Capítulo 55

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José Luis Navarrete

Había pasado toda la mañana recorriendo la ciudad de México para darle seguimiento a las construcciones que estaban en proceso. Generalmente lo harían los ingenieros senior y le pasarían un informe con todos los pormenores, pero a él le gustaba ir personalmente. Le permitía estar actualizado y fijarse en cosas que sus empleados tal vez no habían visto.

Al llegar a la empresa, lo invadió una tensión. Pero una tensión deliciosa. Una tensión que se formaba en la boca de su estómago cuando pensaba en ver a Altagracia. Su güera. José Luis iba subiendo la escalinata de la empresa, sintiéndose en las nubes al saber que la mujer que amaba por fin estaba cediendo a su cariño. Pero esa sensación fue reemplazada por una de angustia al ver a Saúl salir por la puerta.

¿Qué hace este imbécil aquí?

– ¡Navarrete, buen día! – le dijo el abogado mientras pasaba por su lado con una gran sonrisa. José Luis pensó que no tenían nada de buenos si él había ido a ver a Altagracia. Solo con saberla cerca de ese tipejo le hervía la sangre. Se limitó a asentir y ofrecerle una tensa sonrisa. Ahora solo pensaba en llegar a la oficina de su mujer y preguntarle qué buscaba ese tipo en la constructora.

Mientras, en la oficina de Altagracia, la empresaria se quedaba a la expectativa de que Eleonora hablara. Se había puesto de pie, pero no se había acercado a la mujer para darle la bienvenida.

– Buen día. ¿En qué te puedo ayudar? – trataría de ser cortés, pero la verdad se le estaba haciendo difícil.

– Es que venía a reunirme con José Luis y, cuando vi tu nombre en la puerta, no pude evitar hacerte una visita de cortesía. – dijo, a modo de explicación.

¿De cortesía? ¿Acaso ha vuelto a drogarse? ¿Y para qué quiere ver a José Luis?

– Ah... Pues... Gracias. – dijo Altagracia, esbozando una sonrisa rígida. No confiaba que lo de Eleonora fuera simple educación. Le olía a que esta visita repentina tenía algo que ver con las fotos de ellos dos y le carcomía la curiosidad.

– De nada. – le respondió Eleonora con un tono empalagoso. Definitivamente le daba mala espina. Se quedaron mirándose la una a la otra sin decir nada. Altagracia solo quería que se fuera de su oficina. No se le daba bien el servir de entretenimiento para personas que no encontraban algo mejor que hacer con su tiempo que molestar a los que si trabajaban.

La puerta de su oficina se abrió de pronto, dando paso a un José Luis encolerizado.

– Altagracia, ¡¿me podrías decir que chingados hace ese...?! – entró sin anunciarse, gritando como un desalmado, pero se detuvo al ver a Eleonora. – Eh... ¿Qué...?

– Ay, José Luis, ¡qué bueno que llegaste! Estaba justo buscándote. Solo vine a saludar a Altagracia en lo que volvías a tu oficina. – Altagracia no pensó que fuera posible pero esta vez su voz sonaba aún más azucarada. Sentía que le iba a dar una indisgestión.

José Luis se fijó en ella y en la sonrisa hipócrita que tenía tatuada en la cara. No sabía qué estaba pasando aquí, pero olía a peligro.

– Ah... Discúlpame, no recuerdo haber acordado una cita contigo... – dijo con cautela.

– ¡¿Cita?! ¿Desde cuándo necesito yo una cita para verte? – de pronto puso una cara muy seria que a José Luis lo puso aún más nervioso.

– Soy un hombre de negocios, Eleonora. Tengo una agenda muy apretada.

– Pues deberías tener concesiones con tus... amigos. – le respondió su exesposa.

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