Capítulo 68

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Estaba lista para dar el paso, para confesarle su amor.

El fin de semana en la hacienda fue todo un éxito. José Luis la pasó de maravilla con las Sandoval y Matamoros. Aunque se había fijado que el guardaespaldas casi no salía de la cocina, al parecer encandilado con Magdalena.

Por su parte, Altagracia estaba feliz con la decisión que había tomado. Sobre todo cuando veía la complicidad entre el empresario y su hija. El moreno le había enseñado a montar caballo, a jugar póker y, aunque odiaba admitirlo, hacían una mancuerna perfecta para burlarse de ella.

Lo mejor del viaje era que le había confirmado lo que ya su corazón, y Mónica, venían diciéndole hace tiempo. José Luis era un hombre digno de su confianza, de su amor. Además, sin invalidar sus temores, él le había ayudado a estar más tranquila con el viaje de la chica. Tenerlo a su lado, apoyándola de esa manera tan férrea, era más de lo que podía pedir.

Mientras volvían a la ciudad solo ellos dos, con la piel aún cálida y ligeramente bronceada, Altagracia se giró para observarlo con detenimiento. Él la miró de soslayo y esbozó una media sonrisa que la hizo contener el aliento.

– ¿Sabes qué, amor? Estás muy comprometida con el trabajo, eso lo tengo bastante claro, pero estaba pensando en que podrías tomar el día de mañana libre para estar con Mónica. Yo me encargaré de tener todo bajo control en la constructora.

– ¿En serio? ¿No se derrumbaría la empresa? – dijo en tono de broma. – ¿Harías eso por mí?

Él tomó su mano entre la suya y entrelazó sus dedos. Luego se los llevó a la boca para posar un beso lleno de promesas en sus nudillos.

– Por ti lo que sea, mi vida.

Altagracia no pudo evitar sonreír abiertamente y besarlo en la comisura de los labios.

Así se sentía estar colada hasta los huesos.

Lunes 10:00 am

Altagracia se despidió de José Luis en su casa temprano esa mañana y se dirigió hacia la suya, donde se reuniría con Mónica. Aceptó la oferta del empresario, por lo que estaría todo el día con su hija hasta que finalmente tomara su vuelo en la tarde. Habían quedado de almorzar las Sandoval juntas y así compartir un poco antes de llevarla al aeropuerto.

Se dio una ducha rápida y estaba buscando algo que ponerse cuando recibió un mensaje en su móvil.

"Ya estoy acá, mamá. Te espero en la cocina." Leía el texto de Mónica.

Estaba terminando de prepararse cuando comenzó a estornudar repetidamente. Tal vez estar en la hacienda le había afectado un poco. Tomó un pañuelo y se encaminó hacia la cocina para encontrarse con Magda y su hija conversando entre risas.

– Ay, amanecimos de buenas hoy. Buen día, chiquita. – le dio un beso en la frente. – Magda, pensé que te había dado el día libre.

– Ay, no es problema, señora. A mí me encanta estar a la orden.

– Y cerca de Matamoros, ¿no? – bromeó Mónica. – Ay, todos lo notamos el fin de semana muy cerca de ti, no te hagas. – se defendió cuando la cocinera le tiró una mirada asesina.

– Supongo que me lo merezco por siempre andar de bocona, ¿no? – replicó, riendo.

– De igual manera, Mónica, es cosa de ellos lo que hagan o no hagan... – le increpó Altagracia. – Aunque ayer se desaparecieron por un buen rato, eh. – dijo divertida, antes de volver a estornudar varias veces.

– ¡Salud! – Magdalena la miró con curiosidad. Nunca la había visto enferma. – ¿Está agripada, señora?

– Pues la verdad me levanté algo mocosa y con una ligera molestia en el cuerpo, pero estoy bien.

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