151. CONTENTO [Felipe/Ezequiel]

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* Qué onda? Yo pensé que Guido y Julián casi no se hablaban pero esta foto me dió vida

La casa de su abuelo había quedado a nombre de su madre, incluso si sus tíos no estaban de acuerdo

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La casa de su abuelo había quedado a nombre de su madre, incluso si sus tíos no estaban de acuerdo. La casa era grande, tenía cinco habitaciones, y el patio tenía un hermoso jardín que tanto su difunta abuela como su ahora difunto abuelo, habían trabajado por muchos años. En definitiva, la casa de sus abuelos era una bonita, y el terreno tenía un valor monetario alto, por lo que a Felipe no le sorprendida que los buitres rondaran antes de que su abuelo partiera.

Felipe se levantó del sillón, aquel en el que solía sentarse con el hombre que había sido como un segundo padre, y que incluso, había sido un padre para su propio papá. Felipe había aprendido mucho de él. Fue él quien le explicó la muerte cuando apenas tenía seis años y Gol, el perro de su abuelo, murió. "La muerte es tan natural y bella como la vida. Es a lo que viniste a este mundo, lo demás son puntos intermedios, ¿entendés? Gol era viejo, como yo, y está mejor ahora. Por fin descansa", su abuelo dijo, y a pesar de su corta edad, Felipe lo entendió. Gol no se movía como antes, y luego, su abuelo ya no se movía como antes tampoco. Felipe lo vio envejecer, pero nunca se preparó para verlo partir. Nunca más vería a su abuelo leyendo el periódico, ya no escucharía sus historias de cuando la economía era buena y no había tantos peleles en la sociedad, no habría más debates. Felipe suspiró. Se aferraría a las memorias, y sabía que sí llegaba a viejo, sería como él. Un viejo cascarrabias con amor infinito por la familia.

—Oye, tu mamá quiere saber qué pensás hacer con la ropa de tu abuelo. O, ¿la vas a conservar?

Felipe cerró los ojos. Nunca había sido de aquel grupo que podía llorar con facilidad. Quería hacerlo, pero no podía.

—No. Él dijo que quería que la donara, si es que seguía en buenas condiciones.

—Podés usar el auto.

—Sí. Gracias, papá.

Se dirigió a la habitación que antes pertenecía a su abuelo. Los muebles estaban en buen estado, así que podían conservarlos. Conservaría los libros y lo demás, a excepción del medicamento y la ropa. 

Se dispuso a doblar la ropa y acomodarla en una caja. Había ocasiones en las que se detenía. Había encontrado un arma viejísima, y otros objetos interesantes. La caja metálica estaba oxidada, por lo que las bisagras cedieron y Felipe no tuvo la necesidad de buscar unas pinzas para cortar el gancho del candado. La caja estaba llena de sobres. Luego de examinarlas, se percató de que eran cartas. Cartas escritas por su abuelo para otra persona que no era su abuela, pues el nombre de su abuela claramente no era Andrea Correa.

No estaba lejos de sentir culpa por leer la privacidad del contenido de las cartas, pero…

—Lo siento, abuelo. 

Los sobre ni siquiera estaban cerrados. Solo contenían un sello postal y la dirección de quién Felipe supuso, podría ser la amante de su abuelo.

Historias cortas y otras no tan cortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora