Capítulo 78

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José Luis la vio cerrar la puerta y aprovechó que estaba fuera de su vista para escabullirse. Bueno, escabullirse no sería la palabra ya que había dejado de ser cuidadoso con sus escapes. Más bien se podría decir que salió de la casa como alma que lleva el diablo.  Era su primera salida del día, aunque estaba seguro de que no sería la última.

Se pasó un pulgar por el labio inferior con nerviosismo mientras se alejaba hacia el bosque. Todo su cuerpo estaba en tensión. Una tensión constante que no tenía manera de disipar. Ya ni se permitía el ocasional trago de tequila para calmarse porque necesitaba estar alerta en todo momento... y eso no lo podía hacer borracho.

Emborracharse nunca sería la respuesta, pero a veces pensaba que al menos le haría olvidar la pregunta y, de paso, todos sus problemas.

Bueno, un problema en específico.

Un problema que llevaba por nombre Altagracia Sandoval.

Ni siquiera podía pensar cuando ella estaba cerca. Por eso agradecía cuando se molestaba con él y se encerraba en la recámara. Por eso salía de la casa todos los días para caminar, para alejarse de esos ojos verdes que lo hacían olvidar su prioridad.

Encima estaba tan frustrado sexualmente que se subía por las paredes. Y por esa misma razón trataba de ignorarla, de contener la respiración cuando ella estaba cerca para no inhalar ese aroma que lo hacía pensar en épocas más felices.

No podía siquiera ver a la condenada comerse una manzana sin recordar la sensación de esos labios contra los suyos o cerrándose sobre su piel en otras partes más sensibles.

– Navarrete, no seas idiota. – dijo en voz alta, al tiempo que tomaba una rama del piso y la rompía en dos mientras se adentraba entre los árboles.

Lo cierto era que la amaba demasiado, aunque ella no quisiera entenderlo. Y no confiaba en sí mismo. No confiaba en que pudiera mantener la cabeza lo suficientemente fría para cuidarla. Eso era lo que lo tenía tan intranquilo.

Siguió caminando sin rumbo fijo por unos diez minutos, tirando piedras o ramas que encontraba en la vereda, intentando despejar su mente. Pero en vez de apaciguar sus nervios, se sentía aún más preocupado.

Algo le decía que tenía que volver.

Algo le decía que las cosas no estaban bien.

Tal vez no es nada, se trató de convencer... Pero al final decidió devolverse. Prefería ser precavido a tener que lamentarse luego.

Volvió sobre sus pasos y llegó a la casa. Entró por la puerta y, al ver que no estaba en ninguna de las áreas comunes, la llamó por su nombre.

Pero no obtuvo respuesta.

Su corazón se detuvo un instante. Se dijo que debía permanecer tranquilo.

– Altagracia... – dijo, tocando la puerta de la recámara. – ¿Estás ahí? Alta...

Tocó nuevamente antes de entrar en la habitación. No quería aceptar que tal vez su corazonada tuviera una razón, pero ya empezaba a preocuparse.

– Altagracia, ¿estás en el baño? Solo quiero saber que estás bien.

Silencio.

– No me obligues a entrar... Solo respóndeme si estás ahí...

Silencio.

– No estoy para bromas, Altagracia. – dijo, sin poder esconder su enojo. Si lo estaba haciendo porque continuaba molesta, pronto tendría razones de más para seguir estándolo.

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