163. CARICIA [Lorenzo/Gabo]

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*lo empecé a escribir hace un buen, cuando estaba de moda el filtro "hearteyes" y la canción Jenny.

La risa de Ezequiel lo enfureció. El imbécil se acarició la barriga y sus carcajadas no hacían más que alimentar el enojo que burbujeaba en su estómago como el caldero de una bruja, estaba dispuesto a arriesgar que la felicidad de Francisco se convirtiera en justicia con un castigo que podría dejarlo fuera del equipo por unos días. Situación que causaría discusiones con su padre y días en los que se arrepentiría de lo estúpido que había sido por seguir el absurdo juego de su amienemigo. La adrenalina del partido seguía corriendo en su sistema, y eso aunado a la risa socarrona de Ezequiel, era un milagro que no hubiese explotado en violencia. Además, en su cabeza y detrás de sus párpados, la imagen del número diez continuaba impregnada. Cabello ondulado, piel con rastros de sudor, cejas enormes y una estatura ideal para estamparlo en la pared (o en cualquier superficie plana, Lorenzo no era quisquilloso) y hacerlo pagar por su estado. Sin embargo, ¿qué haría sin Valentino? porque el delantero lo detuvo con la mano en su pecho y una mirada acusadora. Ezequiel tenía una ceja levantada, esperando su ira con los brazos abiertos. 

—¿Querés que Francisco te expulse? No voy a detenerte.

Lorenzo cruzó los brazos. Su corazón seguía latiendo cómo si siguiera en el campo, corriendo, cómo si los ojos de Gabo estuviesen anclados en su dirección al igual que minutos atrás, cuando Ezequiel y Valentino se percataron de su peculiar estado. Rodó los ojos y retrocedió. Ezequiel mantenía su sonrisa burlona mientras que Valentino parecía no darle importancia, o simplemente, ya estaba acostumbrado a lo idiotas que podrían llegar a ser.

—Todavía tenés corazones en los ojos. El pichón te pegó duro, ¿eh? Lástima que son Romeo y Julieta, un romance prohibido. ¿No lo imaginás, Valen? Un águila y un halcón, no hay manera.

—Esto no es una enesmitad legendaria, Ezequiel. Vos fuiste parte de las águilas, ¿no recordás? No seas cizañoso— Valentino le advirtió.

Lorenzo rodó los ojos. El estado por el que estaba en esa situación, se iba desvaneciendo lentamente, pero Ezequiel se encargaría de que no lo olvidara. Valentino lo miró con una ceja alzada y Ezequiel levantó las manos. Dejaría el tema, pero solo porque Valentino se lo había pedido. Lorenzo suspiró. Ahora no solo se tenía que preocupar por su posición en el equipo como el mejor jugador, sino que ahora tenía otro problema que lo hacía perder el balance. Se acarició el pecho. Ezequiel alzó las cejas pero de su tonta boca no ocurrió una burla, aunque Lorenzo sabía que no estaba a salvo. Si otros se enteraban, Lorenzo sería el centro de burlas (cuando él era el principal perpretador cuando de burlas y bromas se trataba) y Valentino no iba a detenerlo, sin embargo, no tenían que discutir que se quedaría entre los tres, era obvio. Lorenzo creía que sería pasajero.

—Esperá, todavía tenés destellos— Valentino le dió a conocer— Hay que esperar. Varios ya se han ido a las duchas.

Lorenzo ocultó su mirada. Puso su mano en su cabeza, como si quisiera cubrirse el sol. Ya no sentía su corazón loco, pero las mariposas en su estómago seguían de rebeldes. El síndrome del amor era normal y podría ocurrir en cualquier momento. No consistía un problema de salud, a menos que se convirtiera en obsesión. Lorenzo se acarició el cabello. Quería ducharse e ir a festejar y olvidar que un chico de apenas un metro con setenta le había robado la respiración. Lorenzo procuró no mirar al de la playera con el número diez, quien seguía en el campo, riendo con un chico rubio. Ezequiel y Valentino habían entablado una conversación acerca del partido.

—Debemos cuidarnos del pichón. Patea duro el enano. Las águilas se han fortalecido, y esto se acaba de poner divertido, ¿no, Lorenzo?

El nombrado ignoró al que alguna vez llevó la banda de capitán. Sin querer queriendo, su mirada llegó al número diez. La tenue sonrisa lo volvió idiota. Los destellos en forma de corazones volvieron con todavía más fuerza. Todo su cuerpo se estremeció, como si un rayo lo hubiese golpeado. Los diminutos corazones aparecieron en sus brazos, y no le cabía duda que de sus mejillas se asomaba un rojo brillante. Todos esos síntomas los había causado una simple sonrisa. Un beso podría detener su corazón y una caricia podría mandarlo al cielo.

—No va a haber manera de ocultarlo— Ezequiel cruzó los brazos.

Oh, perfecto. Estaba enfermo de amor.

*planeaba seguirlo, pero me parece chido dejarlo allí. Gracias por leer ^^

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