Altagracia Sandoval
Altagracia iba a continuar con los insultos cuando se dio cuenta que la llamada había terminado. Saúl era un idiota. ¿Cómo se atrevía a decirle esa porquería? ¿Qué estaba buscando con eso?
Navarrete se aclaró la garganta, sacándola de su trance. Casi se olvidaba de que no estaba sola. De pronto sintió mucha vergüenza. Había dejado que Saúl la sacara de sus casillas, como siempre.
– Este Saúl con el que estabas hablando... ¿de casualidad es el hombre que se casó con tu hija? – la miró con los ojos entrecerrados.
– ... sí. Es él. – Altagracia se mantuvo mirando el piso. No quería que se diera cuenta de lo agitada que la había puesto esa llamada.
– Es decir, que es el mismo que causó tu divorcio... ¿o me equivoco?
Generalmente Altagracia ignoraba ese tipo de preguntas. No le importaba en lo más mínimo agradarle a la gente como Navarrete, pero esta noche se sentía tan vulnerable... Y él había se había mostrado tan agradable. Necesitaba desahogarse y ya que estaban ahí, ¿qué mas daba que fuera con él?
– Si. Pero es pasado, él se casó con mi hija y yo les deje el camino libre para que fueran felices. –fue a sentarse en una de las butacas que había en la estancia. No podía entender cómo escuchar la voz de Saúl aún tenía tanto poder sobre ella.
Navarrete se acercó lentamente y se arrodilló a su lado. Con su mano le levantó la barbilla, haciendo que lo mirara a los ojos.
– Y ¿por qué te llamó? ¿Tiene algo que ver con tu hija? ¿Te sientes bien?
Altagracia podría haberse perdido en esos ojos negros que tanto la cautivaban. Hasta que vio en ellos preocupación, compasión... Lástima. Y no le gustó ni un poco. Se levantó de golpe y se empezó a arreglar el vestido.
– Si no quieres hablar de eso, está bien. No soy quién para opinar...
– No, no lo eres. – lo interrumpió mientras se subía las mangas, y se miró en un espejo. Estaba hecha un desastre. Pero cómo no si por poco hacen el amor sin llegar si quiera al dormitorio.
¿Hacer el amor? Qué romanticona estás, Altagracia. París te está ablandando.
Hizo lo mejor que pudo por ajustar su peinado y se volteó hacia Navarrete, quien la miraba apoyado desde el marco de la puerta. Nadie tenía el derecho de verse tan guapo con el cabello así de desordenado. Se había puesto la camisa, aunque sin abotonar. Parecía todo un adonis, con su musculoso pecho cubierto por vello negro que bajaba hasta el vientre y se perdía más allá de donde iniciaban sus pantalones. Altagracia sintió deseo de olvidarse de todo y volver a lo que el estúpido de Saúl había interrumpido. Y cuando él se acercó hacia ella, pensó que podría hacerlo.
– Sabes... Tengo muchas ganas de seguir con lo nuestro, pero... Entiendo que lo que sea que te haya dicho ese imbécil te descompensó un poco. – dijo mientras le colocaba las manos en los hombros y frotaba con sus dedos la piel caliente. A Altagracia se le secó la boca al imaginarse todo lo que esos dedos podrían hacerle en otras partes menos... expuestas. – Así que puedo acompañarte a tu suite y, ¿quién sabe? Tal vez podríamos retomarlo cuando vuelva a París.
Y así fue como todo el hechizo se rompió.
– A ver, ¿quién te crees que soy, Navarrete? No soy una de esas mujercitas que metes a tu cama y que sacas antes de que salga el sol. No voy a quedarme aquí esperando como muñeca inflable a que te dé el deseo de venir a visitar. – el enojo que se adivinaba en su voz no era ni la mitad del que realmente sentía.
– Altagracia, yo solo... Somos dos adultos y pensé... – dijo acercándose más y rozándole el lóbulo de la oreja con su aliento.
– Pues pensaste mal. – replicó separándose de él. No podía permitir que la engatusara de nuevo. Caminó rápidamente hacia el ascensor y presionó el botón de bajada, rogando porque llegara pronto. – Y espero que hayas disfrutado la noche porque esta será la última vez que me verás.
No se atrevió a mirarlo hasta que entró en el elevador. Presionó el botón de su piso una docena de veces más de la necesaria y su enfado aumentó aun más al ver la sonrisa cínica en la cara de Navarrete.
– ¡No te me escaparás para siempre, Altagracia! – fue lo que escuchó antes de que las puertas se cerraran.
No entendía qué rayos le pasaba por la cabeza. De todos los hombres a los que se podía sentir atraída, ¿JOSÉ LUIS NAVARRETE? Al parecer tenía un gusto pésimo. Un patán tras otro. Nunca aprendía.
Antes odiaba a los hombres por lo que le pasó cuando era una adolescente, pero ahora tenía diferentes razones. Todos eran unos subnormales sin cerebro. Apuestos, sí, pero subnormales.
Llegó a su habitación y estrelló la puerta al entrar. Mientras se quitaba la ropa y las joyas seguía diciéndose lo tonta que había sido al aceptar la invitación de Navarrete. Ni siquiera le había cuestionado cómo se había enterado de que estaba en Francia, mucho menos cómo sabía su nombre falso o su número de habitación en el hotel. Y las fotos... La había mandado a seguir y había dejado todo eso de lado por caer en sus jueguitos de seducción.
Se quitó el maquillaje, hizo su rutina facial y se puso la ropa de dormir. Seguía intranquila por todo lo que había pasado, pero aun así se acostó en la cama esperando conciliar el sueño. Dio vueltas por lo que le parecieron horas, repitiendo en su cabeza las palabras de Saúl... Las de Navarrete... Las de Saúl.
Así que decidió quitarse las dudas de una vez por todas. Miró el reloj, apenas pasaba de medianoche. Todavía eran horas de la tarde en México. Saúl le había cerrado el teléfono, pero ahora la iba a oír. Necesitaba decirle todo lo que pensaba de él para poder seguir con su vida en Europa.
Tomó el móvil y marcó su número. El tono de llamada sonó, sonó... y sonó. Cuando salió el buzón de voz casi rompe el aparato del coraje. Intentó dos veces más, con el mismo resultado. Saúl tira la bomba y luego la ignora... Increíble.
Ni modo, mañana sería otro día. Y esta noche sería una muy larga... y solitaria.
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La Indomable
FanfictionAltagracia lo había perdido todo: su empresa, su familia, el hombre al que amaba... Pero la vida le ha dado otra oportunidad para resarcir sus errores y ser feliz. ¿La aprovechará? Como me habría gustado que hubiera sido La Doña 2.