146. ILESO + TINTA [Lorenzo/Gabo]

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El regreso de su sonrisa fue al momento de caminar sin trastabillar y sentir jalones en sus piernas.

—¡Excelente, Gabo! Estoy muy orgullosa de vos— la doctora lo felicitó.

—Entonces, es oficial. ¿Puedo olvidarme de la silla?

—Quieto ahí, Gabo— Isabel lo apuntó con el bolígrafo— Tenés que ser paciente. Ya no es necesario que uses la silla, pero sí el bastón, y será como un punto de apoyo. Mientras tú cuerpo recupera su estabilidad y equilibrio y se acopla de nuevo.

—Puedo tomar eso— Gabo sonrió.

—Nos vemos la siguiente semana. Ten un buen fin de semana.

—Gracias, igualmente. Nos vemos.

Gabo se preguntaba qué hubiese pasado si se hubiese dado por vencido, si su hermana no lo hubiese empujado. En definitiva, seguiría en su nueva habitación, lamentado cada respiro y cada decisión hasta el fatídico día del accidente. Aunque si era honesto, prefería no saber la respuesta. Había Sido difícil y fácil. A veces, su cuerpo no reaccionaba como él quería o como debería. Y, en ocasiones, quería detenerse e irse a casa. Gabo probó el bastón. El dolor seguía estando allí, y le era recordado en momentos aleatorios del día o la noche. El doctor le advirtió que el dolor sería permanente, como un recordatorio, un fuego que jamás sería apagado. Le dolía menos, y según Isabel, era probable que ese dolor se reduciera a algunos días del mes. Sintió el esfuerzo sobre sus músculos, un poco de molestia, pero todo eso le sabía a gloria.

Salió de la sala, dispuesto a encontrar a Zoé. El centro era grande, pero Gabo no lo conocía bien. Por una razón desconocida, se detuvo afuera del cubículo de psicología. Zoé le comentó que sería favorable para su recuperación. Gabo terminaba la conversación con el argumento de que él no estaba loco.

—Podés pasar. La puerta está abierta— una voz de diferente acento llamó desde el interior, y la puerta fue abierta por una bella mujer.

—Solo estoy buscando a mi hermana.

—Bueno, si me permitís decirlo, estás en el lugar perfecto.

—No, de verdad. Busco a mi hermana.

Él no quería que su voz se escuchara aterrorizada. La mujer levantó sus brazos a modo de rendición.

—Lo entiendo. Puedo echarte un pie con eso. ¿Lo dije bien?

—No, es mano. Puedo echarte una mano—Gabo dijo, ocultando su sonrisa.

Ella era extranjera, Gabo lo dedujo por la forma de hablar y sus facciones, además de su tez blanca, y obvio su casi perfecto dominio del español.

—Mi hermana es Zoé.

—Sí, sé quién es. Aunque no nos llevamos muy bien. Ella es un poco, ¿cuál es la palabra? Oh, vlastnyy.

—¿Qué? ¿Qué significa eso?

—No recuerdo la traducción. Pero, te lo diré cuando yo lo recuerde.

Llegaron a una piscina. Los niños se reían, y otros parecían estar en su propio mundo. Zoé se encontraba alentando a un pequeño. Un grupo de señoras de edad avanzada lanzaban una pelota de plástico entre ellas. Incluso si cada persona bajo el techo sufría un padecimiento, no les importaba, estaban disfrutando el momento.

—Oye, krasavchik, cuando quieras despejar tu mente, sabés dónde encontrarme. No te voy a morder, a menos que así lo quieras— ella se encogió de hombros.

La mujer le sonrió y se alejó por el mismo camino por el que llegaron. No le preguntó su nombre. Ella le recordaba a Lorenzo. Parecían fuertes de carácter y físicamente, pero había más de lo que el ojo podía percibir. Gabo apretó el bastón. Cómo lo extrañaba, cómo deseaba verlo y compartir caricias. Ni siquiera había visto a la familia de Lorenzo, ni a la distancia. De verdad se sentía como un rompimiento a pesar de que no dejaron claro si la relación iba a continuar. Gabo seguía teniendo la esperanza, seguía echando raíces, pero no sabía si Lorenzo todavía lo quería. No había sabido nada de él luego de su partido. Todo lo referente a él lo evitaba.

Historias cortas y otras no tan cortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora