Altagracia Sandoval
Solo es una caminata, Altagracia. No hay razón para ponerse nerviosa, se dijo mientras pasaba frente a él hacia la puerta de salida. Pero es que la mera cercanía de sus cuerpos le ponía los pelos de punta. Hasta Regina se había dado cuenta de lo que le causaba siquiera pensar en este hombre.
Cuando salieron a la calle, se ajustó el bolso sobre el hombro. El aire era húmedo y un poco frío.
– Por aquí. – dijo Navarrete, colocándole una mano en la espalda e indicándole el camino de la derecha. Altagracia se estremeció, tratando de convencerse en vano de que solo era la temperatura y no su roce lo que le había dado escalofríos.
Comenzaron a caminar, y Altagracia miró hacia el todoterreno que asumía era de Navarrete, que los seguía a una distancia prudente y a baja velocidad. Eso podría hacerla sentir segura de cualquier ladrón callejero... Pero ¿quién la salvaba del hombre que le había robado su tranquilidad y un par suspiros?
Un par suena a muy pocos.
– ¿Estás s-seguro de que esto es b-buena idea? – dijo, casi titiritando. Se pasó las manos por los brazos, tratando de quitarse la piel de gallina.
– Estás helándote. Venga, te presto mi chaqueta. – le respondió Navarrete, despojándose de la prenda y poniéndola sobre sus hombros. Le dio un ligero apretón en los brazos y la miró un largo instante. Pero justo cuando pensó que algo pasaría, retiró sus manos.
– Mira, no tienes que hablar ahora. Solo di la idea de salir de ese bar porque... – dijo Navarrete mientras seguía caminando.
– No... Ya no puedo darle más largas. Me imagino que sabes el por qué volví a México. Pareces saberlo todo. – dijo Altagracia, mirándolo inquisitivamente.
– Te equivocas. – le respondió Navarrete, con una media sonrisa. – Pero no es necesario que me expliques...
– Pero si quiero explicarte. – le refutó Altagracia. No sabía por qué, pero sentía la necesidad de desahogarse con él. Podía hablar con Regina, con Matamoros, hasta con Saúl, y aún así intuía que solo con Navarrete podría ser 100% honesta, que él nunca la juzgaría. – Verás... Mónica... ella...
Le daba trabajo decirlo en voz alta. De alguna manera sentía que, si lo nombraba, se convertiría en realidad.
– En serio, Altagracia, no tienes que hablar... – Sus palabras le dieron la fuerza que necesitaba para finalmente afrontar la verdad.
– Mónica tiene leucemia. – soltó de pronto.
Escuchó como Navarrete exhaló abruptamente, como si hubiera recibido un golpe y soltara todo el aire de sus pulmones. Altagracia se giró hacia él y la asustó lo pálido que se veía.
– Navarrete, ¿estás bien?
– Ehh... si, si. Estoy bien. – su voz sonó tan débil que Altagracia temió que se fuera a desmayar. Se acercó rápidamente mientras miraba hacia el vehículo que les hacía la sombra.
– Pues no lo pareces, ¿quieres que le avise a alguno de tus hombres? – le dijo mientras le colocaba una mano en la mejilla izquierda. Su piel estaba fría y Altagracia sintió la necesidad de abrazarlo y hacerlo entrar en calor.
– No... No. – Navarrete se incorporó y volvió a tener el semblante de hombre impasible. Altagracia quitó la mano de su rostro al sentirse desilusionada de ese cambio de actitud. – No es nada... Solo es que... – dijo, vacilando. Ella podía ver la duda en sus ojos y decidió que fuera lo que fuera, quería saberlo. Quería saberlo todo de él. Controló el impulso de tocarlo de nuevo.
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La Indomable
FanfictionAltagracia lo había perdido todo: su empresa, su familia, el hombre al que amaba... Pero la vida le ha dado otra oportunidad para resarcir sus errores y ser feliz. ¿La aprovechará? Como me habría gustado que hubiera sido La Doña 2.