– Mamá... – dijo Mónica, mientras se servía unas tortillas con aparente calma. – Pobre de José Luis, eh. Dime que al menos le diste de desayunar antes de echarlo.
Altagracia sintió como el color abandonaba su cara. No sabía cómo reaccionar. ¿Habría notado la corbata? Miraba las caras de las tres mujeres muy serias, y ella sin poder decir palabra.
– Parece que di en el blanco. – siguió Mónica alzando una ceja. En un instante todas empezaron a reír a carcajadas. Altagracia tuvo ganas de mandarlas a la verga, pero decidió respirar profundo y reírse con ellas.
– Ay, ¡por favor! Estaba demasiado ocupada arreglando todo, ¿cómo voy a tener a José Luis aquí? – respondió, sirviéndose unos huevos y tratando de que su estrés no fuera tan evidente.
Demasiado ocupada...
– Sería una distracción, sin duda... – contestó Mónica, señalando algo en el hombro de Altagracia. Quedó horrorizada al darse cuenta de que José Luis le había dejado un chupón. Se ajustó rápidamente la manga para cubrirlo.
– Es solo un rasguño. Me lo hice moviendo unas cajas.
Ya empezaba a arrepentirse de hacer este desayuno.
– Pobrecita mi hermana. Parece que te lastimaste mucho. Además, debió ser agotador. Estás pálida. – dijo Regina, apenas conteniendo la risa.
– Ay, tía... Ya dinos todos los detalles. Por lo que me han contado, las chispas entre ustedes son evidentes.
– No es lo que piensan. Yo...
– ¿Y qué es lo que pensamos? – interrumpió Mónica, cruzando los brazos. Ya no sabía si su hija seguía tanteando el terreno o si estaba segura, así que se mantuvo en silencio por unos segundos.
– Yo no iba a decir nada, pero mi sobrina es una Sandoval hasta la médula. – intervino Regina, riendo. – Ya no lo niegues, Altagracia. Nomás falta verte para darse cuenta de lo feliz que estás. Me imagino que te ayudó a terminar de arreglar todo.
Luego las tres empezaron a hacer chistes de besos debajo de árboles y no sabía qué más. En este punto, Altagracia ya se estaba hartando de sus relajos.
– Ya... ¡YA! – las acalló Altagracia. Ahora era su turno de reír con las caras de espanto que habían puesto. – Tienen razón. Aquí todas somos adultas y les tengo la confianza suficiente para contarles. Espero que esto no salga de aquí. – dijo, amenazándolas con la mirada.
Altagracia terminó de beberse la mimosa para aliviar un poco los nervios. Luego trató de explicarles lo mejor que pudo el acuerdo que tenía con José Luis, incluyendo las reglas.
– Reglas, ya... Empecemos las apuestas de cuánto durarán esas "reglas". – dijo Mónica, haciendo la seña de comillas con los dedos. – Yo apuesto 500 pesos a que duran menos de una semana.
Le lanzó una mirada asesina a su hija, mientras que ella se limitó a reírse. Definitivamente, Altagracia no estaba disfrutando nada ser el centro de sus burlas.
– En mi experiencia, las reglas se hicieron para romperlas. Y en eso eres experta, tía.
– No, Isabella. Estas reglas tienen una razón de ser. Luego seremos solo socios en la empresa y a ninguno de los dos nos conviene que esto que tenemos afecte a la Constructora. Esto es temporal. Esto es solo sexo.
– A ver, si es solo sexo, ¿por qué esconderlo?
– Porque la gente habla, Mónica. Y lo sabes.
– Pues la doña que yo conocía los hubiera callado a todos. – le respondió Regina.
– Pues yo ya no soy esa doña. Y, aunque me sirvió en su momento, no me interesa volver a serlo. – dijo, sirviéndose otra copa, esta vez de champán puro.
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La Indomable
FanfictionAltagracia lo había perdido todo: su empresa, su familia, el hombre al que amaba... Pero la vida le ha dado otra oportunidad para resarcir sus errores y ser feliz. ¿La aprovechará? Como me habría gustado que hubiera sido La Doña 2.