* aquí, Gabo y Zoé son medios hermanos.
El día que conoció a Gabo, fue uno magnífico. El mejor día de su vida, sin duda.
Su padre obtuvo un mejor empleo en otro país, y tuvieron que mudarse. Buenos Aires no sonaba tan mal, y menos para un niño que lo tomaba todo literal. Pero al parecer, su madre pensaba diferente. Dos semanas después, Lorenzo ayudaba a su papá a bajar las cajas y apilarlas en la entrada de la nueva casa. Lorenzo notó la mata de cabello castaño asomándose por la ventana y un par de ojos curiosos. Su papá no se dio cuenta o eso fue lo que Lorenzo creyó y continuó apilando cajas en la entrada, sin perder de vista al niño asomándose por la ventana.
Los vasos de limonada yacían vacíos en la mesa en el patio. Su mamá seguía enfurruñada, pisando fuerte cada vez que entraba o salía. Lorenzo frunció el ceño. La ciudad no estaba tan mal. A Lorenzo le gustó el parque que se encontraba no muy lejos, constituído por una cancha grande y diversos juegos, como la resbaladilla y el pasamanos que de seguro lograría pasar en menos de un minuto.
—No te preocupes. Ella va a amar esta ciudad. Solo démosle un poco de tiempo— su papá le apretó el hombro y Lorenzo apreció el gesto.
Podría ser solo un niño de seis años, pero no quería que sus padres se separaran o que algo malo ocurriera, como que su madre decidiera regresar a México.
—Ella ya lo aceptó. Quita esa cara larga.
Antes de siquiera pensar en una respuesta, una mujer se acercó a ellos, el niño tomado de su mano era el mismo de la ventana y era una versión en miniatura de la mujer. Lorenzo sonrió. Siempre quiso un hermano pequeño, alguien con quien patear el balón en el patio. Se levantó, acercándose al niño, quién seguía escondido detrás de su madre.
—Me llamo Lorenzo. ¿Tú cómo te llamas?— Lorenzo preguntó.
La mujer había comenzado una charla con su padre, incluso su madre se había unido.
—Oh, vamos. No seas tímido— la mujer soltó su mano y el niño levantó su rostro.
—Gabriel...Gabo— fue apenas un murmullo.
—Gabo, ¿quieres ser mi amigo?
Gabo sacudió la cabeza y Lorenzo lo tomó de la mano.
—¿Quieres jugar fútbol?
Y solo así fue como su amistad comenzó. Al minuto siguiente ya eran inseparables y los mejores amigos.
×××
Su madre apagó el despertador y luego lo sacudió. Lorenzo abrió los ojos, y los talló. Seguía teniendo sueño. Las vacaciones habían terminado al igual que los días junto a Gabo. Días cubiertos de tierra, piernas doloridas de tanto patear el balón y de correr tras Gabo.
—Mamá, ¿por qué Gabo no puede ir conmigo a la escuela?
Su madre frunció el entrecejo.
—¿De qué hablas, Lorenzo? Hablé con Diana y ambos irán juntos a la escuela.
—Pero él es aún más pequeño que yo— Lorenzo refutó. Acomodó el pantalón del pijama sobre la almohada.
—Ay, cariño. Él tiene la misma edad que tú. Es solo que los niños crecen a diferente paso. Ahora eres más grande que la mayoría de niños. Puede que en el futuro él sea más grande que tú. Termina de vestirte y lávate los dientes, el desayuno está listo.
Las nubes se arremolinaban en el cielo, Lorenzo pudo observar desde la ventana. Por lo que había dicho su madre, Gabo y él comenzarían la escuela juntos. Irían en el mismo salón y mientras Lorenzo sabía contar hasta el cincuenta y leer oraciones muy cortas, Gabo no estaba tan avanzado. Agarró la mochila, arrastrándola junto a la red que contenía un balón desgastado.
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Historias cortas y otras no tan cortas
FanfictionDrabbles/oneshots de diferentes parejas.