*no puedo dormir, así que me puse a escribir. Por cierto, creo que nunca había hecho esta temática de esta pareja.
Había una vieja leyenda, proveniente de los alrededores de la sierra fría de Aguascalientes, que se extendía por los alrededores. Contaba la existencia de criaturas sobrenaturales. Hombres y mujeres con piel de lobo.
Siendo un niño, a Lorenzo le encantaba escuchar la historia directamente de los labios de su madre, algunas veces de su padre, pero su madre la decía con una pasión indescifrable, como si creyera fervientemente en esa leyenda. Las palabras fluían de su boca cuál poesía. Lorenzo imaginaba todo, desde el color del pelaje de los lobos hasta las facciones de cada persona. Luego, dormía sin interrupciones. El perfume de su madre permanecía en su habitación.
Hubo un tiempo en el que leyó todos los libros a su alcance sobre el folklore de las regiones aledañas y podía relatar las costumbres de memoria. Los temas le fascinaban sin razón alguna.
Pero, conoció el fútbol y aunque ocuparía gran parte de su vida, Lorenzo sentía que las leyendas formarían parte de él de manera permanente. Todas esas historias pertenecerían a su familia todo lo que se extendiera. Serían las mismas que él les relataría a sus hijos, y así de generación en generación. Lorenzo tenía esa visión, él se encontraba sentado en una silla hecha de madera y un niño, en ocasiones varios niños sentados a su alrededor, y de su boca emanaba palabras tras palabra con la voz gastada y en su mente, la imaginación pintando recuerdos.
Al crecer, Lorenzo notó que había algo diferente en él. No era sobre los centímetros que había crecido (y vaya centímetros), en realidad, era un conjunto de observaciones. Veía detalles que otros no veían, su olfato era como el de un perro y en general, sus instintos eran mejores que cualquiera de sus amigos. No solo eso, las heridas sanaban rápidamente. En la primaria, Lorenzo se había caído de un árbol, se rompió el brazo, pero al día siguiente, ya no sentía dolor. Y eso sucedía con cualquier tipo de herida. Su sistema inmune también era una maravilla.
Era una clase de súper humano, pero era mucho más que eso. Tal vez, ante los ojos de los demás, un mito.
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Gabo significaba más que un amigo para él, prácticamente su todo. Juntos habían llegado lejos. Desde el IAD hasta un equipo de primera en España.
Lo confirmó con aquella conversación con su abuela.
Lorenzo había observado los ojos de Gabo brillar cuando se conocieron por primera vez. Tan ámbar, casi como una tarde en el desierto. Lorenzo no lo sabía y en realidad, estaba al tanto sólo porque su abuela se lo dijo entre pláticas.
—¿Cómo sé que es la persona indicada?
Antes de emitir una respuesta, su abuela se rió, primero con los ojos, las arrugas formándose en el contorno y después con la boca, una línea hacia arriba que hacía que Lorenzo se sintiera seguro. No había sido fácil aceptar su verdadera naturaleza. La rica cultura detrás de los de su especie.
—No es una enfermedad, mi muchacho. No hay síntomas. Tu lo sentirás aquí,— ella le apuntó con el dedo medio el diafragma —y sabrás lo que significa. Tu lobo lo sabrá primero por eso la puerta entre tu animal interior y tú siempre debe de estar abierta.
Frente a la cara compungida de su nieto, ella le acarició la cabeza muy suave.
—Pero si tú quieres ser un terco como tu padre y tener una prueba que vaya más allá de lo que el alma habla, lo que buscas está en los ojos. Van a brillar del mismo color que el del lobo. ¿Sabes por qué? Porque es una unión sagrada bendecida por el cosmos. La naturaleza, mi niño, no se equivoca, no importa cuántas veces se amarre el hilo.
Después de esa charla, cuando Lorenzo aún no tenía control absoluto sobre su lobo y estaba aprendiendo al respecto de su origen, entendió lo que Gabo causaba en él. No comenzaron como amigos. De extraños a enemigos, y luego de enemigos a amigos. Lorenzo deseaba que algún día pudieran pasar de amigos a novios.
Tenía que ser paciente, lo sabía. Pero, los años habían pasado y su relación con Gabo parecía estancarse en una amistad. Amaba la amistad que tenía con Gabo, pero sus instintos eran difíciles de mantener a raya con cada día que pasaba. Tener a Gabo tan cerca y a la vez tan fuera de su alcance, le acarreaba peleas con su lobo. Solo con oler a Gabo, el maldito se regocijaba y Lorenzo terminaba en situaciones como en la que estaba en ese momento.
—Uh, Lorenzo. ¿Hay algún problema?— la voz de Gabo se escuchó nerviosa.
Había llevado a Gabo hasta la pared más cercana, y estaba oliendo su cuello. Lorenzo quería desaparecer. Claramente, su lobo había tomado el control y no se percató, porque de haber sido así, se habría detenido. Lorenzo tenía las muñecas de Gabo entre sus manos y las estaba apretando. Lorenzo las soltó de inmediato.
—Lo siento, ah…— Lorenzo estaba buscando una excusa, pero en su mente solo podía maldecir al estúpido lobo en su interior que en realidad era él mismo en su parte primitiva.
“Lo quiero, lo necesito”, el lobo dijo, pero Lorenzo no iba a comenzar un debate mental.
Eran los únicos en los vestidores, pero los demás comenzaron a ocupar las regaderas. Lorenzo respiró aliviado al ser salvado de una conversación incómoda ¿Qué le iba a decir? Pues Gabo no iba a dejarlo pasar, no por cuarta vez.
*Continuará...
-Gracias por leer :)
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Historias cortas y otras no tan cortas
FanfictionDrabbles/oneshots de diferentes parejas.