180. CASCADA [Lorenzo]

136 7 0
                                    

*No sabía si poner a Gabo por qué es un preGarenzo...

Su vida era un sinónimo de fútbol, cómo la de muchos otros jugadores. Pero, esa parte de su vida había llegado a su fin. Hecho que le traía tristeza y a la vez, felicidad. Lorenzo amaba el fútbol, pero eso no cambiaba el hecho de que era un trabajo. Tuvo la suerte de ser bueno en ello. Aunque, las consecuencias que la presión de ser un deportista conllevaba, dejó secuelas. Lorenzo todavía seguía una dieta y rutina de ejercicios, pues era difícil dejar atrás hábitos.

Lorenzo acomodó los platos en la mesa. No había escuchado ruido desde que Dani entró a su habitación, arrastrando un peluche y con un libro que Lorenzo le había leído en multitud de ocasiones. La historia era de un halcón que no sabía volar, y que por casualidad, se llamaba Dani. Su hijo amaba ese cuento, Lorenzo no comprendía por qué. Era una historia simple. Estaba a punto de ir en busca de sus retoños, cuando Celeste salió de su habitación, gritando a todo pulmón la mala palabra que lo había escuchado decir el día de ayer.

—Pendejo, pendejo, pendejo…— Celeste llevaba una tiara entre sus manos.

Lorenzo la detuvo y se hincó. Su hijita estaba en esa fase de repetir lo que escuchaba.

—¿Recuerdas que esa palabra no la debes de repetir? Hablamos sobre eso ayer. Está mal. Además, si mamá te oye, me va a matar— Lorenzo dramatizó, aunque no era una mentira.

Celeste mordió su labio. Su largo cabello caía como cascada sobre sus hombros. Lorenzo le haría una trenza, para que su cabello no quedara pegajoso.

—No, no quiero que eso pase.

—Está bien. Tranquila— Lorenzo encontró un peine entre los juguetes regados.

Lorenzo se había vuelto un experto en peinados. En menos de un minuto, el pelo de Celeste estaba atrapado en una trenza. Lorenzo detuvo las puntas con sus dedos, y así, fue a la habitación que, por el momento, ella compartía con su hermano menor. Dani estaba sentado en el suelo, sobre un tapete que contenía el abecedario, el libro entre sus manos era uno pesado. Lorenzo lo pidió para Celeste, pero Dani se adueñó de él. Tenía un presentimiento de que a pesar de su corta edad, Dani comprendía las imágenes y las letras. 

—Dani, ya es hora de desayunar— Lorenzo dijo. 

Celeste salió corriendo en cuanto su cabello fue atado. Lorenzo tenía tiempo de sobra, pues Martina vendría por los niños en la tarde. Dani se levantó, él acomodó el libro en el mueble donde otros libros estaban organizados. Lorenzo sonrió, y acarició la melena salvaje de su hijo. Eran estos momentos en los que estaba feliz de por fin poder disfrutar de sus hijos, sin tener que estar días lejos de ellos.

☆▪︎☆▪︎☆▪︎☆▪︎☆▪︎☆▪︎☆

—Por Dios, corazón. Querés verlo— Martina dijo. Su mirada ya le había advertido que no aceptaría su negación —Nunca es tarde.

Lorenzo cruzó los brazos. Martina había madurado tanto, que a veces no la reconocía. Habían compartido un matrimonio de pocos años que estaba destinado al fracaso. Su amistad era más fuerte, solo que ambos habían sido ciegos para darse cuenta. Martina sabía sobre los sentimientos que se habían arraigado en su ser por el enganche que alguna vez fue su rival. Lorenzo sintió la ola de melancolía. Sus días en el IAD era un pasado al que viajaba seguido. 

—Está felizmente casado— Lorenzo alzó su ceja, para que el tema quedara olvidado, pero, Martina no iba a dejar ir el tema sin salir victoriosa.

—Oh, perdona. Hace años que se divorció. Creí que te lo había dicho.

El corazón de Lorenzo saltó ante esa revelación. Martina se había guardado esa información porque sabía que le sería útil.

—Ya ha pasado mucho tiempo— Lorenzo quiso excusarse.

No había interés por parte de Gabo, de ningún tipo. Su amistad se desvaneció cuando Lorenzo se graduó. Trató de seguir en contacto, pero con rumbos diferentes, Lorenzo desistió. Y luego, se enteró que Gabo y Zoé se habían unido en matrimonio y también se habían convertido en padres. Lorenzo no iba a negar que le dolió no haber recibido una invitación, pero tampoco planeaba ir. No era un masoquista. Estuvo a punto de enviarle un mensaje, felicitándolo, pero no se atrevió.

—Ya es tarde. Seguimos caminos diferentes. Estoy seguro que él ni siquiera se acuerda que fuimos al mismo instituto. 

—Uff, ¿dónde quedó ese Lorenzo con aires de grandeza? ¡Reacciona! Es una oportunidad que no podés dejar ir. Solo tenés 36. Eso no es ser viejo.

Lorenzo solo asistió a dos reuniones de exalumnos, con la esperanza de reencontrarse con ese amor imposible. No tuvo suerte, eso estaba claro.

—¿Sabes algo que yo no?— Lorenzo bebió de su copa —O, ¿piensas ir?

—Claro que iré. Diseñé un vestido para la ocasión.

—Estás usandome cómo pretexto para ir, ¿verdad?

—No. Martina Markinson no necesita excusas. Si te reusas, voy a llevarte de todos modos. Además, también te diseñé un traje. No podés decir no. Te lo prohíbo. 

—Agradezco tu compromiso con mi situación amorosa. No creí que diría esto, pero, no tengo esperanza y ya estoy viejo. Somos dos divorciados, y la vida no es una película de Disney— Lorenzo se bebió el vino. 

—Podrías sorprenderte. Pero bueno, pasaré por vos. Tenés que estar listo. Diego accedió a cuidar a sus nietos, así que no podés poner ese pretexto. Chau.

Lorenzo besó la frente de cada uno de sus hijos, y se despidió de Martina. El auto desapareció. Lorenzo cerró la puerta y se quedó recargado cerca del perchero. ¿Una sorpresa? Claro, nada iba a suceder, Martina solo estaba alimentando la esperanza que se había marchitado. 

—¿Podría sorprenderme? Si, claro.

*Gracias por leer (⁠ ͡⁠°⁠ᴥ⁠ ͡⁠°⁠ ⁠ʋ⁠)

Historias cortas y otras no tan cortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora