92. INFANCIA [Gabo/Lorenzo]

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* este fue uno de los primeros que vino a mi mente, pero no le acordaba jah

Ezequiel se ve más guapo como jugador que portero

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Álamo Seco. Lugar en el que solía pasar su infancia, cuando sus padres creían que él no sabía que el divorcio era inminente. Le gustaba pasar los días tranquilos en compañía de su abuelo. Escuchar sus historias y comer pan de la panadería de Amelia.

Pero, su abuelo ya no estaba y el perro que era su única compañía, murió días después que él. La casa daba una vibra lúgubre, abandonada, de esas de terror. Pero, era el descuido, los años que llevaba deshabitada, además de los años en los que aún su abuelo con vida, la casa no había recibido atención. La pintura se estaba cayendo. Lorenzo no había entrado todavía, pero imaginaba el interior.

—¿Estás seguro de que querés pasar las vacaciones aquí?— Francisco le preguntó por centésima vez, y por centésima vez respondió que sí.

Quería ponerse en contacto con el Lorenzo de años atrás, al que aún no le importaba el futuro. Y extrañaba el pueblo. Oh, y quería darle privacidad a su papá y a Francisco, ya que Zoé iría con la familia de su madre, tendrían tiempo a solas.

—Puede cuidarse solo— Diego dijo, impaciente. A él no le gustaba el pueblo, y no porque fuese un citadino, pero no pasó momentos agradables allí.

—Exacto— Lorenzo bajó la mochila y la maleta. Francisco compró comida enlatada y otros alimentos perecederos y no perecederos. Si el refrigerador seguía en pie, no tendría que preocuparse de alimentarse a base de pasta y atún. 

—¿Puedo confíar en que no incendiarás la cocina?— Francisco preguntó, entre broma y no. Los programas de cocina que había visto estaban guardados en su mente.

Lorenzo asintió. Francisco lo abrazó, el contacto duró más que el de Diego.

—Cualquier problema, prometo que les llamaré— Lorenzo enunció, para calmar la preocupación de Francisco. Era una mentira, pero Francisco le creyó.

Lorenzo se quedó cruzado de brazos, viendo el auto partir. Cargó las bolsas con destino a la cocina.

—¿Necesitas ayuda?

El extraño lo sobresaltó y entonces se dio cuenta de que no era un extraño.

—¡Gabo!— Lorenzo exclamó. Frente a él se encontraba el niño, quien ya no lo era, con el que solía jugar.

—Hola. Uh, olvidé tu nombre.

Lorenzo unió las cejas. ¿Cómo era posible? Él era inolvidable.

—Es broma. Me da gusto verte, Lorenzo.

Gabo rió. Él no iba acompañado del rubio, Felipe.

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