Licenciadito
Saúl se quedó mirando el auricular luego de que Altagracia terminara la llamada. Porque sí era ella. Era Altagracia. Estaba viva.
Viva.
Estaba petrificado, sus pensamientos iban a mil por hora. Es que no podía ser cierto. Pero, de alguna manera, sabía que lo era. Sabía que estaba viva en algún lugar del mundo, 8 meses y 13 días después de desaparecer en el mar. Aunque ¿quién estaba contando?
Escuchar de nuevo la voz de Altagracia le revolvió todos los nervios del cuerpo. Se sentía aliviado, y al mismo tiempo tan abrumado. Ni siquiera sabía cómo seguía en pie. Andaba peleando entre el deseo de desplomarse en ese mismo lugar y las ganas de ir corriendo a buscarla. Esa llamada dejó un sabor agridulce en su boca. El destino le estaba jugando una mala pasada.
¿Qué iba a hacer ahora? No podía contarle a Mónica, eso era obvio. Altagracia le prohibió terminantemente decirle que no había muerto, estaba convencida de que era lo mejor para todos. Saúl no sabía qué pensar. También le exigió, en un tono muy digno de La Doña, que dejara de ir a la comisaría, como hacía todos los días. Saúl siempre tenía la esperanza de escuchar alguna pista sobre el paradero de Altagracia, pero nunca había pensado en qué haría si la encontraban.
Mentiroso.
Si lo había pensado. Se imaginaba todos los posibles escenarios, cada uno plagándole de más dudas sobre su matrimonio con Mónica. Quería ser feliz a su lado, pero cada día era más claro lo incompatibles que eran. Y ella ni se daba cuenta.
Funcionaban bien como equipo, la Fundación Renacer había crecido inmensamente desde que empezaron a trabajar juntos. Habían logrado ayudar a muchas mujeres en muy poco tiempo. Había confianza, mucho cariño, hasta amor. Pero un amor que rallaba en lo fraternal. Desde que se casaron, solo habían estado juntos unas pocas veces. La búsqueda de Altagracia y el trabajo le servían de excusa. Él no iniciaba ningún roce y ella no insistía.
Siempre le había achacado su fracaso en ese departamento a que estaba demasiado enfrascado en su pasado con Altagracia. En algo que juraba que era pura lujuria y no más. En algo que vivía repitiéndose que no era amor real. Pero cómo no lo había sido si sentía que le faltaba el aire si pensaba en ella, si recordaba sus conversaciones... si recordaba sus ojos.
Mónica, piensa en Mónica. No seas imbécil.
Pero hacerlo no ayudaba. Se podría decir que la tal luna de miel de la que siempre hablan los recién casados, nunca la tuvieron.
Nada en ellos había pasado como debería. Se suponía que este matrimonio sería borrón y cuenta nueva para él, pero no lo había sido. No podía entregarse por completo y ser feliz porque se sentía vacío. Y dudaba que Mónica fuera feliz. Ninguno de los dos se merecía esta vida a medias. Había ignorado todo lo que estaba mal por tanto tiempo y ahora... Ahora, el mundo se le vino abajo.
Pudo aguantar todo este tiempo convenciéndose de que nunca más vería a Altagracia. De que nunca más tendría que preocuparse por el efecto que causaba en él. En un instante, Altagracia había vuelto a hacerlo... Le había hecho el mundo añicos sin siquiera estar en la misma habitación.
¿Qué hacer? ¿A dónde ir? ¿Alguna vez se libraría del hechizo de La Doña? De SU Doña.
De pronto, supo lo que tenía que hacer.
Debía dejar de hacerle daño a personas inocentes que no tenían que sufrir y menos por su culpa. Tomaría las riendas de su vida de una vez y por todas y dejaría de esconderse detrás de la sombra de un hombre que ya no era. Que nunca volvería a ser.
Pero el camino no sería fácil. Tenía que mantenerse decidido a pesar de todo. Y lo iba a hacer. Ya no había vuelta atrás. Ya no había excusas. Por mucho tiempo intentó demostrarse a sí mismo de que había hecho lo correcto al casarse con Mónica, pero el destino se había dado la tarea de exponer lo contrario.
Resuelto, Saúl empezó a buscar a Mónica, pero al no encontrarla se acercó a Lopecito y le pidió que por favor la llevara a casa.
– Es que debo verificar los detalles de un caso y quiero empezar lo más pronto posible. – se disculpó. – Le enviaré un mensaje, pero quiero asegurarme de que tenga con quién irse.
– Claro, hermano, no te preocupes.
Y sin esperar más, salió como alma que lleva el diablo a su despacho. Tenía mucho en qué pensar. No sabía cómo lo iba a lograr pero sí tenía claro lo que tenía que hacer.
Se iba a divorciar de Mónica.
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La Indomable
FanfictionAltagracia lo había perdido todo: su empresa, su familia, el hombre al que amaba... Pero la vida le ha dado otra oportunidad para resarcir sus errores y ser feliz. ¿La aprovechará? Como me habría gustado que hubiera sido La Doña 2.