Capítulo 27

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Altagracia Sandoval

Tienes que estar loca, Altagracia, se repetía. 

¿Quién en su sano juicio hubiera hecho eso? ¿Besar a Saúl? Loca no, debía estar chiflada. Y cansada... Ese día había sido agotador, estresante. Toda esta situación con Mónica la había drenado. No sabría los resultados de su compatibilidad hasta mañana y eso la tenía intranquila. 

Era la única excusa que tenía para lo que había pasado esta noche: José Luis, Saúl... José Luis. 

Volver a México la había desbalanceado. Dormir de mala manera en una celda, y luego su reencuentro con Mónica... El corazón le pesaba cuando pensaba en su hija y en cómo la había rechazado. Claro que todo era culpa de Saúl. No hacía más que meter la pata. ¿Cómo era posible que Mónica pensara que valía menos que el amor de un hombre? 

Sin embargo, no podía negar que la manera como le había revelado que seguía viva no había sido la mejor. Mónica debía estar en shock. Altagracia no podía imaginarse todo lo que le pasaba por la mente, estando tan triste y verse con esa horrible enfermedad.

Había sido un día espantoso.

No te mientas, no todo ha sido espantoso.

Tal vez su caminata con José Luis -y sus besos- no lo habían sido, pero sus celos le pusieron los nervios de punta. Y pensar que justo antes la había rechazado. Este hombre la afectaba demasiado. Todavía se sorprendía de sí misma y de cómo había reaccionado a ese show melodramático que se había montado José Luis. ¿Solo por eso había invitado a Saúl a entrar? O acaso...

¿Acaso seguía enamorada de Saúl? Había mantenido sus sentimientos enterrados desde aquel día en Veracruz, no había querido siquiera pensar en él. En lo que habían vivido. ¿Y si simplemente necesitaba sacarlo de su sistema? Algo así de una noche y luego "si te he visto, no me acuerdo". Sonaba estúpido, pero Altagracia tenía miedo de no poder superar a Saúl y que nunca pudiera seguir con su vida o encontrar un hombre decente que la quisiera de verdad.

No, amarrarse a un hombre solo trae desgracias. Y si vamos a lo de decente, José Luis desde luego no lo era. Primero, porque era un hombre casado y al parecer no le importaba. Y además... Altagracia no pudo contener una sonrisa cuando recordó que habían actuado como un par de adolescentes con las hormonas a millón. Estaba segura de que se habría entregado ahí mismo sino hubiera sido por Genaro. A esta altura de juego no sabía si agradecerle.

Lo único que Altagracia sabía era que tendría que controlarse de ahora en adelante. No podía andar preocupándose por hombres cuando su hija estaba peleando por su vida. Ni siquiera había resuelto el tema de su libertad, no por completo. Estaba ahora fuera de la cárcel, pero pronto tendría que rendir cuentas a la justicia. Y aunque sabía que no podía solucionar nada esa noche, no se podía librar del desasosiego que la embargaba. Eran tantas cosas juntas...

Suspiró profundamente y recogió su cartera para irse a dormir. Al entrar en la habitación que le había preparado Regina, inmediatamente notó el frasco de analgésicos en la mesita de noche. Y menos mal, porque la cabeza estaba a punto de explotarle y sabía que no podría dormir sin ayuda. Se tomó dos cápsulas sin siquiera un poco de agua. Estaba tan cansada que solo alcanzó a desvestirse rápidamente y quitarse el maquillaje. No tenía fuerzas para más.

Se recostó y trató de apagar sus pensamientos. Al fin cuando las pastillas comenzaban a hacer efecto, Altagracia sintió el sueño invadirla... No sabía qué le deparaba el día siguiente, pero esperaba despertar de esta pesadilla pronto.

[...]

Altagracia, Alta... despierta.

Altagracia podía escuchar una voz lejana que la llamaba... ¿Era Regina? ¿Dónde estaba?

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