Capítulo 24

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José Luis Navarrete

– José Luis... ¿te puedo pedir algo?

La manera en que Altagracia dijo su nombre le recordó todas las cosas que pensó hacerle en esa callecita, apenas hace unos minutos. Podría vivir el resto de su vida escuchándola nombrarlo así, mirarlo así, hacerlo sentir así...

¿El resto de tu vida? ¿Qué dices, José Luis? Altagracia es un simple capricho. Un capricho, no más.

La miró fijamente a los ojos. Sabía lo que ella iba a pedirle... Y no podía permitirlo. La quería en su cama, la necesitaba, pero no así. Quería que ella tomara la decisión, pero estaba muy sensible por el tema de Mónica y no sería justo aprovecharse de esa manera. Vio con pánico como abría la boca y decidió pararla en seco.

– Altagracia, buenas noches. – dijo, negando con la cabeza, y se arrepintió inmediatamente de lo duras que sonaron sus palabras. No era su intención, pero supo que el daño ya estaba hecho cuando vio su reacción. Ella abrió sus ojos como platos, para en una milésima de segundo cubrirse de un velo impenetrable. Se había vuelto a poner la careta de la doña, la que le había costado tanto esfuerzo atravesar. – Genaro te estará llevando a casa para que descanses. – dijo, tratando de suavizar el tono.

– No es necesario, puedo pedir un Uber. – respondió Altagracia, alzando ligeramente la barbilla. José Luis ya empezaba a entenderla, a descifrar sus gestos y la manera en que hablaba. Estaba dolida, pero no se lo iba a mostrar abiertamente.

– Por supuesto que no. Genaro te va a llevar, es cuestión de seguridad.

Eso y que te morirías si algo le pasara.

– Navarrete... – ahí estaba, usando su apellido de nuevo, con un tono impersonal. Le dieron ganas de tomarla entre sus brazos y quitarle esa expresión de la cara con sus besos, pero tenía que controlarse. No era el momento.

– No admitiré un no por respuesta, Altagracia. Deja que te lleve, deja que te ayude, mujer.

– Bueno, si insistes... – respondió, mientras se quitaba un mechón de la cara y lo colocaba tras su oreja.

José Luis respiró con alivio. Pensó que tendría que recurrir a otros... métodos para convencerla. Afortunadamente ese no era el caso. Le abrió la puerta del todoterreno y la ayudó a subir. Notó que ella evitaba su mirada a toda costa y, por alguna razón, eso le incomodó. Podía fingir que era un hombre racional todo lo que quisiera, pero todo el mundo tenía su límite.

– Altagracia... – la llamó. Ella duró unos segundos, pero al fin se volvió hacia él y lo miró por debajo de esas largas pestañas. Tomó el rostro femenino entre sus manos y fijó sus ojos en los de ella. El ambiente se volvió pesado y sus caras se acercaron tanto que sus alientos se mezclaban. – Hablé en serio cuando dije que te quería ayudar a ti y a tu hija. Por favor no dudes en llamarme cuando necesites algo.

Se veía tan hermosa así de cerca, mirándola a los ojos, sintiendo el calor de su piel en sus manos. Le plantó un beso casto en la comisura de los labios. Ella se quedó quieta, y José Luis se lo agradeció. Sabía que si daba un movimiento en falso, estaría perdido... Así que se retiró lentamente. Ahora era él quien evitaba su mirada.

Tras cerrar la puerta, se dirigió a Genaro.

– La llevas a donde su hermana. Contigo tendré una conversación más tarde. – dijo en tono bajo, asegurándose de que entendiera que no estaba fuera de peligro por la metida de pata de antes.

– Claro, patrón.

Acto seguido se subió al otro todoterreno y le indicó al chofer que los siguiera discretamente. Confiaba ciegamente en Genaro, pero quería asegurarse personalmente de que Altagracia llegara sana y salva a su casa. Empezaba a sospechar que tenía una obsesión insana con ella.

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