160. PUENTE [Ezequiel/Felipe]

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Ludmila no iba a negar que desde que conoció a Felipe, le pareció lindo. Aunque, a los cinco, muchas cosas le parecían lindas. Incluso podría llamar a Felipe casi su hermano, por todo el tiempo que él había pasado en su casa. Entendía a la perfección que la relación entre hermanos casi siempre era un tira y afloja, pero a pesar de que Ezequiel y ella eran unidos, no había comparación en la manera que Felipe la trataba, ya que él siempre la trataba con respeto e incluso podía llamarlo su amigo. A veces, sentía celos de la amistad entre su hermano y Felipe. En un inicio, lo asoció a lo fácil que la comunicación y la confianza llegaba a ser entre hombres. Pero entonces, Ludmila tuvo que enfrentarse al hecho de que su flechazo en Felipe iba más allá. Podría llamarlo su primer amor. Así que, los celos que sentía se debían a la atención que Felipe le brindaba a su hermano.

Ludmila no iba a admitirlo en voz alta, por temor a la burla que podría recibir por parte de Ezequiel, de que sus sentimientos fuesen confesados, y no desde su boca. Cada día, esperaba a que Ezequiel llegara acompañado de Felipe. En ocasiones, Ezequiel venía sin compañía, o Ludmila salía con sus amigas y perdía la oportunidad de un encuentro con Felipe. No planeaba hacer algo al respecto. Pensaba que alguien más iba a llegar, y Felipe quedaría opacado por el nombre de otros chicos. Sin embargo, no había sido así. Tampoco había escuchado a Felipe nombrar a una novia, y no era como si escuchara las conversaciones estúpidas de ellos. Oh, bueno, claro que lo hacía. Cuando jugaban en la sala, Ezequiel siempre le decía: Es la hora de los chicos, no se permiten adefecios. Felipe le daba un manotazo en la pierna, y le respondía: Así no se trata a las chicas. Podés quedarte, es tu casa. Y él sonreía, para ella, y no para su estúpido hermano. Ezequiel rodaba los ojos y ya no hacía comentario.

Varías noches pensó en maneras en las que podría acercarse a Felipe, pero la conclusión final era que no era lo suficientemente valiente. Sin embargo, un día, de la nada, mientras Felipe secaba sus manos, Ludmila esperó a que la servilleta terminara en el cesto. 

—Ey— Ludmila saludó.

—Hola— Felipe le sonrió. 

A Ludmila le gustaba el suéter a rayas, y lo bien que la nuca se veía. 

—Estaba pensando, que, eh, tanto tiempo de conocernos y no tengo tu número. 

Felipe unió las cejas, pero su sonrisa regresó.

—Ah, es verdad. 

Así consiguió el número de Felipe. Pero, era lamentable que su valentía había quedado allí. Por meses, habría el chat y luego, se quedaba en blanco. Ni un hola era capaz de mandar. Hasta el día que se atrevió, y de pronto, se levantaba con un mensaje de Felipe por las mañanas, esperando ser respondido.

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No le pareció extraño que Ludmila le pidiera su número, más bien, le parecía extraño que después de tantos años, él no lo tuviera. Tal vez, con el que tenía el mayor contacto era con Ezequiel, después de todo, eran mejores amigos. 

Lo que si le pareció raro fue que de un día a otro, tenía tanta comunicación con Ludmila, que llegaba a dejar de lado a Ezequiel. ¿Podría ser ese el motivo por el que él estaba irritado? Ezequiel le había reclamado luego de un entrenamiento.

—Asi qué, ¿cómo porqué tenés el número de mi hermana? ¿De qué hablan o qué? Es una regla no escrita que no debes de salir con los hermanos de tu mejor amigo.

Felipe se quitó la playera. Por su espalda escurría sudor. Ya ansiaba lavar los restos de sudor y ponerse ropa fresca. Ezequiel aún seguía en su kit. Podía ver a través de la delgada tela gracias al sudor.

—Nadie dice eso, Eze. Y, solo somos amigos.

Claro que Felipe no iba a decirle que la amistad no era una de las intenciones de Ludmila. 

Historias cortas y otras no tan cortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora