Capítulo 15

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Altagracia Sandoval

No había tenido una noche tan mala desde que salió del hospital. No durmió nada pensando en todos los eventos del día anterior. Justo cuando pensaba que podía seguir adelante y hasta interesarse por otras personas, recibía esa llamada de Saúl. Saúl, siempre inoportuno, siempre tras sus pasos. Si tan solo pusiera ese empeño en dejarla en el pasado...

Pero no valía la pena quedarse clavada en su habitación, pensando en alguien que estaba a miles de kilómetros. Alguien a quien no volvería a ver porque, si bien estaba separándose de Mónica, Altagracia seguía firme en su convicción de no hacerle saber que está viva. No había hecho más que llevar tragedia y tristeza a la vida de su hija. Y aunque le duela estar lejos, aunque piense en ella por el resto de sus días, Mónica será feliz sin ella. Será feliz a pesar de ella.

Altagracia suspiró y finalmente se levantó de la cama. Era demasiado temprano para llamar a Matamoros, así que decidió bañarse y prepararse para ganar tiempo. Hoy iba a salir y tratar de no pensar. Palabra clave: tratar. Siempre estaba pensando demasiado, analizando sus próximos pasos. Pero hoy lo tomaría un día a la vez. Hoy sería Olivia Jacques y no Altagracia Sandoval.

Ella y Matamoros se pasaron el día andando de tienda en tienda, parando a tomar un café y un bocadillo. Se sentaron en el mismo sitio de ayer y de pronto Altagracia sintió escalofríos. Ahí le habían tomado una de las fotos que le hizo llegar Navarrete. No sabía dónde se había metido ese hombre tan escurridizo y la verdad no le interesaba saber.

Mentirosa, no sabes por qué no te ha tratado de contactar y eso te está carcomiendo. Acepta de una vez que sus besos te movieron el piso.

Sacudió esos pensamientos de su cabeza y se enfocó en la conversación que tenía con Matamoros. Él no sabía nada del problema con Navarrete y era mejor así. Si se lo contaba, entraría en modo guardaespaldas y eso era lo que menos quería. Sobre todo, ese día cuando necesitaba tener conversaciones ligeras, sin carga emocional.

Se hizo de noche y volvieron al hotel. Altagracia fingió un dolor de cabeza para irse temprano a la habitación. Sabía que Matamoros no le creyó ni un poco, aunque tampoco le hizo preguntas. Cuando lo vio ir de camino al bar, pensó que debía conseguirle una pareja. Pero eso sería otro día. Ahora necesitaba estar sola.

Solo hizo entrar en la habitación para recordar a Navarrete e imaginarse su figura recostada del marco de la puerta. Casi esperaba que le tocara la puerta para pedirle otra oportunidad. Se sentía la mujer más necia del mundo porque estaba segura de que si eso pasara, se haría la difícil. Quería hacerlo sufrir tantito. Esbozó una sonrisa y pensó que ni ella misma se entendía.

Colgó la ropa que compraron ese día, se quitó los zapatos y se dio un ligero masaje en los pies. Habían caminado mucho y los tacones que traía puestos no estaban precisamente hechos para maratones. Esperaba que el cansancio que la embargaba la ayudara a dormir.

Quería mantenerse positiva, pero algo le decía que sería otra noche de insomnio. Otra noche pensando en cómo estaría su hija, Regina, Isabella, Navarrete... ¿Navarrete?

Qué tonterías piensas, Altagracia. Ni siquiera tuvieron nada y ahora lo piensas, cuando tú misma te alejaste. Eres patética.

Acababa de apagar la luz y esconder la cabeza entre dos almohadas cuando su móvil sonó. Se espantó y tanteó la mesa de noche buscando el celular.

Si es Navarrete, déjalo sonar. No puede pensar que lo estabas esperando.

Pero al ver el nombre de Saúl en la pantalla, el corazón se le cayó al piso. Su intuición le decía que esta llamada no era una continuación de la anterior. Algo había pasado.

– Saúl... ¿por qué me llamas? – podía escucharlo del otro lado del teléfono y cuando duró unos segundos sin responder, se temió lo peor. – ¡¿SAÚL?!

– Al-Altagracia... Es Mónica... Tienes que volver a México. Tienes que volver YA. – sonaba muy perturbado.

– Pero dime qué está pasando, ¿está viva? Por favor dime que está viva. ¡HÁBLAME, SAÚL! – si no le contaba todo ya, era capaz de romper el celular con sus propias manos.

– No te voy a mentir. Mónica no está bien, está estable, pero está muy enferma... Ella te necesita.

Altagracia pensó por un momento que tal vez todo era un plan de Saúl para verla de nuevo, pero en el fondo sabía que no era así. Su hija la necesitaba y no iba a perder un solo minuto en llegar a ella.

– Tomaré un vuelo lo más pronto posible, ¿dónde están?

Tomó nota mental del nombre del hospital donde estaba y cerró la llamada. Llamó a Matamoros contándole lo sucedido mientras armaba las maletas de manera frenética. Cuando unos minutos después Matamoros llegó a su habitación, tenía la habitación hecha un desastre. Nunca había estado tan nerviosa, tan inquieta.

Partieron hacia el Aeropuerto Charles de Gaulle y casi por milagro pudieron conseguir boletos para el próximo vuelo. 11 horas, 11 horas y estaría en la Ciudad México, donde había jurado que no pondría un pie mientras estuviera viva.

Matamoros la obligó a tomarse un calmante y vaya que lo necesitaba. No sabía cómo habría sobrevivido el vuelo tan largo estando en sus 5 sentidos. Justo cuando los efectos del medicamento se estaban agotando, llegaron a su destino.

Altagracia se sentía en un sueño, o más bien pesadilla. Tenía los nervios a flor de piel, sin saber bien qué era lo que pasaba con Mónica. No podría estar tranquila hasta verla. Ni siquiera se detuvo a pensar en qué pasaría si la reconocían. Sus papeles falsos eran de una muy alta calidad, pero su cara era muy famosa.

Sin embargo, no encontraron ningún problema tomando un taxi hasta el hospital. Antes de llegar llamó a Saúl para acordar dónde reunirse. No quería que su familia la viera aún, pero le urgía conocer el estado de Mónica. Altagracia se había pasado el trayecto desde el aeropuerto pensando en cómo se sentiría al verla, en cómo su hija reaccionaría al enterarse de que no había muerto.

Entraron en el hospital tratando de ser lo más discretos posible, Matamoros se encargó de verificar todos los pasillos hasta que llegaron al punto de encuentro. 

Pero Saúl no fue quien entró al salón vacío donde lo esperaban, sino... ¿Karen?

– Altagracia Sandoval, está usted bajo arresto. 

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