Capítulo 80

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Por unos minutos, Altagracia se dejó estar entre sus brazos.

Por un momento, aceptó que era donde siempre debía estar.

Hasta que la vergüenza se apoderó de ella al recordar cómo se había entregado a él en bandeja de plata. Al recordar cómo la había mirado la noche anterior. Al recordar que entre ellos seguía la desconfianza.

Se removió y trató de pararse del sillón.

– Eh, ¿a dónde vas?

– José Luis... Suéltame. – le rogó, al sentir como sus brazos se cerraban sobre ella.

Altagracia resentía cómo él era capaz de hacerla perder los estribos haciendo tan poco. Había olvidado todo lo que se habían dicho las últimas semanas. Solo así justificaba que le hubiera rogado que la hiciera suya.

Eso era lo que querías, ¿no?

Pero todo entre ellos había sido tan difícil... No tenía mucha experiencia en relaciones sanas, pero hasta ella sabía que no debería ser tan difícil.

– A ver, espérame. – le dijo, tratando de calmarla.

José Luis la miró, buscando entender este cambio repentino. Se había relajado al tener su cuerpo contra el suyo y de pronto sintió como toda ella se tensaba. Sabía que necesitaban hablar, decirse todo. Lo que no imaginaba es que tendría que ser tan pronto.

– ¿Por qué te pones así? – le preguntó, tanteando el terreno para iniciar la conversación.

– Porque esto no debió pasar. Tú no confías en mí y yo...

El empresario dejó que pasaran unos instantes, esperando que se explicara. 

– ¿Y tú qué? – la increpó.

La rubia rehuyó su mirada y él se incorporó ligeramente en el asiento con una expresión seria. No pensaba soltarla. Y si tenían que hablar así, mientras todavía sus latidos no se habían normalizado y el sudor de sus cuerpos no se había secado aún, lo harían. Ella seguía sin decir palabra, por lo que se arriesgó a hablar.

– Tenías razón. – trató de no sonar tan nervioso como se sentía.

– ¿Sobre qué? – el comentario la tomó de sorpresa y se reflejaba en su rostro.

– Sobre que soy un cabrón y poco hombre... – le recordó lo que le había gritado esa noche que pelearon por Saúl.

– ¿Solo eso? – le preguntó, sin poder evitar que saliera a flote su frustración con él y sus sospechas.

– ... entre otras cosas. Reconozco que me pasé de verga. No merecías toda la chingadera que te dije.

Volvió a rozar su mejilla y colocó un mechón de cabello rubio detrás de su oreja. Cuando ella volvió a posar sus ojos verdes sobre los suyos, se preguntó cómo pensó alguna vez que podría vivir sin ella, que podría reemplazarla con cualquier otra. El dolor y la duda se reflejaron en su mirada y José Luis se sintió como la porquería más grande del mundo. La vio dar un largo respiro antes de hablar.

– Yo... – te amo demasiado ­– no estoy cómoda con esto. – dijo, abarcando el espacio entre ellos.

Nueva vez intentó apartarse, pero su cuerpo le desobedecía. El agarre que tenía sobre ella era demasiado fuerte.

– Güera... Altagracia. Sé que no te escuché, que no te di espacio a que me explicaras. Pero, por favor... te lo ruego, háblame.

La empresaria giró su cara hacia la mano que seguía colocada sobre su mejilla y besó su palma. Un temblor la recorrió. Esto era demasiado para su corazón maltrecho.

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