humo.

Esta muchachita... No podía negar que la tenía medida. De nada servía esconderle su enredo con José Luis. Solo esperaba que no fuera tan evidente para los demás. Se moriría de vergüenza si la prensa se entera y la toma en su contra. No le ayudaría en el juzgado tener otro escándalo mediático. Se decía que era la única razón por la que tenía miedo... pero sabía que no era así. Sabía que su miedo venía de las terribles experiencias amorosas que le habían precedido.

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