Capítulo 63

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Ya tenían un veredicto.

Mientras el juez daba un resumen del juicio, Altagracia sintió cómo la boca se le secaba en un instante. Los latidos de su corazón desbocado retumbaban en sus oídos mientras se cuestionaba si había hecho lo correcto. Por primera vez no recurrió al chantaje ni pagó para obtener un trato preferencial. Se sintió tan apartada de su vida anterior que la ansiedad se hizo presente. Había seguido la ley, cierto, pero ¿sería suficiente para no caer en la cárcel? Se hizo esa pregunta miles de veces.

Hasta que le dio una mirada a su hija.

Ver cómo la cara de Mónica se iluminaba con orgullo, con amor, hizo que todo valiera la pena.

Respiró e intentó concentrarse en las palabras del juez. El juicio no fue televisado, justo como habían solicitado. Sin embargo, ahora se preguntaba si no hubiera sido mejor que todo el país lo viera. La gente estaba desensibilizada a la violencia contra las mujeres. Como era algo que pasaba todos los días, ya formaba parte del paisaje. Tal vez con su historia podría hacer algo, aunque sea aportar un granito de arena a...

– Se declara a Altagracia Sandoval no culpable de los cargos que se le imputan: homicidio involuntario, obstrucción de la justicia...

Altagracia no podía distinguir las palabras, las oía lejanas, igual que si se encontrara bajo agua. Se hallaba en estado de conmoción, como si estuviera fuera de su cuerpo, siendo una simple espectadora de lo que estaba pasando a su alrededor. Finalmente pudo reaccionar cuando sintió la mano de Saúl apretándole el hombro.

– Eres libre, Altagracia. – le dijo el licenciado con una gran sonrisa, aunque ella seguía en trance.

Observó la sala y las personas en el público, recibiendo miradas de odio de parte de varios que reconoció como familiares de los Monkeys, quienes se habían pasado todo este tiempo criticándola en los medios. Sin embargo, a quien no alcanzó a divisar fue al viejo de Alfonso Cabral. Le hubiera gustado ver su cara al verla absuelta de lo que se le acusaba. Pero esos pensamientos agridulces tomaron un segundo plano cuando Mónica llegó al banquillo de la defensa, traspasando las barreras para abrazarla muy fuerte. En unos segundos se unieron las demás Sandoval y hasta su amigo y guardaespaldas, Matamoros.

Altagracia no pudo evitar que las lágrimas salieran en cascada por sus mejillas. No sabía qué tan pesada era la carga que llevaba hasta que se vio liberada de ella. Ahora lo único que quería era salir corriendo de ese sitio para nunca volver.

– Matamoros, llévatelas en lo que termino de firmar unas cosas. – dijo, apartándose un poco de su familia para limpiarse el rostro.

– Mamá, te podemos esperar. – protestó Mónica, que no había dejado de sollozar de alegría. – Tenemos todo el tiempo del mundo.

– No te preocupes, chiquita. Yo las alcanzo en la casa. Estaré más tranquila cuando sepa que están a salvo de los periodistas.

– Tu mamá tiene razón, Mónica. – agregó Regina. – Es mejor que dejemos que resuelva los trámites sin que la distraigamos. Nos vemos luego, hermana. Te amamos. – dijo dándole un abrazo rápido antes de salir de la sala.

– Las amo... Ah, ¡no me vayan a dejar sin comida, eh! – exclamó, sonriendo. Se sentía tan bien poder relajarse, respirar sin tener una opresión en el pecho...

Entonces fijó sus ojos en José Luis y se volvió a tensar. Esta vez con una sensación que no era nada desagradable. Su mirada reflejaba alivio y algo más profundo, algo a lo que no le quiso poner nombre, pero que imaginaba era lo que le había confesado hace un tiempo. Esa confesión que se había negado a aceptar por miedo.

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