Capítulo 87

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Altagracia admiraba la esmeralda en el anillo mientras le daba vueltas en el dedo. No lo llevaba puesto en público desde que se enteró de la traición de José Luis, pero, por alguna razón que no entendía, no se podía deshacer de él. Aparte de las fotos que tenía en su celular de días más felices, y que miraba de vez en cuando, la argolla era lo único que lo ataba a él.

Lo único tangible, porque todo le hablaba de él: los rincones de su casa, el espacio vacío en su cama, su cuerpo falto de caricias...

Su corazón.

Se fijó otra vez en la piedra preciosa. Tenía otras joyas mucho más caras y ostentosas, así que era una estupidez quedarse prendada de un anillo que no significaba nada.

Que te rehúsas a admitir que significa algo, se corrigió. Y ese significado pesaba en su pecho con cada respiración que daba. Era una pesadez que no la dejaba desde hace ya dos días.

Lo había visto ese miércoles mientras salía con Rocco del brazo y temió una escena de celos. Pero nada pasó. Más tarde, cuando la esperó en su oficina, pensó que tal vez podrían hablar y enmendar su relación. Que tal vez volverían a estar juntos, pero el orgullo ganó y esta vez fue él quien se alejó de ella.

Porque eres una necia y te niegas a ceder.

Cuando se quedó sola, llamó a Regina porque esperaba que su hermana le sirviera de consuelo. Cuando le contó sus planes de irse del país, de alejarse de él, Regina no hizo más que cuestionarla.

– ¿Estás segura de esto, hermana?

– Claro que lo estoy. – dijo tratando de sonar firme, aunque para ambas fue claro que estaba llena de dudas.

– No sé, siento que estás usando tus traumas como excusa para correr y alejarte de tus sentimientos. Ya lo hemos hablado, Altagracia. No puedes deshacerte de lo que sientes por José Luis por más que trates. Además, él no es como ninguno de los hombres con los que has estado antes. Honestamente, me sorprende lo mucho que aguantó antes de darse por vencido. Yo creo que...

– Ay, Regina, ya. Ya basta. – no quería seguir escuchando cómo José Luis era un mártir y ella su verdugo. Tenía suficiente con su consciencia que apenas la dejaba dormir. – Tomé una decisión y la voy a mantener.

– Eres más terca que una mula, la verdad. Solo espero que cuando te arrepientas de esto no sea demasiado tarde.

La empresaria suspiró. Ella también lo esperaba.

La conversación con su hermana la dejó pensando. No podía negar que su necedad era una de las cosas que no permitía que lo perdonara. Su necedad y su orgullo. Todo por no dejarse encerrar.

¿Encerrar en qué? ¿En una relación que te hace bien?

Exhaló con pesadez. Le gustara o no, había perdido a José Luis y podía sentir como una parte de ella moría con esa relación. Un sentimiento de pérdida irreparable la invadía con cada respiro, aunque se quisiera convencer de que era lo mejor para todos.

Lo mejor para tu ego, querrás decir.

Todos sus asuntos estaban en orden. Sus acciones, sus propiedades y la seguridad de Regina e Isabella. Solo restaba hablar con Mónica, pero eso lo haría estando en Europa. No se podía arriesgar a que tratara de convencerla de quedarse.

Como había sucedido incontables veces en las últimas horas, volvió a pensar en la conversación que supuso el clavo final a su fallido amor.

Altagracia estaba dividida en dos. Por un lado, debería estar contenta. Después de todo, eso era lo que buscaba: quedarse sola... y amargada. Por otro lado, totalmente contrario, se sentía desolada. Su voz interior insistía en que ya había tenido suficiente masoquismo para toda una vida.

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